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Toma asiento en el lado del copiloto, mojando todo a su paso. Un enorme escalofrío le recorre.

—Tengo la calefacción estropeada—informa Ivanov, girando el volante y pisando el acelerador para salir de allí.

Horacio aún llevaba el casco de su moto en una mano y su roto teléfono en la otra. Se encoge en el sitio, en busca de calor. Iba a acabar resfriado, lo tenía claro.

—Gracias—pronuncia después de darle su dirección, intentando que sus dientes no castañeen.

—¿Qué hacías allí? —Cuestiona luego de un rato, observando la carretera y los limpiaparabrisas.

La tormenta cada vez iba a peor.

—Me pilló la lluvia mientras estaba conduciendo, e iba en moto—informa, con frío en su cuerpo.

—¿Y acabaste en el estadio de hockey? —Interroga, sin creerse que fuese una casualidad.

Pérez alza las cejas, desvían sus ojos bicolores al perfil del moreno.

—Sí.

El chico no le caía del todo bien. Tomaba confianza muy rápido, incluso sin conocerse muy bien. Siempre que había estado con él, soltaba bromas sin gracia y no reparaba en guardar la distancia personal. Para el de cresta, no era su persona favorita, a decir verdad. Ni siquiera conocía algo más que su apellido y número en el equipo de hockey.

—¿No sabías que estaba cerrado? Están de reformas—el tono que usa no le agrada en absoluto al pintor, y frunce el ceño.

¿Cómo iba a saberlo? «Ni que jugara en él», bufa en su mente.

—¿No te lo ha dicho Gustabo? —Vuelve a preguntar—¿O Volkov?

Eso último hace que Horacio se sorprenda. «¿Cómo?».

—¿Qué? —La confusión cubre sus palabras. ¿Qué decía?

—Que si no te han avisado—omite los nombres.

Sus palabras suenan como cuchillos. ¿Qué mosca le había picado a ese chico? No tenían la confianza suficiente para que le hablara así.

—¿Por qué iban a hacerlo?

Ivanov suelta una risa, sarcástico.

—No sé, tenéis tanta confianza—le echa un vistazo.

—Es mi amigo, claro que tenemos confianza, pero no tiene porqué decirme que el lugar donde entrena está cerrado por obras—estaba molesto, y podía notarse. Incluso su helado y empapado cuerpo había pasado a segundo plano.

—No estoy hablando del rubio—se encoge de hombros.

De nuevo, la sorpresa invade al pastelero?

—¿Entonces? —Pregunta, aunque ya sabía a qué se refería.

—Volkov.

—¿Qué pasa con él? —No entendía absolutamente nada.

—No te enteras de nada, ¿o qué? —Resopla.

Horacio ya estaba cansado de ese tono.

—No sé qué crees, pero Viktor y yo solo somos conocidos. No sé porqué estás molesto y tampoco busco saberlo, no he sido yo quien ha ofrecido al otro mostrase en su coche. Si lo que querías era sacar algo, no vas a conseguirlo, porque no hay nada que sacar.

Aquella era una faceta que pocos conseguían sacar de Pérez. Casi siempre hablaba normal, con alegría y amabilidad, porque esa era su personalidad. Pero cuando alguien no le caía bien, y para colmo insinuaba cosas sobre él y su vida, no podía evitar cortar de raíz el asunto.

Ivanov suelta una carcajada amarga.

—¿Viktor? ¿Crees que Volkov deja a alguien llamarle Viktor?

Horacio ve a lo lejos su calle. Con la discusión se le había ido el tiempo rápido.

El jugador de hockey estaba furioso, recuerda la vez que le llamó por su nombre al número 14, y como este le contesto tajante que no lo volviera a hacer. ¿Y ahora ese pintor iba a hacerlo con total libertad?

De pinceladas y jugadas. (AU Volkacio)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora