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—¿Qué pasa?

Atiende a la llamada de Gustabo mientras sujeta el móvil entre el hombro y la oreja, sacando a la vez una bandeja del horno. Ya estaba mejor, pero hasta que no estuviera curado del todo Mary no le dejaba regresar. Con el tiempo, aquella mujer se había convertido en alguien cercano y que se preocupaba por sus empleados.

—¿Cómo estas? —Interroga este.

—Mejor, ya no tengo mocos—ríe, divertido, dejando las galletas recién horneadas encima de la mesa de la cocina.

—Y estás ya de buen humor—también carcajea.

—Bueno—se encoge de hombros, a sabiendas de que este no puede verlo.

—¿Ya has salido a que te de un poco el aire?

—No—niega, tomando un papel para llevarlo junto a los dulces.

—Acuérdate de abrigarte, eh. Que luego pasa lo que pasa.

Horacio vuelve a reír, le hacía mucha gracia que Gustabo le hablara de aquella manera cada vez que se preocupaba.

—Creo que mañana ya iré a trabajar—informa.

Toma asiento frente a la mesa. Luego, se quita el móvil del hombro y lo pone en altavoz encima de esta. Entonces ya puede trabajar con las manos libres. Comienza a envolver las galletas.

—¿Quieres ir a algún sitio esta tarde? Greco está fuera de la ciudad, así que estoy libre—comenta el rubio.

Se podía oír cómo trasteaba con unos platos.

—¿Algo cómo qué?

—No sé—piensa—. Si no recuerdo mal, Ivanov me dijo que iba a practicar hoy con nuestro equipo. Si quieres podemos ir a un rato.

Aquello le hace fruncir el ceño.

—No sé... No me cae muy bien ese tío—resopla.

—¿Ivanov? —Interroga completamente extrañado—¿Por qué? Si incluso me dijo que te lo comentara.

El pintor bufa con una carcajada sarcástica.

—No me cae bien y ya. Hay motivos múltiples.

«Y la mayoría a raíz de la otra noche», piensa.

—Entonces—habla Gustabo luego de unos segundos—, no vamos, ¿no?

El de cresta se lo piensa antes de contestar.

—Sí, vayamos.


[...]


—¿Vas a jugar? —Cuestiona el de ojos azules mientras aparca en el estadio.

—No creo—se encoge de hombros, encogiéndose en su abrigo.

Había salido preparado, con guantes y bufanda. También iba a colocarse un gorro de lana, pero no lo encontraba. Cada vez hacia más frío, no tardaría en nevar.

Apaga el motor, abriendo la puerta y saliendo. El pintor le imita, volviéndose a acurrucar cuando la temperatura cambia.

—Venga, antes de que vuelvas a resfriarte—pone una mano en su espalda y lo guía hacia el pabellón.

Empuja la puerta doble, la misma que días antes Horacio golpeaba en busca de refugio de la tormenta. El frío no cambia mucho, pues de alguna manera tienen que mantener sólida la pista de hockey. Aunque, por lo que Gustabo le había dicho hace tiempo, no era de hielo real. Aún así necesitaba bajas temperaturas.

De pinceladas y jugadas. (AU Volkacio)Where stories live. Discover now