Capítulo XLV

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Lyla se puso de pie desde los escombros, chorreando una mezcla espesa y caliente de sangre y sudor por las sienes, aún sin ser dueña de su cuerpo

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Lyla se puso de pie desde los escombros, chorreando una mezcla espesa y caliente de sangre y sudor por las sienes, aún sin ser dueña de su cuerpo. La cabeza le palpitaba luego del último aterrizaje, y las heridas le escocían por el polvo. No estaba acostumbrada al daño físico, y era bastante difícil ocasionárselo. Eso hablaba bien de la fuerza descomunal e incomparable de Neriza.

Daba y recibía cada ataque como si se tratase de un sueño lejano. Notela tenía el control, y ni ella, ni Anilah ni Inaldor podían hacer nada al respecto.

Miró a su alrededor entre jadeos doloridos. Neriza había estado cerca de fracturarle las costillas. Y ella no había logrado alcanzarla más que un puñado de veces.

Sus ojos se pasearon por la devastación inaudita sembrada en la capital. Así que ese era el verdadero rostro de la guerra. Los cuerpos se amontonaban, desmembrados, sobre los restos de la ciudad destruida y humeante . El mármol, la piedra y los maderos calcinados estaban salpicados de carne y entrañas sanguinolentas. Olía a muerte.

Se oían gritos, llamados, pedidos de auxilio, llanto; risas de locura y dolor, como en un endiablado manicomio. La ceniza revoloteaba en espirales a merced del viento que el poder de las contrincantes despertaba, y las llamas crecían varios metros hacia arriba, sedientas como bestias demoníacas que necesitan más y más caos.

Lyla se volvió hacia su derecha y vio algo que estaba segura que la perseguiría durante el resto de su existencia. Una mano se extendía hacia ella, como pidiendo auxilio. Su propietario era un niño gondoriano que tenía medio cuerpo atrapado debajo de una pared. De su boca, roja como las primeras fresas de primavera, caía firme y espeso un chorro de sangre que ya había formado un charco en el suelo polvoriento. Sus mejillas estaban cubiertas de hollín, y la mayor parte de su piel, ampollada y en carne viva por acción del fuego. Sus labios temblorosos, firmes y en la flor de la vida, boquearon una palabra que sus cuerdas bucales no llegaron a formular. La pared sobre él crujió de repente, y así lo hicieron también sus huesos. Su cabeza cayó bruscamente sobre sus fluidos mientras los tiernos músculos, tendones y sistema óseo eran machacados con un sonoro ¡bractch! de por medio. Lyla se inclinó para vomitar lo poco que le quedaba en el estómago.

- La niña es débil, Notela— dijo Neriza, posándose sobre unas piedras desgranadas justo frente a ella—. No importa cuánto tiempo la hayas entrenado, su carácter nunca será como el nuestro.

Notela soltó un respingo. Lyla confiaba en el criterio de la leona dorada, pero podía sentir en cada arremetida algo que iba mucho más allá del deber. Contrario a sí misma, ella no era capaz de bloquear sus emociones, que no cabía duda de que intervenían, y les habían ganado unos cuántos golpes ya.

Podría haberse sentido ofendida por la poca fe que le tenía su gema central; después de todo, no había esperado que a la primera ocasión en que el combate fuese serio, la mandase a dormir como a una niña que estorba. Pero Lyla se sentía, en cierta forma, como una niña. Al ver al pequeño gondoriano destrozado, pensó en lo injusto que era todo. Aquel niño no tendría que haber muerto. Debería estar corriendo por esas agrestes extensiones junto con sus amigos, despreocupadamente; esperando llegar a casa en la noche y toparse con el dulzor de una cena inminente, quizás a sus padres cocinando y charlando, a sus hermanos y hermanas teniendo disputas de lo más tontas e innecesarias...

Nuevos comienzos-  II Parte (Supercorp)Where stories live. Discover now