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Toma un largo respiro, nervioso. No sería el único artista en ser expuesto aquella noche, pero no podía evitar que sus mando temblaran.

—Tranquilo—palmea su espalda.

Llevaba unos pantalones de traje negros, ajustados, junto a una camisa color crema con los primeros botones abiertos, que podían dejar ver algo de tinta del tatuaje que tenía en el pecho. Se mira al espejo por vigésima vez en los anteriores cinco minutos. Se coloca su cresta castaña con mechones blancos. Recordaba cuando la llevaba completamente de colores. Al final se había cansado de tener que ir tan seguido a la peluquería, y había optado por dejar unas mechas que no le era difícil de mantener.

—Tienes que salir ya—indica Gustabo a su lado.

Él también se había vestido para la ocasión. Traía un traje negro, llevando debajo una camisa rosa que hacía resaltar su pelo rubio.

—Estoy nervioso—puntualiza lo obvio.

—Vas a estarlo igualmente estes aquí o fuera.

Toma otra gran bocanada de aire, cerrando los ojos y contando mentalmente hasta tres.

—Vale, vamos—termina diciendo, más seguro que antes.

García abre la puerta, dejándolo pasar primero. Segundos después, ambos salen de la pequeña habitación que Michelle les había dejado para que Horacio se calmase. Se escucha el sonido de la gente hablando, riendo y bebiendo. Todo resaltaba por lo elegante y formal que era, pero a la vez te hacía sentir cómodo. Poco a poco, Pérez comienza a relajar su expresión, avanzando hacia la sección donde se expones sus cuadros. Traga en seco cuando desde lejos ve a varias personas allí paradas, hablando mientras miran los lienzos.

—Solo acércate y permanece allí en silencio, voy a por dos copas, ¿vale?

Asiente como puede. Gustabo se va por otro lado, buscando lo que ha dicho. El pastelero se humedece los labios antes de avanzar hacia aquel sitio, haciendo lo que le ha dicho su amigo y quedándose allí parado.

—Son como... categorías de colores—comenta un señor mayor, con el pelo cano y un vaso en su mano. A su lado, su acompañante asiente.

—Rozan lo abstracto en todos ellos—aporta.

—¿De quién decías que eran? No los reconozco como la técnica de alguien conocido.

—Horacio—saluda en alto una voz femenina.

El chico gira la cabeza para encontrarse a Michelle fundida en un elegante y bonito vestido negro.

—¿Cómo lo estás pasando? —Cuestiona llegando a su frente.

—Nervioso...

La pelirroja sonríe ante ello.

—No lo estés, tus obras están triunfando. Varios han venido a preguntarme directamente.

Aquello le saca una sonrisa abierta al pintor.

—Ya estoy aquí—anuncia Gustabo, posicionándose a un lado de su amigo, con dos copas de champagne rosa en sus manos.

Le tiene una, y este la toma sin pensarlo dos veces.

—Michelle, este es Gustabo. Gustabo, esta es Michelle—presenta.

—Un placer—se saludan a la vez, estrechando la mano.

Pérez da un sorbo a su bebida, saboreando el sabor a fresa de esta.

—¿Dónde está Adeline? —Pregunta entonces.

—Por allí, Volkov se están haciendo cargo de ella—señala a sus espaldas.

—¿Volkov? —Interroga confuso Gustabo—¿El número 14?

—¿Se conocen?

—Juegan al hockey—informa el de cresta.

La mujer forma una "O" con su boca.

—Comprendo—asiente, mirando a las espaldas del par—. Bueno, tengo que irme. Están en la sección de fotografía, si quieres ir a verla. Seguro que Adeline quiere verte.

Asiente con la cabeza. Evans se marcha, dejándolos de nuevo solos.

—No sabía que Volkov estaba relacionado con todo esto—comenta el rubio.

Horacio suspira.

—¿Cuándo llega Greco? —Cambia de conversación.

Había conseguido una entrada para el de barba.

—Me ha dicho que está al caer—se encoge de hombros, intentando aparentar indiferencia.

El pintor rueda los ojos, dando otro sorbo a su copa.

—¿Te importa si voy a ver a la niña? —Interroga.

Este ríe.

—No tienes que pedirme permiso, ve.

De un trago se termina el champagne, dándole el recipiente a Gustabo. Se gira y camina a paso lento hacia donde le ha indicado Michelle. En el camino, observa las obras que están colgadas, y cómo el ambiente agradable permanece entre la gente. Lee el cartel que le avisa de que está entrando a la sección de fotografías, y se mete las manos en sus bolsillo tratando de verse seguro. Busca con la mirada la cabellera rizada de la niña, pero no da con ella. Sin embargo, sí localiza una plateada.

A paso lento y cuidado, se posiciona a su izquierda, a varios metros de distancia. Alza la cabeza, observando la gran imagen que cuelga de la pared. Es el retrato de una mujer de espaldas, desnuda y con cicatrices visibles en la piel.

—¿Buscas a Adeline? —Interrumpe su seca voz.

El pintor no aparta su mirada del cuerpo de la fotografía.

—Sí.

—Conway acaba de llevarse a cenar—contesta.

Horacio no dice nada más. Creía que cuando hablara con él estaría avergonzando por la situación de la otra vez, pero en absoluto lo estaba. Y el número 14 también parecía estar de lo más sereno.

—¿Por qué le dijiste a Adeline que estaba ocupado y no podía jugar con ella? —Suelta.

Aquello toma por sorpresa al jugador. Ahora gira la cabeza, encarándolo. Se toma unos segundos antes de contestar.

—Ya te lo dije, te obligó a darle tu teléfono móvil. Si querías venir a jugar con ella, vendrías a hacerlo sin necesidad de que llamara—se encoge de hombros.

Al pintor se le descoloca la expresión. Parta los ojos de la imagen y los clava en los grises de Viktor.

—¿Y para qué mientes?

Vuelve a converse de hombros, con una expresión seria.

—No quería que hubiera malentendidos.

—¿Malentendidos?

—Lo del otro día—recuerda. Traga saliva antes de seguir hablando—. No lo dije con segundas intenciones, no me interesas ni nada por el estilo. Si te llamaba puede que dieras con esa conclusión.

¿Aquello era una broma?

—¿Y quién te dice que tú a mí sí? —Estaba enfadado. ¿Quién se creía que era?

Sabía que en cierta parte le atraía y le hacía despertar unas ansias por plasmarlo en un lienzo que eran inexplicables, pero de ahí a que hubiese un sentimiento romántico por alguien que básicamente no conocía, era una cosa completamente distinta.

—Nadie. Solo quería aclararlo.

Su soberbia le enfadaba.

—Pues no vuelvas a decir algo que yo no he dicho—frunce el ceño. Casi se le había olvidado dónde estaba.

—No creo que necesite hacerlo.

Aquello no estaba yendo por buen camino.

—Bien—finaliza.

Sin decir nada más, lo rodea y camina fuera de esa sección. Necesitaba otra copa.

De pinceladas y jugadas. (AU Volkacio)Where stories live. Discover now