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Suspira, llegando al salón. Gustabo se encontraba recostado en el sofá, mirando la televisión.

—¿Qué hora es? —Cuestiona el de cresta, aún de pie.

—Las diez y cuarto.

—Debería irme ya, tengo que levantarme a las seis.

El rubio gira la cabeza para mirarle.

—¿Puedo terminar este capítulo antes de llevarte? —Pide con un puchero, como un niño pequeño.

Horacio niega con la cabeza sin más remedio, accediendo.

—Bueno—alarga, tomando asiento de vuelta.

Pero el de su derecha en realidad no sabía ni lo que estaba viendo en la pantalla. Contaba los minutos en el reloj, impaciente. Pero pronto los créditos del capítulo aparecen, y el pintor se levanta.

—Venga, que está nevando y hace frío—habla colocándose el abrigo, junto a su bufanda y guantes.

El rubio se levanta con calma, queriendo ganar tiempo. Estaba siendo cómplice del cual sea que fuera el plan de Volkov.

—Voy a por mi chaqueta, espera—a paso lento camina hacia su dormitorio.

Horacio, mientras, revisa su teléfono. Nada, no había rastro de ninguna contestación por parte del número catorce. No quería admitirlo, pero estaba algo decepcionado. Esperaba verlo antes de partir mañana. Suspira, intentando despejar su mente y guardando su móvil en el bolsillo del abrigo.

Entonces, el timbre suena.

—¡Abre tú! —Exclama al instante García.

El chico hace caso y va hacia la puerta, girando del pomo y abriéndola.

—Hola, ¿tiene un poco de sal? —Cuestiona una chica con una sonrisa.

Pérez de la devuelve cordial.

—Claro, espera un segundo.

Se gira y va a por el recipiente con esa especia. Luego de unos minutos bloquea de nuevo la puerta. El rubio aparece de repente, con una mirada curiosa.

—¿Quién era? —Interroga con cuidado, buscando a alguien más en la sala.

El pintor enarca una ceja.

—Tu vecina, quería sal—se encoge de hombros—. ¿Estás ya o qué?

Gustabo resopla de manera exagerada, subiéndose de golpe el cierre de su abrigo acolchado.

—Sí—dice de mala manera, atrapando las llaves de su coche.

El de cresta no entiende el humor de su amigo, y lo achaca a que se lleva mal con esa chica. Se encoge de hombros otra vez, saliendo junto a él del departamento. Bajan las largas escaleras del edificio. Y, como había dicho anteriormente Horacio, está nevado. Apenas ha empezado, y solo se puede ver una fina capa blanca en las aceras y árboles. El jugador de hockey se frota las manos, mirando a ambos lados. En su sitio espera el pastelero, mirando con cara de póker a su amigo.

—¿Qué diablos te pasa? ¿No ves que hace frío? Venga—le empuja de mala forma, cansado de su repentina parsimonia.

—¿Por qué tanta prisa? ¿Ya me quieres perder de vista? —Bufa, siendo arrastrado del brazo hacia su coche.

—Si sigues haciendo que me muera del frío, sí—frunce el ceño.

Entonces García hinca sus pies en el suelo, deteniendo la caminata. El pintor se gira para golpearle de una buena vez, pero se queda quieto.

—¿Y a él quieres perderle de vista? —Cuestiona con una sonrisa divertida.

Viktor está ahí de pie, caminando en su dirección a unos metros. Se le nota atacado, cansado. Desde su sitio el de piel aceituna puede ver su nariz roja y el vaho saliendo de su boca. El intenso revoloteo se inhala pronto en su estómago, incrementándose a medida que se acerca.

El rubio le da un corto abrazo y palmea su hombro.

—Llámame mañana cuando llegues, ¿me has oído? —Pérez gira la cabeza hacia su amigo. Este le sonríe.

—Pero...

—Ten buen viaje. Ya sabes, la semana que viene voy—avisa de nuevo.

Por última vez despeina su melena y se gira para andar hacia su edificio de nuevo.

Y ahora, solo queda esperando a ese ruso que ya tiene clavada su mirada en él. La distancia es cada vez más corta, y sus nervios cada vez mayores. ¿Qué tendría que decirle después de tanto tiempo sin verse cara a cara?

—Ho-

Su saludo es interrumpido por los fríos labios de Viktor, que ha ahuecado su rostro para besarle. Es un beso dulce, que hace estremecer al chico de cabeza a pies. Y no le da tiempo a reaccionar cuando el número catorce ya se ha separado.

—Perdón, estaba esperando este momento—ríe en voz baja, y aquella imagen hace que el contrario se derrita.

Horacio jadea, conmocionado. Se inclina y ahora es él quien da el paso. Sitúa sus manos en su abrigo largo, justo en el pecho. No sabía que anhelaba tanto aquello. No es un beso apresurado, ni siquiera con lengua. Es un beso que ambos necesitaban. Se separan unos segundos más tarde.

—Pensé que estabas fuera de la ciudad—habla el pintor, aún cerca de su rostro.

—Sí, pero me he saltado la celebración y he tomado un tren hacia aquí—contesta.

—¿Habéis ganado? —Interroga, mirándole a los ojos.

Este asiente.

—Estamos en la final—sonríe de lado.

Horacio le imita, y deja un casto beso en sus labios. Luego, frunce el ceño.

—¿Vienes andando mientras nieva? —Se echa hacia atrás para mirarle bien.

El de pelo plateado tuerce una mueca.

—Sí—dice, culpable.

Luego, lo piensa.

—Pero tú también.

—Bueno, a mí iba a llevarme Gustabo—arregla la tela de su abrigo y se mete las manos en los bolsillos del suyo. Este también suelta su rostro.

—Mi apartamento no está muy lejos de aquí, si quieres podemos ir a por mi coche—se encoge de hombros.

Horacio asiente repetidas veces. Entonces, se ponen en marcha. El pastelero observa de reojo cómo el cuello del ruso está descubierto. Siempre solía llevar algún jersey de cuello alto, pero esa vez no. Entonces, se quita su bufanda y se pone en frente de él.

—A ver—pronuncia, pasando la tela por detrás de su cabeza.

Pero Volkov frunce el ceño.

—¿Qué haces? Vas a pillar frío, Horacio—intenta detenerle.

Pero este es más persistente.

—Y tú también, llevas el cuello al aire—le manda a callar mientras acomoda la prenda en la zona.

Una vez terminado, sonríe.

—Ea, ya está—anuncia.

—Vas a enfermar de nuevo—lleva su mano desnuda a la tela, pero Pérez le da un toque en la misma.

—Estate quieto.

Tras su insistencia, bufa, pero ahora es él quien abrocha bien el comienzo de su abrigo, tapando esa zona que ahora está falta de la bufanda. Luego, deja un beso en la punta de su nariz, haciendo que el de cresta se sonroje. Viktor toma su mano y tira de él, metiéndola en el bolsillo de su abrigo y caminando a la par.

En esos momentos ambos eran felices sin pensar en que dentro de unas horas había un vuelo pendiente a Nueva York.

De pinceladas y jugadas. (AU Volkacio)Tempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang