37

387 63 0
                                    


Se deja caer en el colchón, boca arriba. Estaba agotado, las mudanzas no eran de su agrado. Y, aún menos, aquella. Había aceptado, había aceptado la oferta. Iba a mudarse a Nueva York. No sabía por cuánto tiempo, pero la decisión ya estaba hecha. Tenía miedo y emoción, no sabía lo que aquel cambio drástico le depararía. Tal vez acabaría fracasando, decepcionado y de vuelta a Los Santos. O, tal vez, por fin se podría ganar la vida con lo que realmente le apasionaba.

Hacía poco más de una semana desde que llamo a Foster y se lo confirmó. Tenía un sentimiento amargo dentro desde entonces. No por mudarse, no porque se arrepentía. Gustabo, después de interrumpir, había arreglado y aclarado las cosas con él. Prometió ir a la gran ciudad a visitarle más de una vez, y que no perderían el contacto. Después de todo, el rubio se preocupaba por él, era básicamente su única familia a final de cuentas.

Con respecto a cierto jugador de hockey sobre hielo, nada más había pasado. Viktor había tenido varios partidos fuera la ciudad durante la semana, incluso varías ofertas para equipos más profesionales. Y, Horacio, no quería más. No porque no le gustase. Lo hacía, demasiado. Pero no quería una relación a distancia por mucho que aquel ruso le quitase el aliento cada vez que se topaba con él. Podría decirse que incluso le ignoró un poco, obligándose a sí mismo a no acabar enamorado de él. Pero aquel distanciamiento había sido algo malo para el pintor, pues muchos sentimientos habían florecido desde entonces, y no podía apartarlos así como así. Igualmente, en sus ratos libres intercambiaron algún que otro mensaje medio "formal". Y, aunque el contrario no lo supiera, deseaban volver a tenerse en frente.

Pérez suelta un sonoro suspiro, volviendo a pensar en el número catorce. Era viernes, su último día. Mañana a primera hora tenía el vuelo hacia Nueva York. Michelle, junto a Jack, habían decidido hacer una pequeña comida para celebrarlo. Era lo mínimo, pues habían sido quiénes le sacaron de las sombras.

Se sienta, mirando al frente hacia la pared vacía. Dentro de un par de hora tendría que irse, luego iría a despedirse de Gustabo y a pasar algo de tiempo con él, antes de venirse al apartamento de nuevo para dormir y madrugar mañana.

Lo único que quedaba por enmoquetar está su dormitorio, la mitad de él. Una empresa de mudanzas recogería esta tarde todas las cajas para que mañana ya estuvieran en Nueva York. Tenía un piso alquilado, justo en el edificio que Michelle le señaló. Tendría todo el fin de semana para instalarse, ya que el lunes comenzaba el proyecto.

Suspira, inclinándose para tomar una caja de cartón medio vacía y comenzar a meter en ella las revistas que tenia expuestas a un lado de su cuarto. Finalmente la cierra, llevándola junto a las demás en el salón. La calefacción, como siempre, estaba alta. Había salido de la ducha y ni siquiera se había colocado algo más que un chándal gris colgado de sus caderas. A excepción de otros días, sí se había puesto ropa de interior y unos calcetines blancos.

Un par de golpes suenan en la puerta, y Horacio frunce el ceño, porque existía un timbre al lado de la misma. Extrañado, se acerca a ella. Aquel departamento no tenía una puerta con mirilla, así que sin mirar ni preguntar quién era, agarra el pomo y tira de él.

Alza las cejas cuando ve a Greco tras ella.

—Hola—saluda sonriente.

—Hola, ¿pasa algo? —Cuestiona, preocupado.

—No, no. Venía a despedirme—se balancea en su sitio.

El pintor sonríe.

—Pasa—se hace a un lado, dejándole entrar. El de barba lo hace.

—Me ha dicho Gustabo que está noche vas a cenar con él, así que vengo a despedirme ya—comenta, los dos quietos en la entrada del departamento.

—Gracias—no sabía qué decir. Sonríe sincero.

—¿No te da miedo?

—¿Miedo?

—Es Nueva York, es mucho más grande que Los Santos—silba.

El pintor lo piensa unos segundos antes de contestar, apoyado en la pared.

—Sí, mucho—ríe.

Greco le acompaña.

—Pero seguro que te adaptas bien—dice con una sonrisa.

La relación con este jugador de hockey había sido larga. Desde que Gustabo y él se hicieron amigos hace años en el equipo, siempre le veía junto al rubio. Se había convertido en su amigo después de tanto tiempo. Y le agradecía que ahora el rubio ya no estuviera tanto tiempo solo.

—Gracias, Greco. De verdad—pronuncia con sinceridad.

—Ven aquí, anda—abre los brazos, pronto se funden en un rápido y significativo abrazo.

—Cuida de Gustabo en mi ausencia, eh—carcajea el de cresta. El otro le imita.

—Lo intentaré.

Aquello era una promesa.

De pinceladas y jugadas. (AU Volkacio)Where stories live. Discover now