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Cae derrotado en la silla acolchada de sus escritorio, soltando un profundo suspiro a la vez. Había sido un día largo, la pastelería había tenido un encargo para una boda y se habían pasado en la tienda hasta muy tarde, horneando y decorando con glaseado. Eran las diez, y su insomnio de la noche anterior fusionado con el agotamiento de su cuerpo le hacía cerrar los ojos aún sentado. No le gustaba dormir con el estómago vacío, le hacía levantarse de madrugada a comer y no estaba contento con ese hábito que estaba instalándose en su rutina.

Abre los ojos de golpe cuando recuerda la invitación de Gustabo ayer. Resopla, tomando el móvil. Le escribiría un mensaje, pero está demasiado cansado para eso.

—Dime—responde al tercer tono.

—¿Sigue en pie lo de la cena? —Cuestiona con tono cansado.

—Sí, si quieres—trastea con los platos que acaba de limpiar.

—No creo que vaya, estoy muy cansado—se echa hacia atrás en el respaldo, mirando el techo.

—¿Día largo?

—Sí.

—¿Pero mañana vuelves a librar, no?

Asiente de nuevo.

—¿Y tienes algo que hacer?

—No, realmente. Los del museo no contestan mis llamadas.

—No pienses mucho en ello—disuade—. Mañana van a hacer un partido amistoso y luego iremos a tomar algo, ¿te apetece venir?

Siempre hacia lo mismo. Gustabo sentía esa obligación de invitarle a todo lo que sabía que podía querer ir. Y es que desde la época en la que Horacio pasó meses encerrado en casa, sin ganas de hacer nada y dejando todo de lado, el rubio no quería que eso volviera a pasar. Sabía que, aunque en aquella temporada el pintor no se había comunicado con él, no lo pasó lo que se dice bien.

—Vale—acepta—, ¿a qué hora?

—A las 6.

—Vale, ahí estaré.

[...]


Mira a través de la vitrina, buscando si alguien se encuentra en el interior del museo. Su rostro se ilumina cuando ve a una mujer de pelo naranja caminar de un lado a otro, con un traje elegante puesto. Horacio se traga los nervios y procede a empujar la puerta de la galería de arte. Aquello llama la atención de la anterior mencionada, quien se detiene con el teléfono en el oído.

—Perdone, pero está cerrado—se acerca al pintor.

—Oh, vaya... ¿Y cuando abren? He estado llamando para informarme del horario pero no me atendían la llamada—se remueve inquieto en su sitio, ahora teniendo a la encargada en frente.

Tiene que bajar un poco la cabeza para encararla, porque a pesar de los altos zapatos que calza, aún es un poco mas baja que Pérez.

—Hemos estado de reformas—informa, bajando su teléfono después de finalizar la conversación que mantenía.

—Oh—se limita a contestar.

—¿Le entrego un folleto del horario de visita? —Sugiere, dando la vuelta para ir donde se exponen los trípticos.

—En realidad quería hablar con el encargado para comentar una serie de cosas, si no es molestia, claro—sonríe de lado.

—¿Quiere exponer sus obras?

—Me gustaría, sí.

La melodía de su móvil suena, pero la ignora volviendo junto a Horacio. Le entrega una tarjeta gris y negra donde viene un número telefónico y un nombre en cursiva.

—Llame a este número esta tarde y pregunte por mí, me llamo Michelle Evans—señala el dicho en el papel—. Ahora mismo estamos volviendo a montar todo, pero si nos deja echar un vistazo a sus cuadros podríamos buscarle un hueco y darle una cifra de pago.

¿Pago? No sabía que tenía que dar dinero para exponer sus cuadros.

—Eso lo puede hablar con su agente, si tiene uno. Si de verdad nos gustan sus pinturas y al público también, no dudaremos en aumentar la cifra.

¿Cómo? ¿Estaba escuchando bien?

La puerta a sus espaldas se abre, dejando entrar a una niña pequeña, que corre para esconderse detrás de la figura de la pelirroja.

—Escóndeme—susurra entre risitas, asomando su cabeza llena de rizos.

Aquella imagen enternece al pintor.

—¿Qué pasa, Adeline? —Interroga la mujer, mirando hacia la niña.

Esta posa su pequeño dedo índice en sus labios y la manda a callar. Entonces, la entrada vuelve a abrirse. Esta vez, Horacio se gira para ver de quien se esconde la pequeña, y su respiración se atasca en sus pulmones. Nuevamente aquella figura alta, de pelo plateado y piel pálida.

De pinceladas y jugadas. (AU Volkacio)Wo Geschichten leben. Entdecke jetzt