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Deja la manga pastelera llena de glaseado blanco en la mesa, para después limpiarse las manos en su delantal negro. No había tenido ganas de cambiarse de ropa, así que iba un poco más arreglado que de costumbre. Aunque no le importaba. En esos momentos, la noche ya había caído y se estaba ocupando solo de la tienda, ya que su jefa había ido a recoger unos encargos junto a otra empleada. Había estado preparando unos macarons de limón, que los había decorado con caras sonrientes. No era un pedido, pero solía hacerlos. Y a la señora no aprecia importarle, porque siempre se vendían los primeros.

Atrapa la bandeja rebosante y se dirige hasta la sala delantera. Allí, se posiciona en un extremo, donde guardan las cajas de empaquetado. Comienza a repartirlos por varias. Para cuando va por la cuarta, la campana de la puerta suena, avisando de que un cliente entra. Horacio, dejando su tarea, camina hacia el mostrador principal. Casi quiere resoplar, cansado, cuando ve al número catorce aproximándose con Adeline de la mano.

«Parece que siempre se las arregla para estar a donde yo estoy», piensan a la vez cuando cruzan la mirada.

—¡Horacio! —Saluda efusivamente la pequeña, con una sonrisa ancha.

—Hola—se lo devuelve con la misma mueca un poco más calmada.

Entonces, vuelve a subir la vista a Volkov.

—¿En qué puedo ayudarle? —Le habla formalmente.

—Vengo a recoger un pedido—informa de la misma manera.

—¿Puede decirme el qué, por favor? —Pide, tomando la libreta de anotaciones que su jefa deja siempre al lado de la caja registradora.

—Un pastel de tres chocolates.

El pintor revisa la nota, viendo cómo es uno de los encargos que han ido a recoger.

—Justo han ido a por ella, si quiere puede esperar, no tardarán mucho. O puede volver a primera hora mañana.

—De acuerdo, mañana vuelvo—asiente.

Pero el tirón de su brazo que hace la niña de pelo rizado llama la atención de los dos.

—Vamos a esperar, Vik—hace un puchero.

—¿No puedes esperar a mañana, Adeline? —Suspira.

Ella niega repetidamente con la cabeza, moviendo de igual manera los colgantes que adornan su camiseta colorida. El de cresta sonríe en su dirección.

—Es muy tarde para comer pastel—sigue el de pelo plateado.

—Vamos a esperar—frunce el ceño, decidida a irse con su tarta de allí.

Se rinde, soltando un suspiro.

—Vale–accede, ganándose una risa triunfante por parte de la pequeña.

Sin querer parar de hablar, la infanta se acerca al mostrador, poniéndose de puntillas para encarar a Horacio. Este le mira, expectante y divertido.

—¿Sabes hacer dulces? —Cuestiona, emocionada.

Él asiente.

—¿Me enseñas alguno, porfi? —Aquel diminutivo derrite al chico de piel aceituna, que vuelve a decir que sí.

Camina fuera del mostrador.

—Mira, ven—le llama.

Adeline toma su mano bajo la atenta mirada del ruso, que ahora es un mero espectador de la escena. Horacio la conduce hacia donde estaba antes, tomándola por la cintura y subiéndola encima de un taburete.

—¡Ala! ¡Qué bonitas! —Exclama estupefacta por la decoración de los dulces recién hechos.

—¿Me ayudas? —Interroga, obteniendo al instante una afirmación por su parte.

La baja del asiento, para conducirle a la cocina. Allí se lava las manos con esmero, siendo imitado por la cría. Listos, vuelven al mostrador del fondo y se sube de vuelta al taburete.

—Tienes que meterlo así, mira—atrapa un macaron de limón, siendo el último del paquete, y lo cierra bajo la seria mirada del número 14, que sigue estático en su sitio.

La niña no tarda en aprender, y pronto cada vez quedan menso en la bandeja. Mientras tanto, ella habla de lo que ha hecho en la escuela. También, de cómo Jack le deja jugar mientras que Michelle le obliga a hacer su tarea. Horacio, aunque mantiene la calma, está inquieto por la mirada del jugador de hockey. Ahora estaba apoyado en el mostrador, observando la labor de los dos. Se preguntaba porqué desde que había conocido a aquel pintor, se lo encontraba en cualquier sitio al que fuera. Aquello comenzaba a molestarle.

—Ya no hay más—se lamenta Adeline.

—Toma—le da una caja llena de macarons de limón con caras sonrientes.

Ella mira a Viktor en busca de permiso, y cuando él asiente, dándoselo, la coge con ilusión.

—Gracias—sonríe mostrando su falta de dientes.

—A ti, preciosa—le devuelve la mueca, enternecido.

Vuelve a tomarla de la cintura para bajarla al suelo. Corre para rodear el mostrador e ir junto al chico para enseñarle los dulces.

—¡Mira, mira! —Se lo muestra contenta.

—¿Cuánto es? —Le cuestiona a Pérez, poniéndose recto y buscando su cartera en el bolsillo trasero de su pantalón.

—Nada, no te preocupes—niega, llegando a su frente detrás de la vitrina baja.

—En serio, ¿cuánto es? —Insiste, sacando al billete por fin.

Pero una nota doblada se cae del mismo bolsillo sin darse cuenta. La única que se percata de aquello es la pequeña, que se agacha para tomarlo. Con curiosidad la abre, formando una "O" con su boca al hacerlo.

—Vik se te ha caído—se la da, llamando la atención de los dos jóvenes.

Horacio palidece al ver los garabatos que aquella mañana hizo, ahora en la mano de Volkov. Este último también lo hace al ser descubierto. A la vez, suben sus miradas con cuidado, volviéndolas a bajar cuando se chocan. Las mejillas del pintor pronto comienzan a arder de la vergüenza. Estaba claro que había sido él el que había dibujado aquello, y por la misma razón el más alto se la había guardado.

—¿Quieres venir a jugar algún día? —Ofrece la pequeña, ajena al momento que estaba pasmado entre los dos.

Pérez carraspea la garganta, nervioso.

—¿Tienes un número de teléfono? Todo el mundo tiene—sigue hablando—. Mira apúntalo aquí.

Le arrebata la hoja a Viktor y se la entrega junto a un bolígrafo que pilla del mostrador.

—Ahí, ahí—señala justo debajo de la figura pintada del número 14.

Sin más remedio, y bajo la atenta mirada del otro, apunta su número de teléfono.

—¡Qué bien! —Exclama la de pelo rizado, volviendo a tomarla—Toma, Vik, guárdala tú que yo no tengo donde guardarla.

Horacio traga en seco, pero su vista se dirige a la estrada cuando la campanilla de esta suena. Su jefa estaba de vuelta.

De pinceladas y jugadas. (AU Volkacio)Where stories live. Discover now