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Se frota los ojos mientras que se sienta en la cama, desorientado. Somnoliento, mira a un punto fijo mientras intenta situarse. Los recuerdos de la noche pasada le hacen resoplar, y volver a echarse hacia tras para pegar el rostro en la almohada. No sabía si recordar todo después de una borrachera era algo positivo, pero en aquel caso no era así. Por alguna razón, el chico no había podido quitarle ojo de encima al número 14. Aunque ya bastante extraño fue que el de pelo plateado se presentase de manera voluntaria. Según Greco, Volkov no aparecía por allí a menos que fuese obligado o engañado. Pero no duró mucho, o eso es lo alcanza recordar el pintor.

Abre los ojos del todo, dándose la vuelta y mirando al techo. Tras esto, y sin cavilar mucho, se vuelve a sentar y esta vez se levanta. Tenía la costumbre de dormir desnudo a pesar del frío. Aquella vez solo unos finos pantalones de pijama a cuadros colgaba de su cadera, sin nada debajo o encima. Camina descalzo hacia el baño, y no tarda en encender el agua caliente para darse una ducha rápida. Diez minutos después y con el cabello húmedo, se aproxima a la mesita de noche para comprobar la hora en su móvil. Abre los ojos de golpe cuando ve que le queda media hora para la cita en la galería de arte. Corriendo, pilla la vestimenta que ayer se preocupó de dejar antes de irse al partido. Se calza sus deportivas y ni siquiera se detiene a mirar su cabello aún mojado. Agarra el maletín que le falta por cargar en el coche de Gustabo (que anoche tuvo la decencia de prestarle) y con un abrigo en el brazo colgado, sale de su apartamento. Abre el maletero y posiciona estos encima de los otros, con sumo cuidado.

Toma asiento en el lado del piloto, dejando sus pertenencias en el copiloto. Arranca el motor y se pone el cinturón, para más tarde poner en marcha el coche. Había pedido turno de tarde en la pastelería para poder asistir ahora al museo. Para ser sinceros, le importaba más aquello que asistir a su trabajo después, pero tenía que mantener los ingresos.

Justo veinte minutos después, aparca frente al edificio. Antes de bajar, ajusta el espejo retrovisor y se revisa el peinado. Suspira, arreglándolo un poco para que quede menos despeinado. Un poco más satisfecho, baja del coche, tomando las llaves, el abrigo y el teléfono. Nervioso, camina hacia la puerta y la empuja cuando está enfrente.

—Buenos días—saluda Michelle desde el mostrador, rodeándolo y acercándose al chico.

—Hola—se lo devuelve con una sonrisa—. Tengo los cuadros en el coche, ¿los descargo? —Interroga.

—Sí, sí—asiente—, espera, voy a llamar a alguien para que te ayude, ¿vale?

Le imita, asintiendo con la cabeza. Evans se da la vuelta y se pierde por un pasillo. Horacio se da la vuelta, saliendo de la galería y yendo directo a abrir el maletero del vehículo. Agarra el maletín que anteriormente había dejado y lo lleva a la recepción del museo, volviendo a por más. Cuando está agarrando dos lienzos más, una mano grande, fina y pálida se posa en el marco, asustando al de cresta.

—Joder, que susto—maldice para sí mismo, girándose a ver al causante.

Su nerviosismo aumenta cuando ve al número 14.

—Lo siento—se disculpa, sorprendiendo a Pérez, ya que era la primera vez que se dirigía directamente a él.

Saca los cuadros, observando el porte recto de Volkov. Este es más alto que el pintor, y al notar la mirada de este la desvía al interior del maletero.

—¿Llevo estos? —Cuestiona con un tono serio y distante.

—Como quieras, esos son los últimos—se gira, caminando al edificio.

En su posición, el jugador observa las pinturas, disparando sus cejas hacia arriba al verlas. Carraspea la garganta, tomando entre sus manos el resto de lienzos y cerrando el maletero, siguiéndole hacia la galería.

De pinceladas y jugadas. (AU Volkacio)Tahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon