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Se estira, enredado en su edredón beige. Su apartamento era más grande que el de Los Santos, y básicamente todo era una habitación, a excepción de su dormitorio, el estudio y el cuarto de baño que había en el primero. Había tomado el hábito de despertar temprano, y desde su cama podía ver el cielo aún tumbado. No iba a mentir, su departamento le encantaba demasiado. La decoración era a su gusto, y nunca había tenido tanto espacio para sí solo. Además, pasaba la mayor parte del día en ese estudio amplio, rodeado de óleos y pinceles. Había dejado de lado la escultura, pues solía hacerla cuando estaba irritado o estresado. Pero, en aquel mes que llevaba viviendo en Nueva York, aún no le había ocurrido.

Era sábado, no tenía que ir al "trabajo". Aún así, quería pasarse por el museo. Si no recordaba mal, había quedado con Kevin para comer. Ese chico le agradaba.

Bosteza, frotándose su ojo derecho y verde completamente con el dorso de su mano. Luego, unos largos segundos después, se sienta aún mirando por la ventana. Era temprano, pero la calle ya estaba repleta. Esta vez, la calefacción en aquel departamento era moderada, ya que iba a través de un termostato que podía tocar cuando quisiera. Así que dormía con pijama, aunque seguía sin colocarse ropa interior. Se quita el edredón de encima y se sienta al borde del colchón. Se levanta y camina descalzo por el suelo de parquet. Le habían dado la opción de enmoquetarlo entero, pero no le agradaba esa idea. Entra al cuarto de baño y no tarda en desvestirse, poner música y encender el agua caliente. Sus músculos se relajan bajo la ardiente lluvia artificial. Si algo le caracterizaba era pensar las cosas mucho, y aún su mente era ocupaba por su vida en Los Santos. Sobre todo, por Viktor. La última noche que le vio intentó no cavilar sobre su viaje, pues disfrutaba de la compañía del número catorce. Luego de que descubriera su pintura, observó cómo su rostro blanco enrojecía, y su vergüenza por ser descubierto se sustituyó por diversión. Pero, de nuevo la "campana" le salvó, pues el pitido insistente del microondas, que avisaba de que lo que sea que estuviera dentro ya estaba listo, hizo que Volkov se salvara de balbuceos indescifrables.

Lo que llevaba a Horacio a otro hilo de pensamientos, como la mala suerte que tenían para que siempre alguien les interrumpiera cuando estaban besándose. Como en el primer beso, o en el de la cocina. Pero este último no fue uno simple como tal. El pintor no podía dejar de pensar en qué habría ocurrido si Gustabo no hubiese llamado al timbre.

Suspira, sí que acabó pillado completamente por ese ruso. Ya no había manera de negar el hecho de que estaba enamorado, y a miles de kilómetros de él. Hablar por mensaje no era suficiente. Y por eso mismo no quería empezar una relación, por la distancia. Aún así, no sabía la intensidad del "amor" de Viktor hacia él, no conocía si era solo un capricho para él o estaba igual de perdido.


[...]


Ríe junto al chico con barba, entrando al museo. Iban a pasarse por este antes de ir a comer, como habían planeado. Caminan a lo largos del amplio edificio. La arquitectura de este era antigua, de un estilo mediterráneo. Y eso tenía enamorado a Horacio, pues le recordaba a sus orígenes. Su mirada se clava en dos niños, que dibujan apoyados en un banco para que la gente tome asiento, mientras que a su lado sus padres conversan entre ellos. Aquello conmueve al de cresta, le recordaban a Adeline.

—¿Qué hacéis aquí, chicos? —Cuestiona Anna, la guía turística, que había hecho migas rápido con Pérez.

—Queríamos pasarnos antes de ir a comer—se encoge de hombros Ford.

La chica alza las cejas, siempre le comentaba al pintor de ojos bicolores que Kevin parecía interesado en él. Pero Horacio ya tenía a alguien.

De pinceladas y jugadas. (AU Volkacio)Where stories live. Discover now