09

423 67 1
                                    


Se aleja de la taza humeante cuando, por estar el café recién hecho, se quema la lengua.

—Hoy vas al médico, ¿no?

—Sí, por fin me quitan esto—levanta el brazo escayolado.

—Ya llevas dos semanas, ¿no? —Vuelve a cuestionar, dejando el vaso lleno sobre la pequeña mesa que hay entre el televisor y el sofá.

Aquella noche se había quedado a dormir en el apartamento del rubio, después de un extenso maratón de películas y videojuegos.
Este asiente con la cabeza, terminando su desayuno.

—¿Tienes que ir a la pastelería hoy?

—No—niega—, tengo que ir al museo para firmar unos papeles.

Esas semana habían estado organizando la apertura de la galería de arte, y ya varios compradores habían echado un ojo a sus cuadros, aunque aún no firmado ningún acuerdo. Había sido unos días muy ajetreados para Horacio.

—¿Cuándo abrían de nuevo?

—Este fin de semana.

Quedaban dos días para eso.

—¿Se necesita invitación o algo? —Interroga, restándole importancia pero aún así prestando atención a su contestación.

—Estás en la lista, tranquilo.

Se levanta para llevar su vaso y plato a la cocina, mientras que el pintor intenta dar otro sordo a su café solo.

—¿Ya has hablado con tu jefa sobre lo de la reducción de turno? —Exclama mientras abre el grifo.

El chico aprovecha para terminar su desayuno y seguirle hacia la cocina. Deja lo usado junto a lo suyo.

—No, aún no es seguro nada, así que no quiero arriesgarme.

—Pero estás pidiendo muchos días libres.

Se encoge de hombros.

—Ella sabe a lo que me dedico, solo me está quitando tiempo de mis vacaciones y me los pone cuando se lo pido.

Una llamada al móvil de Gustabo interrumpe la conversación. Se seca las manos en un trapo y se saca el teléfono del bolsillo. Aún con la escayola se las arreglaba para no mojarla.

—Dime—descuelga.

—Estoy abajo—anuncia el capitán del equipo.

—Voy—cuelga.

Horacio le mira.

—¿Te vas ya?

—Sí—sale de la cocina, directo a su dormitorio.

Mientras, el otro se pone la sudadera que estaba agarrada en el sofá.

—¿Pero no tenías la cita esta tarde?

—Sí—se encoge de hombros.

El de cresta lo capta. Aquellos dos tenían una relación extraña, no le ponían nombre pero estaba claro que sentían algo el uno por el otro.

—¿Te quedas o quieres que te acerquemos a algún sitio? —Cuestiona, guardándose las llaves del apartamento.

Horacio levanta las de su moto.

—Tengo transporte.

El rubio asiente.

—Vamos, entonces.

[...]

Aparca la moto en el aparcamiento de enfrente. Había pasado por casa para darse una ducha rápida y cambiarse de ropa antes de acudir a la cita con Michelle. Su pelo no estaba húmedo, ya que no le había dado tiempo a secárselo. Apaga el motor del vehículo y se baja de este. Con un rápido movimiento se desabrocha el casco y se lo retira. Se deshace del cabello que cae por su frente con sus dedos, echándolo hacia arriba en un inútil intento de arreglárselo un poco. Antes de comenzar a caminar, se echa un breve vistazo en el espejo retrovisor de su moto. Suspira, avanzando hacia el edificio.

—Buenas—saluda cuando empuja la puerta.

Pasa la vista por el recibidor, no encontrando a nadie. Frunce el ceño hasta que ve aproximarse una figura alta y ancha, que reconoce como Jack Conway.

—Ah, hola—saluda cuando se da cuenta de su presencia.

Horacio se acerca hacia él.

—Evans no llega hasta dentro de un cuarto de hora.

Parecía que el pintor había llegado temprano.

—La espero—asiente con la cabeza.

—Siéntate si quieres, si necesitas algo estoy en mi oficina.

No le da tiempo a contestar cuando ya se ha ido. Toma su palabra y le hace caso, tomando asiento en uno de los elegantes sillones individuales que estaban repartidos por la sala. Nunca se había detenido lo suficiente en observar la decoración del museo, puesto que cada vez que había venido no le daba tiempo a hacerlo o estaba demasiado nervioso como para percatarse. Era un sitio realmente bonito, pero de alguna manera le hacía sentir fuera de lugar. Como si todo aquello inalcanzable.

Niega cabeza intentando dispersar esos pensamientos que comenzaban a crearse en su mente. Para matar el tiempo se saca el teléfono del bolsillo trasero de sus pantalones. Aquel lugar, sin quererlo, le recordaba al número 14. No había hablado con él desde el incidente fuera de la pastelería hacia poco más de una semana. En realidad, ni siquiera lo había visto, y en parte lo agradecía, porque no sabía cómo actuar después de lo que a él le pareció una invitación. Dejó el dibujo en la libreta estando casi seguro de que nunca llegaría sus manos, pero de nuevo se equivocó. Recordar aquel momento embarazoso casi podía sonrojar de nuevo sus mejillas.

—¡Adeline! —Exclama la voz grave proveniente del pasillo.

Pronto la cabellera rizada de la niña se deja ver, que corre en dirección a Horacio. Detrás suya, suspira un cansado Conway.

—¡Hola, Horacio! —Ríe, llegando a su frente y abrazándole.

—Hola—le devuelve el saludo con el mismo sentimiento feliz. Aquella niña siempre le sacaba alguna sonrisa.

—Hace mucho que no te veo—hace un puchero, fingiendo estar enfadada.

—Lo siento, he estado trabajando—acaricia su melena castaña.

—¿Has hecho pasteles?

Este asiente. A la niña se le enciende la mirada.

—¿Has traído?

—¿Qué te ha dicho tu tía de los dulces, Adeline? —Le recuerda cansado el hombre—Lo siento, ha venido corriendo en cuanto le he dicho que estabas aquí—se disculpa.

—Descuida—le quita importancia.

—La tía Mich no me deja hacer nada—infla sus mejillas, molesta.

Pérez no sabía muy bien cuál era la relación entre todos, pero la cría no se parecía a ninguno de ellos. El tono insistente del móvil del de pelo negro les interrumpe.

—Tengo que atender—dice, dándose la vuelta y alejándose con el móvil en la oreja.

—Oye—le llama la atención—. No has venido a jugar.

El pastelero alza las cejas.

—Vik me dijo que no podías—achina los ojos.

Aquello sorprende en sobremanera al de cresta.

—¿Te dijo eso? —Cuestiona.

Ella asiente.

Pero en ningún momento había hablado con Volkov, ¿por qué iba a decirle eso entonces? ¿Acaso era una mentira para que Adeline no insistiese, o era que el número 14 no quería verle?

—Bueno, ¿quieres que juguemos ahora? —Desvía las preguntas de su mente, observando cómo la pequeña asiente efusivamente y desparece en busca de sus juguetes.

De pinceladas y jugadas. (AU Volkacio)Where stories live. Discover now