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Horacio se separa, sorprendido. No sabía qué esperar, pero aquello no se le había cruzado por la cabeza.

—¿A Canadá?

Volkov traga saliva.

—Sí—asiente—, me han ofrecido un hueco en uno de los equipos de hockey.

El pintor alza las cejas, sorprendido. Luego, sonríe, desconcertando al ruso.

—Eso es genial—habla, orgulloso.

Viktor suspira, llevando una de sus manos a su nuca. Frunce el ceño.

—Ya, pero está muy lejos y...

Le manda a callar con el dedo índice.

—Cállate. ¿Sabes lo impresionante que es la liga de hockey en Canadá, Vik? —Reprende.

El nombrado alza las cejas.

—¿Cómo sabes eso? —Cuestiona, realmente confuso.

Pérez suelta una pequeña carcajada.

—Gustabo no para de hablar de ella—se encoge de hombros, volviéndose a acercar al alto.

Ahora, rodea su cintura con sus brazos, haciendo que este haga lo mismo con sus hombros.

—¿Y cuándo te vas? —Cuestiona sin alzar la voz.

—El viernes—contesta, tocando uno d e los rebeldes mechones que caían en su frente.

El pintor suspira, observando sus ojos. Estaban destinados a estar separados. Pero lo justo era que cada uno persiguiera sus propias metas, ¿qué sentido tendría que se retuvieran el uno al otro? Horacio sabía que le dolería dejarlo ir, porque por mucho que quisiera, Canadá estaba demasiado lejos. Tal vez con el tiempo aquel amor solo se convertiría en un dulce recuerdo de lo que podía haber sido y nunca pudo.

Pero, ahora, ninguno de los dos quería soltarse.

—¿Entonces esto es una despedida? —Susurra el de cresta.

El número catorce coloca suavemente sus labios en la frente del chico, cerrando los ojos y dejando un beso en la misma.

—Supongo—dice aún más bajo, con pesar en su voz.

Ambos se mantienen en silencio, de pie en la entrada del departamento, uno junto al otro. Pérez coloca una de sus manos en su nuca, tirando de está bajo la atención del contrario. Sus alientos se mezclan, y abren los labios a la espera. De nuevo es el de cresta quien toma la iniciativa, besándole de manera lenta, por fin.

El beso es lento, pausado y sin prisas. La necesidad del uno hacia el otro era la que llevaba las riendas de la situación. Aquel mes había sido largo.

Horacio vuelve a bajar la mano, comenzando a deshacer el cierre del abrigo del ruso, con extrema parsimonia. Mientras, Viktor estaba deleitándose con los labios del otro, además que aprovechaba para trazar dibujos imaginarios sobre la piel descubierta de sus hombros, causando los escalofríos de este. El pintor sube sus manos por debajo de la prenda, llegando a sus hombros y con su ayuda haciendo que este caiga al suelo junto a la bufanda y a la mochila. Luego, los dedos del jugador de hockey se afianzan en la cintura desnuda del otro, pegando su cadera a la de él. El de cresta abre la boca en un breve jadeo inaudible, rompiendo el beso. Todo es delicado. Mientras que recupera el aliento perdido, no escatima en comenzar a acariciar desde su cuello hasta bajar a su pecho cubierto por el grueso jersey oscuro. En este momento, ambos tienen las mejillas sonrojadas y los nervios a flor de piel.

—¿Tienes que ir a trabajar hoy? —Pregunta el de pelo plateado contra su mejilla, en un susurro.

—A las cinco y media—comenta, subiendo de nuevo su vista hasta sus irises azules—. Pero puedo decir que estoy enfermo.

La seriedad con la que lo dice hace que a Viktor se le escape una carcajada, rompiendo la tensión del momento. Horacio también ríe, aprovechando para atacar de forma más brusca su boca. El gruñido que suelta hace suspira mentalmente al de cresta, totalmente ciego por este chico. Esta vez el beso es más rápido, con deseo.

De pinceladas y jugadas. (AU Volkacio)Where stories live. Discover now