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—¿Qué? —Interroga el de corbata cuando se han alejado de su propio despacho.

Volkov carraspea la garganta antes de hablar. No se había esperado encontrarse allí a Horacio, aunque debería teniendo en cuenta quién les interrumpió ayer. A raíz de eso, otra vez el recuerdo le inunda la mente. ¿Qué habría pasado de no ser por que llamaron a la puerta?

—Volkov no tengo todo el puto día—gruñe Conway.

El ruso parpadea antes de echar eso a un lado y tomar atención a lo que iba a decir.

—Adeline está con Julia—frunce el ceño.

—¿Y?

—¿Y? ¿Cómo que "y"?

—Es su madre, Volkov.

Este bufa.

—No, no lo es. Solo cuando le interesa, y lo sabes de sobra, Conway.

Jack se masajea el puente de la nariz, cerrando los ojos. Siempre tenían la misma discusión.

—¿Hoy no trabaja? —Interroga el de pelo plateado.

—No—contesta, cansado.

—¿Y quiere quedarse con ella?

—Sí.

—¿Y entonces por qué tú estás aquí y no en casa haciéndoles compañía?

Aquello había sido un golpe bajo. Jack siempre estaba en el trabajo, sobretodo para huir de su vivienda. Desde la adopción de la niña, todo allí había sido descontento.

—No empieces—es lo único que sabe decir.

—No, que no empiece no, Jack. Julia no quiere a Adeline, y lo sabes más que nadie.

Tras haber recibido las pruebas del médico, Julia descubrió que no podía tener hijos. Aquello supuso un bajón en la relación de Jack y ella, pues él siempre intentaba mirar el lado positivo para que su esposa no decayera. Julia más tarde entró en una depresión sin retorno, pues se había obsesionado tanto con tener una familia que la incapacidad de eso había terminado con ella. Así que Conway tuvo una idea, pero no sabía que saldría tan mal. La mujer no quería a su hija adoptada, quería a una que hubiese salido de su vientre. Y, después de tanto tiempo, aún la repudiaba sin razón alguna.

—Ya lo sé—termina diciendo.

Aunque Adeline era muy querida por su familia, la situación estaba terminando con la relación entre Jack y Julia. El desgaste estaba presente cada vez más, pues las discusiones sin sentido eran recurrentes al paso del día.

—Veré si puede traerla—suspira, tomando el móvil de su bolsillo y apartándose a un lado para realizar la llamada. Jack quería a su esposa, pero también a su hija.

Viktor se queda solo en el pasillo. Toma aire y luego relaja sus hombros. Estaba tenso, conocía que la pequeña no estaba a gusto a solas con su madre.

Desvía su mirada a la derecha, cuando ve de reojo salir a Michelle de su despacho. Esta se acerca a él.

—¿Adeline?

El ruso asiente, y la mujer comprende.

—¿Y Horacio? ¿Ya se ha ido? —No puede evitar preguntar, pues no le había visto irse de la oficina.

Evans enarca una ceja, casi queriendo sonreír divertida.

—No, está llamando por teléfono. ¿Por qué?

El número catorce niega con la cabeza.

—Nada, curiosidad.

—¿Sois amigos? —Se atreve a preguntar.

Este se lo piensa unos segundos antes de responder a eso. ¿Los amigos se besaban?

—Se podría decir que sí—se encoge de hombros, mirando al frente, apoyado en la pared.

Entonces, Horacio sale del despacho, con el móvil en la mano y el ceño fruncido. Luego, se lo guarda en el bolsillo trasero de su pantalón y mira al frente. El nerviosismo del ruso se incrementa cuando clava sus ojos en los sustos. Está nervioso, no sabía cómo actuar.

—¿Ya? —Pregunta Michelle.

Este asiente.

—Ya me voy, tengo que ir a trabajar—da una sonrisa media, esquivando mirar de nuevo a Viktor.

—Vale. Cuando decidas lo que vas a hacer llámame, ¿vale?

—Sí—vuelve a asentir—. Adiós.

Se despide con la mano, pasando al lado de Volkov y yéndose. Este no puede evitar verlo ir, cosa que tampoco desapercibida para la pelirroja.

—¿Decidir qué? —Cuestiona, curioso.

—Si se va o no a Nueva York.

De pinceladas y jugadas. (AU Volkacio)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora