Capítulo XXV

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Clark no habría podido asegurar con convencimiento que la joven que apareció ante su vista en el patio del palacio de Ganga era realmente su sobrina. Había transcurrido una hora desde que la dejó reposando en una de las habitaciones, y en el correr de ese transcurso, una explosión energética hizo temblar los árboles metálicos, de los que cayeron algunos frutos. Clark estuvo a dos milisegundos de ir como un rayo a cerciorarse de que Lyla estuviese bien, pero uno de los custodios de las gemas – así se hacían llamar las personas que allí habitaban – le comunicó a él y a Tucs que la unión ya se había concretado, y que pronto conocerían a la nueva Gema. Su aire tranquilizador, ciertamente convincente, no había terminado de serenar a Clark, que tuvo que contenerse para no enviar al remilgado mensajero al garete e ir de todas maneras a cuidar de Lyla.

Pero no mucho después, su sobrina atravesó las puertas del palacio con una pose y un andar que le resultaban muy extraños. Iba vestida con una armadura blanca de una sola parte que le protegía la pechera y algo de la espalda. El resto de su atuendo no era terrestre; a Clark le recordó a los guerreros retratados en las pinturas.

Otro aspecto renovador y muy particular eran los tatuajes de símbolos en su piel. No podían habérselos hecho de la forma tradicional; la piel de Lyla era impenetrable. Y algo aún más extraño eran las piedras preciosas que lucía; una dorada en la frente, una verde en la muñeca derecha y una negra en la izquierda. ¡Estaban incrustadas en su piel! Hundidas en su cuerpo.

Clark y Tucs la observaron desconcertados. No se esperaban algo así. Ahora nadie habría sido capaz de negar que Lyla era lo que los custodios de las gemas decían; una mesías, una diosa.

-          Gema ha elegido – sentenció la mujer de piel morena a la que habían conocido antes –. El pacto ha sido sellado con las almas de tres grandes caídos. Tienen ante ustedes a la sexta sucesora.

-          ¡Que su luz se alce sobre las sombras! – exclamaron todos al unísono.

El rostro de Lyla permanecía impasible, como si nada de aquella locura pudiese perturbarla. Bastaba un solo vistazo a sus ojos para saber que ya no era la misma; la habían cambiado.

-          Lyla, ¿estás bien? – preguntó Clark.

La mirada de la joven se clavó en la suya, y él notó que había envejecido años. Algo doloroso ocurrió en su interior, como si acabase de averiguar que, por un descuido suyo, Lyla se había perdido para siempre.

-          Estoy bien – contestó ella.

Era su voz, pero no su expresión.

-          Bien – dijo Tucs, que no estaba ni un tercio de lo afectado que estaba Clark –. Entonces podemos empezar... Creo que en las condiciones actuales, es necesario que el entrenamiento sea preciso y eficaz. ¿Dónde está esa sala del tiempo de la que hemos oído hablar?

-          No es una sala del tiempo – fue Lyla quien respondió –. Es este lugar – hizo un gesto abarcativo –. Un punto del Cosmos que siempre está en retroceso. Lo elegí para preservar nuestras almas para los sucesores; es el sitio más seguro que existe. Nadie que no sea digno de nuestra voluntad puede acceder a él.

-          ¿A qué te refieres con que lo "elegiste"? – preguntó Clark alzando una ceja.

-          Ahora somos una unidad – explicó Lyla.

-          Cada sucesor debe plantarse ante las tumbas de los caídos – siguió el custodio de cabello plateado – y escoger tres de sus almas. Ellas serán sus guías y vivirán con él o con ella durante el resto de su lucha. Lyla escogió a la más poderosa de todas, la primera, y a Inaldor y Anilah, otros dos grandes héroes.

Nuevos comienzos-  II Parte (Supercorp)Where stories live. Discover now