Capítulo LIII

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De pie ante aquella puerta metálica de marcos negros y aspecto helado, Lyla sentía que se asfixiaba. Llevaba al menos media hora sin poder decidirse a entrar. Dividida entre la aprensión que le generaba el saber qué se encontraría allí dentro, y la de no saberlo, el corazón le palpitaba a fuerza de querer escaparse de su pecho. Los ojos le escocían, el rostro le quemaba. ¿Podía alguien como ella tener fiebre? Se tocó la frente. Si no, aquella sensación de frío- calor, junto con el mareo incesante, debían estar muy cerca de tal padecimiento.

-            Oye, nos estás enloqueciendo— le dijo Anilah, apareciendo a su lado—. Si vieras lo que es dentro de tu cabeza y tu foco en este momento, sin dudas desearías vivir en otro sitio.

-             Lo siento— contestó Lyla, apoyándose contra la pared—. No sé qué hacer. Presiento que la imagen no será nada agradable.

-              Eso es seguro, ya la has visto— señaló Inaldor—. Sería amable decir que la arrolló un Tiranodonte Vex.

Lyla estaba demasiado descompensada como para corregir su pronunciación de "Tiranosaurio Rex": concepto que la gema verde había adquirido de sus recuerdos, y que era bastante más fácil de pronunciar que el nombre que en Eratris habían atribuido a tal animal (que por cierto, aún formaba parte de su fauna).

-            Debería dar un paseo y volver— dijo la joven.

-            ¿Y luego tenernos otro buen rato dando vueltas en este lugar?— Anilah ladeó la cabeza—. ¿Sabes? Una vez tuve que lanzarme de un Buque espacial hacia la atmósfera de Ring— farrel. Cuando me asomé a la plataforma abierta y vi las nubes de avispas pétreas que rodean sus tres anillos, ¡casi me cago en los pantalones! Pero estaba a cargo de medio ejército de mestizos, y no podía retroceder ni permitir que olieran mi temor.

-            ¿Y qué hiciste?— preguntó Lyla.

Anilah sonrió y se cruzó de brazos.

-            Pues, cerré los ojos, maldije al puñetero Eratris por haberme elegido gema, contuve la respiración y me lancé. El truco está en esas tres cosas, niña.

-            ¿Y de verdad crees que funci...?

Lyla cerró asustada la boca cuando la puerta se abrió frente a ella. Una milésima de segundo después, la avasalló la confusión. No sentía ninguna presencia más que la de Estela al otro lado: y esta no estaba junto a la puerta.

Al ver quién había abierto, comprendió.

Notela la observó de forma inexpresiva: en otras palabras, su gesto más usual. Lyla no había notado su ausencia en ningún momento, y ahora, la Leona dorada tampoco pretendía que averiguase en qué había estado todo ese tiempo, aunque el panorama habilitaba cierto rango de sospechas.

-          Anda, cría, que hace rato que te está esperando— dijo la gema dorada—. Y por rato, hablo de años.

Lyla tragó en seco, incapaz de formular la pregunta, o de recordar que, estando tan íntimamente conectada a Notela, no necesitaba hacerlo.

- Charlando con ella, en eso estuve— contestó la mujer—. Tranquila, traté de aligerar las cosas— alzó una ceja—. ¡Bah! Quita esa cara de susto: cuando debo, sé tratar con la gente.

- Mira, me voy a guardar mis comentarios— intervino Anilah— porque en este caso nos has hecho un favor a todos. Venga, Lyla. Ya no tienes excusa.

Lyla exhaló y se miró los pies imperativamente, como diciéndoles "¡no pueden fallarme en un momento así!" y, acto seguido, hizo caso a sus gemas.

Nuevos comienzos-  II Parte (Supercorp)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora