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Suspira, dejando su tenedor a un lado. Estaba lleno, había preparado demasiada lasaña. Era martes, y aquella tarde debían ir con Foster para hablar de algunas innovaciones que traía tras su viaje. Había acordado ir con Kevin, pues vivían básicamente al lado.

Se levanta de la silla y se estira, perezoso. No había dormido bien, había tenido una noche malísima. Lleva el plato al fregadero, luego metiendo la vajilla sucia en el lavavajillas. Una vez todo ordenado, suspira. No había cambiado la temperatura del departamento, pero tenía mucha calor a pesar del frío de fuera. Suspira, y con el ceño fruncido se retira la camiseta de cuello alto blanca, quedando con el torso desnudo. Arrastra sus pies hasta el largo sofá, dejándose caer en este boca abajo y estirado. Una pequeña siesta no le haría ningún mal.

No tarda mucho en comenzar a quedarse dormido, comenzando a pensar cosas sin sentido alguno. Y, cuando ya un hilo de saliva le cae de la comisura de la boca, un agudo sonido le hace sobresaltar, asustado. Cae en cuenta de que han llamado a la puerta. Se pone de pie, aún somnoliento, y con los ojos entrecerrados abre la puerta.

Bosteza, haciéndose a un lado, cerrando los ojos intermitentemente.

—Pasa, Vik—se apoya en la puerta dejando caer la cabeza en esta.

Con los ojos cerrados, divaga entre sus pensamientos. «Espera, ¿qué?»

Abre los ojos de golpe, clavando la mirada en el ruso que mantenía una sonrisa divertida.

—¡Viktor! —Exclama, lanzándose hacia él.

Este deja caer su mochila al suelo, recibiéndolo con una carcajada.

—¿Y ese despiste? —Ríe, notando como el pintor colocaba su rostro en el hueco entre su cuello y hombros, generándole esos característicos escalofríos que tanto echaba de menos.

—Calla—golpea suavemente su nuca—, estaba dormido—suelta una risa baja, que hace sonreír más al jugador.

—Ya he visto, ya.

Aprietan el abrazo, quedándose así por un tiempo. Luego, Horacio deja un beso en su cuello, que estaba cubierto por aquella bufanda que le regaló. Se separan lentamente, mirando al instante a los ojos. Pérez suelta un pequeño suspiro sin pensarlo, dándose cuenta de que había extrañado a aquel serio ruso. Volkov sonríe con los labios cerrados, una sonrisa dulce. Entonces, deja un casto beso sobre los del chico. Ambos se sonrojan, hacía mucho del último.

—¿Qué haces aquí? Creí que venías el jueves—frunce el ceño, separándose completamente de él para tomar su mochila del suelo y girarse para entran en el apartamento, pues aún estaba sin camiseta y en el pasillo hacía frío.

El de pelo plateado le sigue, cerrando la puerta de madera blanca, observando el amplio y bonito espacio. Se da cuenta de que al antiguo pastelero le gustaba las temperaturas altas, porque la diferencia era notoria.

—Sí, pero al final no voy a poder—dice, bajando la voz y alertando al pintor, que se gira para observar qué ocurre.

—¿Qué pasa? —Interroga, intentando no empezar a especular.

Viktor se humedece los labios.

—¿No podemos hablar de ello más tarde? —Pide, quería disfrutar del tiempo que podía con él.

El de tez aceituna se acerca lentamente hacia él, enredando una de sus manos en la bufanda azul de su cuello, comenzando a quitársela. Estaba preocupado, y el contrario lo notaba. El número catorce ahueca su mejilla, haciendo que le mire.

—Tranquilo, no es nada malo—sonríe, tranquilizando a Pérez—. Pero quiero descansar un poco antes, el viaje ha sido largo.

Horacio, dejando ese tema a un lado, enarca una de sus cejas, divertido.

—¿Vienes a Nueva York para dormir?

Aquello hace que Volkov quiera seguirle el juego, pues ahora la tela que le protegía del frío estaba entre sus dedos, y estos mismos cosquilleaban en su piel.

—¿Qué era lo que hacías tú antes? —Pregunta, burlándose.

El pintor bufa.

Entonces, fija su agarre en su cuello, pegando su cadera más a su cuerpo.

—¿Vas a burlarte de mí todo el día? Pues que caro te va a salir el viaje, Viktor—comenta con una amenaza coqueta.

El nombrado observa deseoso los labios del otro, manteniendo todavía una distancia mínima de los mismos. Luego, vuelve a humedecerse los suyos, no pasando esto por alto para el chico. La mochila de Volkov cae al suelo, ya que quien la portaba la deja. Entonces, Horacio juega con su otra mano en el abrigo del jugador de hockey. Este traga saliva, aquellas sensaciones le hacían volverse loco.

—Mejor hablemos primero—traga con fuerza, en un susurro.

No quería hacer nada con el pintor antes de decirle el motivo por el cual no podía venir el jueves. Él le comentó su decisión sobre Nueva York en cuanto la supo, lo justo sería hacer lo mismo. El de cresta se separa un poco, sin romper contacto. Mira sus ojos, que lucen inquietos, y frunce el ceño.

—Claro, dime—indica en voz baja y suave, haciendo círculos con sus dedo índice en su nuca, calmándole.

Viktor toma un largo respiro antes de hablar.

—Me voy a Canadá.

De pinceladas y jugadas. (AU Volkacio)Where stories live. Discover now