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Arroja el abrigo al sofá, dejándose caer después. Suspira. Ya era tarde, bastante. Ni siquiera tenía hambre, siempre le pasaba lo mismo cuando tenía tan ocupada la mente. Unas veces comía a montones por la ansiedad, otras, ni siquiera bebía agua. Su estado anímico nunca había sido el mejor. No recuerda una etapa de su vida donde hubiera estado bien tanto tiempo seguido. Y, ahora, teniendo cumplido uno de sus mayores sueños, se sentía vacío. Sabía que había gente a su alrededor, que no estaba solo. Pero de alguna manera todo aquello no le era suficiente. Hacía un tiempo creía que en cuanto encontrase a alguien que se interesase de forma profesional en su arte, su vida iría a mejor. ¿Y si aquello no era lo que quería? No se sentía así. Le faltaba algo, y no quería seguir con aquella sensación presionando su pecho y consciencia. De alguna forma se sentía desagradecido, como si no pudiera quejarse. Después de todo, había conseguido lo que quería. Pero no era suficiente.

Sabía muy bien hacia donde le llevarían aquellos pensamientos. No quería recaer, no otra vez. No después de haber abierto la puerta de nuevo. No después de haber brindado aire fresco a su rutina. Tenía que distraerse, de alguna manera. Por muy agotado que estuviera, tanto física como psicológicamente.

Se pone de pie, yendo directo a su dormitorio. Allí, se deshace de la camiseta que trae puesta y va directo al baño para darse una ducha. Veinte largos minutos más tarde, sale desnudo, dejando caer la toalla al suelo. Se coloca unos pantalones largos de pijama a cuadros, sin ropa interior debajo. No se pone parte superior, la calefacción de su apartamento hacía su efecto e incluso hacía calor. Sale de allí, yendo directo al cuarto donde guarda todo lo relacionado con la pintura y escultura. Prende una lámpara de esquina, que da una tenue luz a la habitación. Suspira, poniendo las manos en jarra. Echa un vistazo por el espacio, viendo innumerables estatuas y lienzos. Camina hacia un tocadiscos que consiguió en un mercadillo de segunda mano, y pone en marcha el vinilo. Por suerte seguían fabricando con música actual. "Take me to Church" de Hozier comienza a reproducirse.

Horacio toma asiento en su silla de madera, teñida de varios colores sin querer. Agarra un lienzo grande, blanco y plano de uno de los rincones, colocándolo sobre el caballete. Habituaba a no hacer un boceto sobre este antes de comenzar a pintar, y aquella vez no fue una excepción. Su mente divagaba en otros asuntos mientras que hundía el pincel en el óleo color azul y lo pasaba por la tela.

—"In the madness and soil of that sad earthly scene..." —Canta, mientras sigue su tarea.

«Debería dejar el trabajo», piensa mientras. Ser pastelero le gustaba, y no se le hacía algo pesado. Pero últimamente le debía demasiados días libres a Mary.
Cambia de pincel y pintura constantemente, dando pinceladas rápidas e irregulares, sin saber muy bien lo que hace.

Y esos son las próximas horas, hasta que el reloj de mesa que se obligó a poner marcan las dos de la madrugada. Su abdomen está manchado de pintura blanca y azul, al igual que su mejilla. Tendría que darse otro baño mañana, pero eso no le importa. Se levanta de la silla sin mirar el lienzo, yendo a apagar la música. Desde lejos, y a un con la paleta de óleos en la mano, observa el cuadro. Azul, blanco, una figura inclina. Frunce el ceño, maldiciendo mentalmente. Había sido casi inconsciente. Había pintado al número catorce sin quererlo, y aún así sus ganas de hacerlo no se habían ido.

De pinceladas y jugadas. (AU Volkacio)Where stories live. Discover now