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Se deja caer en el sofá de forma despreocupada, secándose las manos con un trapo.

—¿Tienes algo que hacer mañana? —Cuestiona Gustabo desde la cocina, terminando de preparar la cena.

—No sé si ir a probar suerte con un Galería de arte del norte—suspira derrotado.

—¿No te han llamado de la del centro?

—No creo que lo hagan—contesta convencido.

Ya estaba acostumbrado a que, por mucho que presentara en diferentes sitios, no le llamarán de ninguno para probar suerte. Incluso la vez que se puso a exponer y pintar en la calle tubo más repercusión que cuando iba a sitios donde se suponía que te brindaban la oportunidad de darte a conocer.

—No lo entiendo, tío—se queja el rubio, dejando ambos platos en la mesa pequeña—. Pintas muy bien, no lo entiendo.

Exhala, encogiéndose de hombros.

—Yo tampoco—chasquea la lengua, poniéndose recto para atrapar su cena.

—¿A qué hora vas mañana? —Pregunta con la boca llena.

—Temprano, supongo. Es mi día libre—responde de la misma manera, disfrutando de los dotes culinarios de su amigo.

—Perfecto, ¿quieres venir al partido que juego por la tarde?

—¿A qué hora?

—A las ocho.

—Pero eso es por la noche ya—enarca una ceja.

—Bueno, me has entendido. ¿Quieres o no?

Se lo piensa dos veces antes de contestar. No le vendría mal un descanso, a decir verdad. Tantos rechazos seguidos estaban terminando con sus ánimos, y entretenerse no era una mala idea. Además, no tenía otra cosa que hacer.

—Sí, vale—asiente con la cabeza.

—Toma—se rebusca en el bolsillo de sus pantalones y saca una arrugada entrada. Se la tiende—. Tu asiento está en la fila de abajo, ten cuidado con los discos perdidos, eh.

[...]

Hacía mucho frío. El invierno estaba en su punto más fuerte, y se notaba. No tardaría mucho en comenzar a nevar. Se había colocado dos camisetas de algodón térmicas debajo de la sudadera del equipo de Gustabo, que había robado de su armario hacía meses. El día no estaba yendo muy bien. Aquella mañana, como avisó anteriormente, fue al norte para intentar conseguir una oportunidad. Ni siquiera le atendieron la llamada cuando llamó para ver el horario, así que canceló sus planes de ir. Para no desanimarse, empezó a moldear arcilla para hacer una nueva pequeña estatura que se uniese al montón de las ya creadas. Podría trabajar de lo que quisiera, era listo. De hecho, comenzó a sacarse la carrera de medicina, pero dejó la licenciatura a medias cuando vio que su camino no iba por esa rama. Horacio era inteligente, podía tener un trabajo soñado por cualquiera. Pero el suyo estaba entre pinceles y óleos. Y a la hora de persistir él era un experto.

Toma asiento en una de las butacas, sintiendo el helado clima del lugar que ayuda a mantener sólido el hielo de la pista. Mira a su alrededor, viendo cómo poco a poco el estadio se va llenando. Mientras que algunos van con vestimenta normal, muchos de ellos se distingues con los colores de un equipo y de otro. Según le había comentado Gustabo, el contrincante de hoy también era de la ciudad. Había repetido un par de veces que era un partido importante para ellos, pues se jugaban poder ir o no a jugar a otros lugares.
Al parecer, no era la primera a vez que jugaban en contra, sino que la tercera. Las dos anteriores habían sido derrotados con diferencia notable. Pero eso no les quitaba las ganas de querer seguir patinando.

De pinceladas y jugadas. (AU Volkacio)Where stories live. Discover now