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No estaba seguro si se trataba del número 14, pero su instinto lo intuía. La cabellera clara que vio aquella noche de espaldas podría ser perfectamente la suya. Estaba sorprendido de que fuera más atractivo de lo que se había parado a observar en la pastelería, porque tenía claro que se trataba de la misma persona. Esa vez, a diferencia de ayer, llevaba un jersey negro con el cuello de una camisa blanca sobresaliendo. Pero antes de poder seguir analizando su vestimenta y porte, nota cómo ha estado mirándole durante más tiempo del necesario, haciendo que el de pelo gris y ojos azules desvíe estos hacia su dirección. Aquella mirada le hace tragar en seco, notando calor en sus mejillas y volviéndose a girar para terminar la conversación con Michelle.

—Por fin llegas, Volkov—se queja la pelirroja, aún escondiendo a la niña tras sus piernas.

—Estaba entrenando—acota serio.

—¿Otra vez tienes partido?

—No, uno por diversión esta tarde.

Eso confirma la teoría de que se trataba del número 14, el mismo que consiguió que Gustabo se lesionara.

—Bueno—desvía su atención al pintor, que tiene la mirada perdida en el suelo—, llámame esta tarde, ¿vale?

Pérez asiente con la cabeza.

—¿Cómo decías que te llamabas?

—Horacio, Horacio Pérez.

—De acuerdo, Horacio, esta tarde, ¿sí?

Vuelve a asentir.

—Muchas gracias—agradece con una sonrisa.

Y sin mirar a nadie más, tras despedirse se da la vuelta y sale de la galería.

[...]

Se coloca el casco y pone en marcha su moto, tomando rumbo a la pista de hockey. Gustabo ya le había avisado de que estaba allí, en la banca sentado por su incapacidad para jugar. El médico le había recomendado estar mínimo dos semana con la escayola, y aquello no le gustaba, pero no tenía otra opción. Minutos después, Horacio apaga el vehículo y guarda el accesorio de seguridad dentro del maletero del asiento. Se había cambiado de ropa, ahora traía una sudadera gruesa negra y unos pantalones vaqueros del mismo color. No tenía ganas de pasar frío, por lo que las capaz de la parte superior no escasearon.

Camina hacia la entrada principal con prisa, empujando la doble puerta para entrar. cuando lo hace, lo único que se escucha es el sonido de los patines y los palos chocando entre sí. Busca con la mirada aquella cabellera rubia, encontrándolo sentado en el banquillo. Se aproxima hacia esa dirección, pasando a su vez la vista por la pista, diferenciando los uniformes de los dos equipos.

—Hola—saluda al llegar, sorprendiendo a García, que parecía estar muy metido en el partido.

—Que rápido has venido—puntualiza, volviendo a girar el cuello al frente.

El pintor toma asiento a su derecha, recostándose en el respaldo de la butaca.

—¿Sabes? Me he encontrado dos veces con el número 14—comenta después de un largo silencio observando las jugadas.

Aquello le hace fruncir el ceño.

—¿Con Volkov? ¿Y eso?

«¿Ese es su nombre?», se pregunta.

—En la pastelería y en el museo—informa, buscando al nombrado en la pista.

Da con él, es quien conduce el disco con su stick. La habilidad y velocidad de sus movimientos vuelve a impresionar al de cresta, quien no le quita ojo de encima. De nuevo aquellos deseos de plasmarle en un lienzo estaban haciendo cosquillas en las puntas de sus dedos, consiguiendo que los frote entre sí para calmarlos.

—¿Y? ¿Qué pasa? —Cuestiona Gustabo, extrañado por verle tan atento al partido.

Pero se fija en que no es al juego al que observa, exactamente.

—¿Te ha gustado o qué?

Aquello sorprende al pintor, que vuelve el cuello para encararle. Se encoge de hombros, sin saber qué decir. Tampoco podía negar que sentía cierta curiosidad hacia el jugador.

—Pues lo mismo que tiene de bueno en la pista lo tiene de soso—bufa con sorna—. Es muy... ¿serio? ¿Frío? No sé, no da conversación nunca, y no vienen a las celebraciones de después. Es difícil mantener una conversación normal con él durante más de dos minutos.

No era motivo de pasmo para Pérez, de alguna manera ya se lo imaginaba. Pero no era eso lo que le atraía. En realidad, no sabía con exactitud de qué se trataba, pero las dos veces que lo había visto patinar y jugar su imaginación artística había despertando con fuerzas y ganas.

—No lo sé—se encoge de hombros.

El pitido de final del primer tiempo suena, haciendo que cada equipo vaya a su lugar a descansar durante unos minutos. A pesar de ser un partido para pasar el rato, estaban tomándoselo en serio. Horacio vuelve a tragar en seco cuando el número 14 se quita el casco protector, pasándose una mano por su pelo revuelto. Tampoco podía negar que era muy atractivo.

Desde su sitio podía ver la fina capa de sudor que cubría su rostro, marcando así con énfasis su ceño fruncido y su mandíbula. El tono de llamada de su móvil le hace salir de la ensoñación de la que estaba preso.

—¿Sí? —Descuelga la llamada.

—Hola, Horacio, soy Michelle. ¿Te viene bien mañana por la mañana?

Sonríe contento.

—Sí, sí. Claro—asiente con efusividad, ganándose la atención de algunos jugadores que llegaban para beber agua.

—De acuerdo, ten buen día.

—Igualmente—contesta sonriente, finalizando así la conversación.

—¿Por qué tan feliz? —Interroga Gustabo con un sonrisa burlona.

—¡He conseguido que quieran ver mis cuadros! —Exclama.

Ante eso, el rubio copia su expresión.

—Pues habrá que celebrarlo, ¿no? —Interrumpe Greco, terminándose su botella de agua.

Lo que el pintor no sabía es que el número 14 estaba de espectador a unos cuantos metros de distancia.

De pinceladas y jugadas. (AU Volkacio)Where stories live. Discover now