35

378 63 0
                                    


La campanilla de la tienda suena, avisando de que un nuevo cliente a entrado. Ya era mediodía, Horacio debía salir ya de turno. Por suerte por la tarde no trabajaba, así que podía tener todo ese tiempo para comerse la cabeza en si ir o no a Nuevo York.

Viktor camina hacia el mostrador, esperando que la chica que atiende a la mujer que lleva unos pasteles llegue a su sitio. Minutos más tarde lo hace.

—¿En qué puedo ayudarle? —Cuestiona con una sonrisa.

—¿Está Horacio? —Pregunta.

—Sí, debe estar cocinando. ¿Quiere que le avise?

—Si no es mucha molestia, se lo agradecería—esboza una pequeña sonrisa.

La chica observa al ruso, y se humedece los labios. Luego asiente, era atractivo.

—¿Quiere ir usted? Tengo que ir a llevar un encargo—informa—. No pasa nada, pero no toque mucho o la jefa nos mata—ríe.

Volkov frunce el ceño, extrañado.

—¿Está bien que entre?

—No pasa nada, tranquilo—le resta importancia. Le señala detrás de ella, en una puerta giratoria—. Ahí es.

Luego, esta recorre todo el mostrador, situándose en la vitrina y comenzamos a sacar pasteles para empacarlos. El número catorce, extrañado, da osos cortos hasta estar detrás de la barra. Aquello se le hacía raro, pero seguía con ello. Camina hacia la puerta, empujándola y entrando. Se fija en la cocina, abierta y rústica, como italiana. Luego, cae en cuenta del pintor que tararea una canción mientras escucha música en sus auriculares, y decora un pastel rosa.

No puede mirarlo durante el tiempo que quiere, pues Horacio nota de reojo que hay alguien, y gira la cabeza. Se asusta cuando ve al de pelo plateado ahí parado. Se quita sus auriculares, con una mano en el pecho.

—Me has asustado—dice, con el dueño fruncido. Deja la manga pastelera en la mesa, pues ya había acabado de hacer la decoración.

Luego, toma una servilleta y se limpia las manos.

—No puedes estar aquí—dice, sin mirarle a los ojos mientras va a la basura para tirar el papel.

—Tu compañera me ha dicho que pase—se encoge de hombros, inquieto.

—¿Isa?

—No sé cómo se llama.

Pérez bufa. Va a la percha para quitarse el delantal negro y colgarlo de ahí.

—¿Qué haces aquí? —Interroga, intentando deshacer el nudo en su espalda.

Pero los nervios y movimientos torpes le pasan factura, y no es capaz. El jugador de hockey, al percatarse de ello, se acerca a su espalda y toma el nudo, rozando su mano con la del pintor. El ritmo cardíaco del de cresta empeora. Volkov deshace el nudo con cuidado y calma, tomándose su tiempo aunque fuera sencillo quitarlo. Disfrutaba estando junto al pastelero. Sabía que ya era algo de antes, pero que había salido a la luz con el beso de anoche.

El chico lleva sus manos a su cuello, tomando la cinta y quitándola por encima de su cabeza. Luego, lo cuelga en la percha. Sabiendo que el de tez pálida seguía cerca, se voltea para encararle. Y da en el clavo, pues menos de un metro les separa. Sube la mirada para mirar a la suya azul. Era alto.

—¿Qué haces aquí, Viktor? —Dice ahora.

El nombrado o se acostumbraba a que le llamara así.

—Me han contado lo de la oferta—dice, sin más.

Pérez traga saliva.

—¿Quieres celebrarlo?

Aquello le toma por completa sorpresa. No sabía qué le iba a decir, pero en absoluto había pensado aquello.

—¿Celebrarlo? —Pregunta, confuso.

—Sí, te vas a Nueva York después de todo, ¿no?

No rompían la distancia. Siendo sinceros, Horacio intentaba evitarlo. Pues estaba avergonzado y no sabía qué hacer. Además, creía que el ruso no lo iba a tener en cuenta y tan solo iba a ignorar lo que había ocurrido. Pero todo eso le estaba demostrado que no era así.

—No sé aún, tengo que decidirlo.

Entonces, Viktor desvía la mirada al perchero. Se humedece los labios antes de hablar.

—Había pensado en ir a comer, si quieres—sabía que sus mejillas comenzaban a tomar color.

Esa petición vuelve a sorprender al pintor, quien pronto comienza a sentir su estómago revolotear de nuevo.

—Si no quieres no pasa nada eh, quiero decir-

Se ve interrumpido por la mano del chico en su pecho.

—Vale, quiero—sonríe, también comenzando a sonrojarse—. Pero en mi casa, ya he desayunado fuera y no me apetece volver.

Le da un empujón para salir de su frente, yendo a meter el pastel en el frigorífico. Mientras tanto, el número catorce mira la pared, comenzando a ponerse rojo por completo. ¿A su casa?

De pinceladas y jugadas. (AU Volkacio)Where stories live. Discover now