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Tararea en la cocina, colocándose los guantes del horno para sacar la bandeja de galletas del mismo. Le gustaba cuando no había nadie en la pastelería, porque podía estar en su salsa. Era medio día, la hora de comer, por lo que nadie había venido desde hacía una hora. Por eso es que, cuando la campana de la entrada suena, el pintor frunce el ceño y sale de la cocina para ver de quién se trata. Alza las cejas cuando ve a Adeline agarrada de la mano de Jack, quien inspecciona el local mientras que la niña tira de él. Esta dibuja una enorme sonrisa en su rostro cuando ve al de cresta aproximarse al mostrador.

—¡Hola Horacio! —Exclama, llegando a su frente, aún con la barra entre ellos.

—Hola, bonita—sonríe con calidez, inclinándose para acariciarle la mejilla, que recibe la caricia gustosa.

Alza la mirada hacia el pelinegro.

—Buenas—saluda este.

—Buenas—se lo devuelve, acomodándose de nuevo en su sitio.

Se ajusta el delantal en su espalda.

—¿Queríais algo en especial? —Cuestiona.

—Adeline estaba deseando venir aquí—señala a la pequeña.

Horacio se fija en esta, viendo como tiene una pequeña mochila escolar de mariposas azules en su espalda. También lleva vestido amarillo, resaltando su piel morena. A eso se refería cuando decía que no se parecía a ninguno de ellos. Ade es morena, con el pelo rizado y los ojos negros. El resto eran de piel muy blanca, y ni siquiera entre ellos se asemejaban. Pérez es muy curioso, y se moría por saber qué relación existía entre todos, porque cada uno era de una forma diferente.

—¿Qué es eso? —La niña apunta con su pequeño dedo índice a una página del folleto de la pastelería, señalando exactamente a unos gofres con nata montada dentro.

—Es muy temprano para comer eso, Adeline. Acabas de comer—regaña Conway.

La cría, en reacción hacia esto, le mira con el ceño fruncido y poniendo la boca en forma de pez. Infla sus mejillas, creando una imagen completamente adorable a ojos del de cresta, que no evita sonreír divertido.

—Tranquilo, puede guardarlos para más tarde—le quita peso al asunto.

La de pelo rizado le mira contenta, brindándole una amplia sonrisa carente de dientes.

—¿Enserio? —Interroga emocionada.

Horacio asiente con la cabeza repetidas veces, siguiéndole el juego.

—Claro.

Jack se aclara la garganta.

—Ponme dos, entonces—asiente, sacando la billetera del bolsillo trasero de sus pantalones, aún sosteniendo la mano de la niña.

—¿Queréis algo dentro, o solo la nata?

—¡Fresas!

—Sí, eso está bien—cede a la fruta elegida por la infante.

—Ahora vengo—anuncia Pérez, retirándose a la cocina para hacerlos.

Mete la masa en el molde, encendiendo la máquina y dejándolos hacer. Mientras, agarra la crema y la fruta, cortando esta última. También pilla un pequeño paquete y unos envoltorios. Cuando la máquina suena, avisando de que ya están cocinado, los saca con cuidado de no quemarse, dejándolos sobre el papel y procediendo a decorarlos. Una vez hecho, los mete en el paquete.

De reojo ve una pequeña libreta, y se lo piensa dos veces antes de tomarla. Apunta algo en una de las hojas, arrancándola después y saliendo por fin de la cocina. Cuando de nuevo está frente al mostrador, ve a la niña admirando los pasteles de la vitrina frigorífica mientras que Conway habla por teléfono. Adeline lo mira, yendo a su frente tras la barra. Horacio en cambio rodea esta, arrodillándose más tarde a su lado, y teniéndole el paquete a sabiendas de que no es pesado.

—Que bien huele—saca la lengua para humedecerse los labios, hambrienta.

El de cresta con mechas se ríe.

—¿Me haces un favor? —Susurra luego de unos segundos observando cómo la de pelo rizado quiere atacar a los dulces.

—Sí—susurra también, acercándose al pastelero para que el secreto quede entre ellos dos.

—¿Le puedes dar esto a Viktor? —Le da una nota doblada.

—¿Qué es? —Pregunta inocente, tomando el papel.

—Es un secreto—se pone el índice en los labios.

Adeline, comprendiendo, le imita, creando una "O" con la boca y así entiendo la cabeza de forma cómplice.

—Y esto para ti—le mete una piruleta en el bolsillo de su vestido—. Pero no lo enseñes, ¿vale? Que te lo quitan.

La pequeña deja el paquete de vuelta en las manos de Horacio, para después rodearle el cuello con sus pequeños brazos, mientras mantiene una sonrisa amplia. El abrazo dura poco, pero aquel sincero gesto hace que el corazón del pintor se encoja. Vuelve a tomar el paquete y se acerca a Jack, que cuelga su llamada y presta atención a la niña. Pérez se pone de pie, aún afligido por la escena que acaba de vivir. Conway se acerca hasta él, para tenderle un billete y volver a tomar la mano de Adeline.

—Tenemos que irnos—le dice—, quédate con el cambio.

Horacio sonríe en forma de agradecimiento, observando cómo los dos se marcha y la de pelo rizado agota la mano mientras se aleja.

De pinceladas y jugadas. (AU Volkacio)Where stories live. Discover now