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Se pasa una mano por la cara, intentando despejarse. Al instante la pone en el volante del coche, girando para entrar a la calle que últimamente recorría con frecuencia. No sabía si aún iba a estar abierta, pero esperaba que sí. Se había quedado con ganas de esos macarons. No para llevárselos a Adeline, sino para él mismo.

Aparca en la calle de enfrente. Se queda estático en su sitio, girando la cabeza para mirar las luces encendidas que traspasaban el escaparate de la pastelería. Toma un largo respiro antes de posar su pálida mano en la puerta para abrirla. Si Horacio se encontraba allí no sabía cómo reaccionar después de la otra noche. No era idiota, sabía que en ese momento no había escogido las mejores palabras para quedar el asunto claro entre los dos.

Se humedece los labios antes de poner un pie fuera. Había intentado dormir un poco, pero había sido imposible después de llegar al museo y encontrarse con una Adeline hiperactiva. Bloquea el auto, guardándose de vuelta las llaves del mismo en el bolsillo del pantalón de chándal. Se había tomado una ducha, pero volvió a ponerse ropa cómoda. Últimamente estaba harto de los pantalones de vestir o vaqueros. Introduce sus manos en los anteriores, intentando que no se enfríen mucho antes de cruzar la calle y empujar la puerta, haciendo sonar la campana de bienvenida.

—¡Lo siento, está cerrado! —Exclaman al instante desde la cocina.

Aquella voz es reconocida por el de pelo plateado. Puede darse la vuelta e irse, pero se queda parado en la entrada. Por otro lado, Horacio sale limpiándose las manos en su delantal, con glaseado azul manchándole la mejilla y con la cresta ligeramente despeinada. Abre la boca cuando ve la figura del número catorce estático.

—Volkov—pronuncia, sin saber muy bien qué decir.

—Si está cerrado me voy, buenas noches—consigue hablar con seguridad, también incómodo por la situación.

—No, espera—le detiene cuando comienza a girarse para hacer lo que ha dicho.

Rodea el mostrador y se acerca hasta él, aún a varios metros de distancia.

—¿Necesitas algo? ¿Es para Ade?

Aquel diminutivo hacia la niña le sorprende, solo había escuchado a una persona llamarle así. Ahora, a dos.

—No, no. Está contenta con los pasteles que compré esta tarde—niega con la cabeza.

—¿Entonces?

—Em...—se vuelve a humedecer los labios— ¿Te quedan macarons?

Horacio dispara sus cejas hacia arriba.

—Los de antes ya se los han llevado todos.

—Entiendo.

—Pero acabó de sacar del horno. Puedes esperar si quieres—se encoge de hombros.

En realidad, hacía una hora que el pintor debía haber cerrado la tienda, pero estaba terminando una tarta que le habían encargado. Mañana tenía que ir a hablar con Michelle, y dudaba terminarla a tiempo.

—¿Pero no estaba cerrado? —Interroga, confuso.

—Bueno, no será mucho tiempo—se gira para volver a la cocina.

Suelta un suspiro cuando está dentro, fuera de la vista de Volkov. El ruso, en su lugar, avanza hasta situarse frente al mostrador. Espera mientras que su mente divaga. Minutos más tarde, el de cresta vuelve a salir, aún mantiene la mancha en la mejilla, pero Viktor no dice nada al respecto.

—No sabía que te gustaban los macarons—intenta sacar conversación, comenzando a ponerse nervioso por su atenta mirada.

—Lo de la otra vez estaban buenos.

—¿Los de limón?

Asiente con la cabeza.

—Estos son variados, les queda poco para que terminen de enfriarse—comenta, sentándose en un taburete al otro lado del mostrador, en frente de él, que permanece de pie.

El silencio vuelve a reinar en el espacio. No se miran, solo a su alrededor.

—Siento lo de la otra noche, fui muy directo y descuidado con mis palabras.

Por alguna razón no quería que el pintor estuviera enfadado o resentido con él. Después de todo, se veían muy seguido, y era mejor si no había rencor de ningún tipo.

Desvía su vista al chico, que ahora también le observa con esos ojos bicolores. Viktor se acaba de dar cuenta de eso, e intenta no hacerlo notar mucho.

—Bueno—se encoge de hombros—, si fuiste un idiota, no te voy a mentir.

Su sinceridad le sorprende de nuevo.

—Pero no estuvo mal aclarar—suspira—. Pero eso no significa que yo quiera algo contigo, solo me gusta cómo juegas. Ya te lo dije.

El de pelo plateado no contesta enseguida.

—Yo... Yo no estoy acostumbrado a conocer a gente tan repentinamente—se rasca la nuca.

Horacio lo sopesa durante unos segundos. Después, se pone de pie y camina hasta rodear el mostrador. Una vez frente a él, habla:

—Podemos empezar con una amistad. Después de todo nos vemos todo el tiempo en el museo y en el estadio de hockey.

Había dicho las mismas últimas palabras que había pensado anteriormente. Sin saber qué contestar, asiente con la cabeza.

—Sí que no estás acostumbrado—se burla, observándole durante unos tensos segundos más antes de volver a su posición anterior.

¿Qué debía hacer ahora? ¿Ahora eran amigos?

—Voy a ver cómo van los macarons—avisa después de unos minutos silenciosos.

Desaparece de su vista, haciéndole expulsar el oxígeno que estaba conteniendo sin ningún porqué. No sabía porqué todo se tornaba tan incómodo. Instantes después, ve salir a Horacio con una caja blanca en las manos. La pone en el mostrador.

—Listo.

—¿Cuánto es? —Se ente la mano en el bolsillo para sacar el dinero.

—Nada, invito yo—niega con la cabeza.

Antes eso, Viktor frunce el ceño.

—Dime cuánto es, Horacio.

Aquello hace que el chico le vuelva a clavar la mirada. Aquel acento no era algo precisamente desagradable para sus oídos.

—Tómalo como un contrato de paz, Viktor.

El ruso intenta disimular lo que aquello suponía para su sistema nervioso tomando la caja de macarons. Ahí volvía otra vez, aquella repentina vergüenza cómo la noche en la que le dio "esa" invitación. Debía comenzar a hablar con más gente. Con suerte así se acostumbraba.

—Gracias—agradece, subiendo la mirada por fin.

Pérez, en su lugar, muerde su labio inferior, nervioso y arrepentido por haber dicho su nombre, cuando ya conocía que todo el mundo le decía Volkov. Podía jurar que sus mejillas estaban roja.

—No hay de qué.

Sin saber qué más decir antes de marcharse, decide informar por fin al pintor.

—Por cierto, tienes glaseado en la mejilla.

De pinceladas y jugadas. (AU Volkacio)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora