08

402 67 2
                                    



—Buenas noches—saluda la mujer, rompiendo el tenso momento que había surgido entre los dos.

—Buenas.

—Hola.

—¡Hola!

Saludan a la vez, los dos primeros más calmados que la última.

—¿Viene a recoger el pastel de tres chocolates, cierto? —Cuestiona, entrando con tres grandes cajas seguida de la otra empleada, que también carga otras dos.

Horacio rodea el mostrador, pasando al lado de Volkov para ir a ayudar a su jefa y compañera. Ahora es él quien lleva tres paquetes en sus fuertes brazos, contrayéndolos bajo la fina camiseta negra que traía debajo del delantal del mismo color.

—Sí—asiente.

La chica se mete en la cocina para dejar los pasteles que carga, mientras que la mujer rodea al vitrina. Cuando Pérez está pasando a su lado, la mano abierta de la anterior le hace detenerse a la derecha del de pelo plateado.

—Es esa primera caja—informa.

Con eso, el número 14 procede a tomarla. Aquello ocasiona que sus ojos vuelven a chocar al retirar la mencionada. El pintor no tarda en desparecer por la misma dirección que la compañera. Después de unos largos minutos, sale de allí sin el delantal puesto y con su abrigo y pertenencias colgados del brazo.

—Pues eso es—sentencia, dándole el cambio.

—Gracias—asiente, guardando el dinero junto a la nota.

—¿Ya te vas, no? —Cuestiona girándose hacia su trabajador.

—Sí, mañana vuelvo al turno de mañana.

—Muy bien—sonríe—, he visto que has hecho dulces. Gracias, Horacio.

—No hay de qué—le devuelve la mueca, rodeando el mostrador—. Hasta mañana—se despide, encaminándose a la salida.

Una vez fuera, el aire lo golpea con furia. Un escalofrío le hace ponerse el abrigo rápidamente, mirando a cada lado. Atrapa su labio inferior con nerviosismo al ver que su moto está aparcado ante la misma dirección que el coche de Viktor. Carraspea la garganta, andando hacia allí mientras juega con el enganche de su casco.

—Horacio.

La manera en la que pronuncia su nombre, por primera vez, le hace detenerse en seco y de golpe. Se gira para verlo cerrar la puerta trasera en la que seguramente esté montada Adeline.

—Tome—se saca la nota del bolsillo y se la tiende.

Él, sin saber qué hacer, se queda estático, mirando su gran y pálida mano sujetador el trozo de papel.

—Adeline te ha obligado a darle tu teléfono y...

—No me importa que lo tenga—sube la vista para mirarle.

No sabía por quién en especial lo decía, pero no iba a retractarse.

—Eh... vale—acepta el ruso, cohibido.

Un tenso silencio vuelve a formarse.

—Siento haberla tomado, me la dio Ivanov—se excusa, mintiendo por una parte. En realidad, le dijo que se la diera.

—No, no—niega con la cabeza—. No debí haberte dibujado sin consentimiento.

De nuevo le hablaba de "tú", más directo.

—Yo solo, no sé—sus mejillas, que ya se habían enfriado, comenzaban de nuevo a tomar temperatura—. Solo me gusta cómo juegas y te dibujé.

Se encoge de hombros, sin saber muy bien qué decir sobre ellos. Sabía que no estaba diciendo la verdad completa, pero el resto de motivos se los iba a guardar para su propia consciencia.

Viktor se sorprende. Una parte de él creía que sólo le había dibujado porque había sido el primero en ver, no por algún caso en concreto. Pero aquello hace que quiera haber quedado la hoja en su sitio, para ahorrar toda esta situación. Sin embargo sabía que, aunque no la hubiera tomado, seguramente mañana lo hubiese hecho. De cualquier manera, aquello no sabía si debía agradarle o asustarle porque suponía una novedad.

—Gracias, supongo—no sabe qué decir.

Pérez niega con la cabeza, restándole importancia.

—Buenas noches, Volkov—se despide con una sonrisa forzada, dándose la vuelta para encaminarse hasta su moto.

El de pelo plateado toma una larga respiración antes de atreverse.

—No me importa—habla, deteniéndose en su lugar al pintor—. No me importa que me dibujes, quiero decir.

El ruso no se consideraba alguien que s guardase las palabras, pero por alguna razón aquello le había costado pronunciarlo. Y, lo siguiente, aún más.

—Puedes hacerlo cuando quieras. Es decir, si te ayuda a practicar no me importa.

¿Aquello era una invitación?

Horacio, sorprendido, gira su cabeza sobre su hombro, dándole una mueca nerviosa que parecía ser una sonrisa a medias.

—Vale, lo haré.

Y, tras eso, ambos huyeron hacia sus respectivos vehículos, sin saber muy bien qué había ocurrido.

De pinceladas y jugadas. (AU Volkacio)Where stories live. Discover now