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Se deja caer en la butaca de la oficina. Estaba esperando a Michelle. Ella le había hecho el favor de llevar las ofertas de los posibles equipos, el suyo propio ya estaba al tanto de que se iba a ir. No le gustaba pasar tanto tiempo en el museo, pero no había otro sitio donde estuvieran. Jack se sienta en frente suya, con unas gafas de leer mientras revisa unos documentos. Últimamente estaba de más mal humor que de lo que habituaba a estar, y Viktor sabía perfectamente la razón. Su matrimonio iba de mal en peor, y se negaba a aceptarlo.

—¿Y Adeline? —Se atreve a preguntar el ruso. La niña no era consciente de todo, y era mejor que siguiera así.

—Con su madre—contesta de mala manera.

El de pelo gris enarca una ceja, y suelta una carcajada sarcástica.

—¿Ahora sí lo es?

—No empieces—gruñe Conway, levantando la vista de los papeles.

Bufa, echándose hacia atrás de manera despreocupada.

—¿Cuando vas a admitir que lo vuestro ya no funciona? Estáis afectando en Adeline.

El número catorce siempre había estado agradecido con Jack por tenerle de becario cuando vino a Estados Unidos, desde Rusia. Principalmente, hace ya años, vino de intercambio tras una beca para empezar a jugar al hockey en un instituto público, pero finalmente se quedó. Su vida en Rusia no era maravillosa, y la relación con sus padres aún menos. No sabía cómo acabó siendo becario de Jack Conway, incluso este le dio cobija en su casa hasta que encontrara un apartamento. Para entonces ya salía con Julia, y su relación había ido a peor en cuanto la mujer se enteró que le sería imposible tener hijos. Y Viktor ya tenía la suficiente confianza para ser cercano y sincero con él, hacía mucho tiempo desde que se conocían.

—¿En serio quieres discutir ahora? —Se quita las gafas y lo observa, molesto.

—Tienes que afrontarlo, Conway—suspira.

—¿Ya has afrontado tú tus cosas, Volkov? —Siempre hacía lo mismo, se ponía a la defensiva para desviar la atención del problema que era consciente que tenía, pero que no quería decir en voz alta.

—¿Qué cosas? —Frunce el ceño, obviando que lo hacía para cambiar de tema.

—Que te vas a Canadá.

El ruso toma un respiro antes de contestar.

—No está decidido aún. ¿Por qué estamos hablando de esto? —Chista, ya estaba os dando demasiado en ello, no quería sopesarlo ahora.

—¿Y por qué estamos hablando de mi relación? —Contraataca.

El jugador de hockey rueda los ojos. La puerta de cristal del despacho de abre, dejando entrar a Michelle con Adeline de la mano. Esta corre hacia el ruso, abrazándose a sus piernas, y luego sentándose en ellas.

—Cuanto tráfico había hoy—resopla la pelirroja.

Viktor juega con las pequeñas manos morenas de la niña mientras que esta hace lo mismo.

—¿Te han llamado? —Cuestiona, desviando su mirada a Evans.

—Sí, tienes dos ofertas más. En total son cinco, ¿te has decidido por alguna de las que ya sabes? —Toma asiento en la silla en la que estaba Conway, que se levanta para dejarla ahí.

Volkov niega.

—Canadá no es mala idea...

—No, no lo es. Allí tienen los mejores equipos de hockey sobre hielo—concuerda con él Michelle—. Pero es el que más lejos está. Aunque supongo que eso no supone un problema para ti.

Antes no lo suponía. ¿Y ahora?

—¿Y cuáles son las nuevas?

La mujer saca una carpeta y la abre, sacando las tarjetas de ofertas. Se las pone en frente.

—Te las digo todas—dice—. La tres que ya sabes son Canadá, Washington y California. Las dos nuevas son en Seattle y Brooklyn.

El último nombre le llama la atención. Si no le fallaba los estudios de geografía, estaba a minutos de Nueva York.

—Las tres primeras tienes hasta el martes, las otras dos hasta el viernes.

Viktor baja la mirada hacia la niña, tocando la pulsera de hilo que tenía atada a su muñeca.

—Volkov—le llama Conway. Este sube la vista—, ¿qué vas a hacer?

De pinceladas y jugadas. (AU Volkacio)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora