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—De acuerdo, hasta la semana que viene, entonces—sonríe, despidiéndose y saliendo del despacho.

Camina a lo largo del edificio y sale, por fin respirando con tranquilidad. Cierra los ojos durante unos segundos antes de abrirlos y clavarlos en su vehículo. Avanza hasta él, abriéndolo y sacando del maletero debajo del asiento su casco. Se monta en la moto, pero no arranca.
No ha aceptado la oferta. No aún. No quería arriesgarse si no estaba seguro del todo. Había estado tanto tiempo esperando por esa oportunidad que ahora no sabía qué era lo que quería. No quería que un contrato le obligase a tener que pintar algo que no quisiera. Debía pensárselo con tiempo. Tal vez debía pedir aquella tarde libre.
Saca el móvil de su bolsillo y entra en contactos, pulsando el mismo de su jefa.

—Dime—contesta al tercer tono.

—Hola, Mary. ¿Hay mucho trabajo esta tarde? —Se muerde el labio mientras mira al frente, aún sentado en la moto.

—Falta terminar la tarta que estuviste haciendo ayer—informa mientras desde la línea se escucha cómo trastea con papeles.

—¿Puedo entrar más tarde hoy?

Traga saliva.

—Si no es posible da igual, pero quería preguntar.

La mujer no tarda en contestar.

—Claro, no te preocupes Horacio. Ya te dije que no me importaba—ríe suave—. ¿Te parece bien a las seis? Es cuando Isa sale de su turno.

—Perfecto.

Él solía entrar de tres a dos horas antes de esa, así que era genial. Así podría dormir un poco antes.

—Hasta luego entonces—se despide.

Mary cuelga una vez se lo devuelve. El pintor suspira, echando la cabeza hacia atrás, mirando al cielo que estaba nublado. Después de unos minutos en esa posición, se pone recto para de una vez arrancar e irse, pero el tono de llamada de su teléfono vuelve a impedírselo.

—Dime—contesta después de ver el identificador de llamada.

—Horacio, ¿quieres venir? —Gustabo ni siquiera saluda.

—¿A dónde? —Frunce el ceño.

—Vamos a jugar un partido amistoso en la pista de Greco.

Bufa.

—Iba a comer algo y a dormirme un rato. Tengo que trabajar a las seis.

—Vamos, Horacio. Será poco tiempo—ahora habla el de barba.

Vuelve a resoplar.

—¿Por qué tanto empeño?

—Hace mucho que no quedamos—chista el rubio.

Aquello era cierto. Desde que Pérez había estado ocupado con el museo, la pastelería y las ofertas, no había tenido tiempo ni para darse una "alegría" a él mismo.

—¿A qué hora?—acaba cediendo.


[...]


Abre la boca cuando llegan al lugar. Habían quedado en que, almorzarían algo antes y luego irían. Si no, jugarían a prisas solo con la espera de irse a comer. Horacio estaría un par de horas. Después, Gustabo lo llevaría a la pastelería. Ir hacia allí en moto era algo poco recomendado, el frío era mayor, incluso insoportable. No por nada tenían una pista natural helada delante suya. El pintor no conocía que el de barba tuviera una casa en pleno monte, pero las vistas eran alucinantes.

—Pero si tienes aquí montado un estadio tú solo—le golpea el hombro el rubio, también observando sus alrededores.

—Lo era, de hecho—ríe.

Al lado de la pista había una pequeña casa, que equivalía a los vestidores. Aquel lugar había sido un antiguo estadio a de hockey, abandonado por su ubicación. La familia de Greco lo había comprado hace algunos años, y actualmente era él quien se hacía cargo del mantenimiento. Podrían haber jugado en la pista de siempre, pero justamente estaba cerrada. Así que, tras las insistencias de Ivanov, habían quedado para entrenar en aquel lugar.

Minutos después, comienzan a llegar. Unos de los últimos es Volkov, que sale de su coche negro con una bufanda gris envuelta en su cuello. Desde lo lejos, Horacio ve cómo habla con Ivanov, con la nariz roja y el vaho saliendo de su boca. Hacía frío, y se notaba.

—¿Vas a jugar? —Interroga Gustabo a su derecha, ya ajustándose los protectores. Aunque fuese algo amistoso y con el fin de divertirse y entrenar, no podía arriesgarse.

—No sé jugar—se encoge de hombros, un escalofrío recorriéndole cuando una helada brisa aparece.

—¿A mí intentas mentirme, Horacio? —Enarca una ceja, divertido.

El pintor le aparta la mirada. Esta recae de nuevo en el ruso, que ahora saca una bolsa deportiva del maletero de su coche. Segundos después, pasa la mirada por el lugar, hasta chocar con los ojos bicolores del de cresta.

—Vale—acaba cediendo por segunda vez ante García, que celebra dándole un empujón, arrebatándole una sonrisa.

De pinceladas y jugadas. (AU Volkacio)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora