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—He horneado galletas.

Rompe el silencio que llevaba tiempo en el ambiente.

—¿Quieres?

El ruso, aturdido por sus propios pensamientos, asiente torpemente.

—Sí, vale.

Horacio, nervioso, se gira y comienza a ascender, con Volkov siguiéndole desde atrás. No vuelve a pronunciar para hasta que ya están frente a la puerta de su departamento, este introduce la llave y ambos entran. Un aroma a vainilla, perfume y galletas inunda el olfato del jugador de hockey. Se deleita con este. Observa cómo el pintor se deshace de su bufanda y abrigo, caminando hacia la sala de estar y dejándolos encima del sofá. Viktor puede admirar ahora su vestimenta. Un jersey azul y púrpura y unos vaqueros de mezclilla un poco anchos. Se podía ver cómo también llevaba capas de más en la parte superior.

—Ven por aquí—señala, y este lo hace.

Llegan a la pequeña cocina abierta, que tiene una ventana con vistas a la ciudad. Todo es sencillo, y a la vez se nota de quién es. El pastelero agarra un paquete de galletas con chispas de chocolate, justo los que había preparado aquella mañana mientras hablaba con Gustabo por teléfono. Toma dos, con cuatro en cada.

—Toma—dice suavemente, tendiéndoselos—. Uno para Ade.

Aquello hace que el de pelo plateado vuelva a mirarle directo a los ojos mientras coge los dulces. Sin quererlo, su vista empieza a danzar entre sus facciones. De nuevo esa tensión. Observa sus lunares, el marrón interponiéndose en el verde de sus irises. La barba de un par de días. Los labios redondos, que al momento fueron humedecidos por la punta de su lengua. Casi podía decirse que a propósito.

Todo eso no pasa desapercibido para Horacio, pues también estaba perdido en las facciones del más alto. Sus dedos cosquilleaban, deseosos.

—Gracias—suelta en un susurro ronco el número catorce.

—No hay de qué—dice de la misma manera.

Una última vez, solo les hace falta conectar de nuevo sus dilatados ojos para reducir la distancia a una mínima. Pérez alza la cabeza, mirando su boca. Viktor deja de respirar. Y es el que da el impulso. Sus labios chocan con una necesidad y ganas explosivas. La mano libre del jugador va a su mejilla, mientras que las del pintor se aferran a su abrigo, juntándose más. No tardan mucho en abrir la boca, entrelazando una lengua con la otra entre suspiros y jadeos. El sonido solo causa que quieran más, y no dudan en acelerar el beso. Sus mentes están nubladas de la necesidad por el otro.

De pinceladas y jugadas. (AU Volkacio)Where stories live. Discover now