Capítulo I

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Donna Troy se acuclilló sobre la hierba y se enroscó su lazo alrededor de la muñeca, apartándose el cabello oscuro del rostro y esforzándose por regular el ritmo de su respiración. De seguro su oponente la escucharía de cualquier forma, pero no se trataba de pasar desapercibida, sino de no mostrarse débil.

El sol brillaba sobre su cabeza con una intensidad avasalladora. Podía percibir las pequeñas gotas de transpiración descender en picado por sus sienes, además de esa pesadez engorrosa típica del verano adueñándose de sus miembros y volviéndola más lenta. Ladeando la cabeza y tensando los músculos para sacudirse esa clase de sensación de encima, se levantó, se irguió y aguzó los oídos.

Un grito salvaje a su espalda le advirtió de un ataque inminente. Sin perder tiempo, rodó sobre su espalda y se incorporó de un salto, lanzando su propia acometida al proyectil de carne y hueso que venía a derribarla y saltando al tiempo que el lazo se enrollaba alrededor del cuerpo menudo de la otra joven, que al aterrizar de forma forzosa, presa por el tieso agarre, la arrastró consigo.

Donna consiguió recuperar la estabilidad a tiempo para esquivar un nuevo y ágil ataque de su contrincante, que se liberó con impresionante facilidad del poderoso lazo y volvió a gritar antes de arrojarse hacia ella. Intercambiaron una serie de golpes furiosos; ninguna de las dos se esforzaba por contenerse en lo más mínimo. El combate adquiría a cada arremetida y movimiento de defensa un aire cada vez más serio, y cualquiera que las hubiese visto, habría podido jurar por sus expresiones y agresividad, que eran enemigas mortales.

Entonces levantaron vuelo, y el enfrentamiento, junto con ellas, se despegó de la tierra. Cada gancho, surdo o diestro, habría sido imposible de seguir con el ojo humano. Al momento, parecían dos borrones de luz, uno rojo y el otro más oscuro, rozándose el uno con el otro, enloquecidos y recargados de la más vibrante energía.

Donna salió disparada hacia el suelo, y se estrelló en él con los dientes apretados. El golpazo apenas le dolió, pero de seguro que para las ardillas que corrieron hacia la copa de un árbol cercano, la situación no había sido tan insignificante.

La joven sintió de pronto una extraña presión en las muñecas, y se dio cuenta de que había un par de gruesas raíces enroscándose a su alrededor.

- ¡Eh, eso no se vale!- Se quejó ante la otra-. ¡Combate sencillo, Lyla, es lo que habíamos acordado! ¿Cuál es la gracia de otra forma?

Su amiga soltó una carcajada desde el cielo y bajó a su encuentro. Sus rizos dorados apenas se agitaron con la brisa.

- Lo siento, Donna. Quería probar algo nuevo.

- Ya todos sabemos que eres imparable- replicó la otra joven, malhumorada, guardando el lazo en su cinto-. No tienes que demostrar nada.

Lyla se cruzó de brazos y la contempló en silencio con sus ojos verdes y grandes.

- Vale, tampoco te pongas de aguafiestas. Estábamos jugando.

Donna suspiró y aceptó su ayuda para ponerse de pie. Tenía que admitir que lo ocurrido no había sido para tanto, y que parte de la razón de haberse enfadado era su propia frustración al saber que nunca conseguiría vencer a su amiga. Aunque mal o bien, prácticamente todo el mundo estaba en su misma posición, lo que debería haber resultado un consuelo. Pero para alguien que se mataba día y noche trabajando en sus habilidades, cualquier derrota constituía una amargura considerable.

- Muy bien, niñas; si no descansan un rato, creo que la tierra de Smallville ya no será tan productiva como de costumbre- oyeron una voz cercana y familiar.

Las dos jóvenes se volvieron hacia el hombre de lentes que las observaba de cerca con las manos en los bolsillos y un gesto amistoso y franco. Sabían que había llegado hacía rato a la granja, pero en el calor de la lucha, habían decidido esperar a que las alcanzara.

Nuevos comienzos-  II Parte (Supercorp)Where stories live. Discover now