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Sopla en la taza, mirando su café hirviendo. Luego se lleva la misma a los labios, dando un pequeño sorbo para dejarla de nuevo sobre el pequeño plato de porcelana blanca.

—¿Y te lo has pensado? —Comenta el rubio, con cuidado.

Ayer, después de aquella charla con el agente y "ese" momento previo con el ruso, no tardó en decirte a Gustabo que necesitaba hablar con él. Aunque pensaba que estarían a solas, a últimas le preguntó que sí Greco podía ir. El pintor ya tenía sospechas de que esos dos ya estaban en una relación formal, pero se lo preguntaría más tarde.

Suspira. —No sé, hay tantos puntos que tener en cuenta que ya no lo sé.

Jugaba con el esmalte negro de sus uñas cortas. Hacía mucho que no se las pintaba, y aquella mañana despertó con ese antojo. Aunque no le duraría mucho, pues siempre se lo acababa quitando cuando estaba ansioso o nervioso.

—¿Puntos? ¿Cuáles puntos? —Frunce el ceño.

A un lado se encontraba el de barba, comiendo en silencio su desayuno.

—Es Nueva York, Gustabo. Nueva York—remarca el lugar, ahora mirándole.

—¿Y? ¿No es tu sueño? ¡Esa línea es todo lo que siempre has querido, Horacio! —Estaba molesto de su indecisión, pues conocía que en realidad habría aceptado aquella oferta sin siquiera pensarlo.

El de cresta toma un respiro.

—Además, dijiste que no sería para siempre, que después de un tiempo podrías trabajar desde aquí si quisieras.

Aquello era cierto. Solo necesitaba unas semanas, tal vez meses, para adaptar todo allí. Luego, podría volver aquí para trabajar desde casa. Solo tendría que hacer viajes a la ciudad para las exposiciones o ventas importantes, si es que conseguía alguna.

—¿Qué pasa? ¿Te lo estás pensando por Volkov o qué?

Aquello hace que Pérez le mire directamente, y que el jugador de hockey de su derecha le dé un zape en la cabeza por lo que ha dicho.

—Gustabo—reprende Greco.

—No—dice él—. Si está pensándoselo porque está enamorado del ruso tiene que terminar aquí. No puedes perder esta oportunidad, Horacio.

—No estoy enamorado—es lo único que puede decir, con el ceño fruncido.

—Sí lo estás, y punto. Pero no tienes que dejar escapar esa oferta por eso.

Esa conversación no le estaba gustando al pastelero.

—¿Tan débil y dependiente crees que soy para depender de los sentimientos que tenga o no hacia una persona?

Eso había salido de su interior más profundo, lleno de rabia repentina.

Se torna silenciosa la mesa durante unos segundo demasiado largos. Gustabo está sorprendido, nunca le había oído hablar con tanta tristeza y rencor.

—¿Q-qué? No, claro que no. Solo que...

No le deja terminar. Se levanta de su silla, echándola hacia atrás en un chirriante sonido al ser arrastrada. Luego, se cuelga la bolsa de tela en la que llevaba revistas antiguas y saca su monedero, dejando un billete sobre la mesa.

—Es suficiente, no quiero oír más—finaliza.

Toca la taza una última vez.

—Y el café ya está frío.

De pinceladas y jugadas. (AU Volkacio)Where stories live. Discover now