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Pone un pie dentro del museo. Sabía que aquellas horas no estaba abierto a cara al público, pero aún así se podía entrar. Camina hacia la recepción, que s encuentra vacía. Allí espera nervioso, sin atreverse a ir más lejos y llamar a Michelle. Luego, un hombre de traje sale por el pasillo. Jack.

—Oh, Horacio, ¿buscabas a Evans?

Conway siempre tenía la manía de llamarle por su apellido.

—Sí—asiente con la cabeza, también acercándose a él.

—Todavía no ha llegado, ¿te es muy urgente? —Cuestiona, bajando la carpeta negra que traía abierta.

—Un poco, sí.

—Ven conmigo, veamos qué podemos hacer.

Se da media vuelta, seguido por el pintor desde atrás. Segundos más tarde, entran a su despacho. Todo está ordenado. Toma asiento en la silla acolchada de detrás del escritorio y el de cresta hace lo mismo con la que está frente a él.

—Cuéntame—comenta mientras teclea en su ordenador—, mientras voy a enviarle un mensaje a Michelle diciéndole que estás aquí.

Horacio asiente y espera a que termine de hacerlo para comenzar a hablar.

—Ayer el museo estaba cerrado y vino un dueño de una galería de arte de Nueva York para una oferta, así que vino directamente a mi apartamento—informa.

El de pelo negro le presta atención.

—Me estuvo comentando la oferta y demás, y se ajusta a todo lo que yo quería.

—¿Pero?

—Pero me tendría que ir a Nueva York durante un tiempo—se rasca la nuca.

—Entiendo—asiente con la cabeza—. ¿Y el trabajo te hace estar aquí o...?

—No, no. Mi trabajo es temporal, puedo dejarlo cuando quiera. Ya no me hace tanta falta el dinero con lo que gano aquí—se humedece los labios antes de seguir hablando—. Pero es Nueva York, está muy lejos de aquí.

En ese instante, alguien da dos toques a la puerta y entra sin preguntar. Ambos le miran, es Michelle.

—Siento la tardanza—se disculpa.

Jack se pone de pie y deja que tome asiento donde antes estaba él. La pelirroja agradece y lo hace.

—Ayer hablaste con Foster, ¿no es así? —Interroga la mujer, abriendo una carpeta de cartón y buscando unas hojas en específico.

—Sí, vino a mi departamento.

Entonces, toma unos folios y los pone frente a Horacio, en el escritorio.

—Esa es su galería de arte en Nueva York.

El pintor alza las cejas al verlo. Pensaba que cuando él dijo que era una pequeña, lo seria de verdad. Pero no era así.
La decoración le encantaba, la distribución igual. También la zona en la que estaba, que según el formulario era muy concurrida. Al lado, a una calle o así, contaba de un edificio donde podría residir mientras buscaba uno propio, o mientras decidía si quedarse en Nueva York o no.

Era perfecto, ya comenzaba a imaginar situaciones.

—Wow—es lo único que puede decir, sin dejar de mirar las imágenes.

—¿Qué es lo que te echa para atrás, Horacio? —Pregunta ahora Jack, que también estaba viendo las hojas.

Este suspira.

—No lo sé, es Nueva York...

Tenía un lío en la cabeza tremendo.

—Horacio, si te lo estás pensando por tu pareja, amigos o familia, seguro que ellos entenderán tu decisión—habla Evans, inclinándose en la mesa.

El pastelero encoge los hombros.

—Los amigos no es problema, me dicen que vaya—recuerda la discusión anterior con Gustabo—. Y pareja y familia no tengo, así que tampoco es problema—no lo dice con pesar, sólo le resta importancia.

—Verás, Horacio. Matt es un buen amigo mío de la universidad. Quedó fascinado con tu exposición y quiso saber más cuando le dije que buscabas nuevas ofertas. Ayer, después de hablar contigo, me llamó—comenta—. Es una buena oferta, nada que ver con las anteriores, Horacio.

Este pasa saliva.

—Lo sé—le mira a los ojos.

—Entonces, ¿qué te hace dudar?

Vuelve a mirar las imágenes. Dos golpes suenan en la puerta, y todos giran su cabeza para mirar de quién se trata. El corazón del chico que está sentado se acelera al verle.

—Siento interrumpir. Conway, ¿puedes salir un momento? —La un rápido vistazo a Horacio, para luego clavar su mirada en el otro.

—Sí—asiente este, dejando su posición y saliendo del despacho.

El sistema nervioso de Pérez se había avistado solo con su corta presencia.

Michelle se percata de la reacción de ambos en la oficina al ver al otro. Recuerda que ayer Foster le comentó de pasada que Horacio estaba con alguien en su apartamento. Las probabilidades eran bajas, pero no inexistentes, pues eran conocidos, y las reacciones de los dos habían disparado todas las sospechas de la mujer. Luego tomaría desprevenido al ruso y le preguntaría, por curiosidad.

—Piénsatelo bien, ¿vale?

Horacio asiente.

—¿Hasta cuándo tienes de plazo?

—Hasta mañana por la tarde.

De pinceladas y jugadas. (AU Volkacio)Where stories live. Discover now