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Sitúa a Adeline en sus piernas, mientras está come un flan de vainilla y caramelo que habían encargado. Michelle y Jack conversaban tranquilamente, terminando sus copas. Horacio, mientras, cargaba a la niña encantado, mientras esta tarareaba alguna melodía inventada. El teléfono del pintor vibra en su bolsillo. Lo saca de este, y mira de quién se trata.

G: «¿Paso a por ti a las 7?»

H: «Sí, a mi apartamento»

Ya habían terminado de comer. Para la sorpresa de Pérez, había disfrutado del tiempo. Aunque no iba a negar que estaba decepcionado por no ver allí a quien creía que iba a estar. Según le había comentado la mujer, estaba en un partido importante fuera de la ciudad. Los entrenadores de otros equipos comenzaban a fijarse en él, y no es algo que le extrañase al pintor, pues lo primero que le llamó la atención del ruso fue su gran habilidad.

Se había percatado que en toda la comida no había dejado de pensar en él y en el viaje. Tal vez irse sin verle haría las cosas más fáciles. Después de todo, solo habían sido dos tontos besos... ¿No?

Vuelve a mirar la pantalla de su móvil, intentando prestar atención a lo que la niña le cuenta. Entra en mensajes y se mete en su conversación, observando la foto de perfil. Suspira. Se humedece los labios y escribe un mensaje, que lo borra. Lo intenta otra vez, y acaba haciendo lo mismo. Observa la hora, sabiendo que ya tiene que irse si quiere terminar de ordenar todos los papeles antes de trasladarse.

—¿Has terminado, Ade? —Le pregunta después de verle jugando con la cuchara.

Esta sonríe con la boca manchada de caramelo líquido. Al de cresta se le contagia.

—¿Quieres jugar? —Inquiere la niña.

—No puedo, cielo. Tengo que ir a casa a hacer las maletas—acaricia su cabeza.

—¿Te vas de vacaciones?

Horacio suelta una pequeña carcajada.

—Algo así.



[...]



Respira, extasiado. No sabía que tenía tanta ropa, estaba cansado de doblar y guardar. Incluso tenía conjuntos que nunca ha llegado a ponerse, pero aún así los ha empaquetado. Mira su cama, que permanecía hecha. Cuando mañana se levantará, solo tenía que tirar de las sábanas y meterlas en una bolsa e irse. A paso lento, anda hacia el estudio. Enciende la luz, pues ya era de noche. Los cuadros y esculturas estaban colocadas a un lado. Aquello sería recogido tal cual por la empresa de transporte, así que no debía preocuparse por estropearlos en una caja.
Observa el primero, el mismo que pintó aquella noche cuando sentía la necesidad de plasmar al número catorce. Luego, lo agarra. Cuando le echó el trapo por encima solo se corrió un poco la pintura del hielo, quedando incluso mejor. Se da la vuelta y lo carga hasta el escritorio. Aquel mueble lo dejaría en el departamento. Lo posa allí, admirándolo.

Frunce el ceño, maldiciendo mentalmente. Agarra su teléfono móvil y lo desbloquea. Se mete en su conversación y escribe el mensaje. Le da a enviar sin leerlo una segunda vez.


[...]

Mastica mientras ríe, pulsando los botones del mando de la consola. Gustabo tiene el ceño fruncido y la lengua fuera. Una vez más, Horacio estaba ganando la partida casi sin esforzarse.

Habían pedido pizza para cenar, ya que ninguno quería cocinar. Aquello no era una despedida, solo una noche de amigos que volvería a repetirse dentro de un tiempo. Habían jurado para sí mismos no ponerse tristes, pero cada vez que veían que la hora en la que el pintor tenía que marcharse se acercaba, intentaban distraerse haciendo reír al otro.

La pantalla avisa de que el juego ha terminado, el de cresta saliendo victorioso por innumerable vez. El rubio resopla, dejando el mando encima de la mesa, junto a la caja de pizza.

—Es imposible jugar contra ti—refunfuña.

—¿Ya te has cansado de perder?

—Cállate.

Carcajean al unísono. Se quedan en un silencio cómodo durante un breve momento.

—¿Y es bonito tu nuevo apartamento? —Cuestiona Gustabo, luego de dar un trago a su cerveza.

El pintor traga su último trozo de pizza antes de responder.

—Tiene unas ventanas increíbles por donde entra la luz de pleno—comenta fascinado.

Entonces el rubio ríe alto.

—¿Y ya está?

—Es muy amplio y está en buena zona—añade, gesticulando.

—¿Tendré que ir algún día a verlo, no?

Horacio le observa con una sonrisa.

—Más te vale, perro.

—¿Has vuelto hablar con el ruso? —Cuestiona luego de un rato, justo cuando el de cresta está revisando sus notificaciones.

Suelta un suspiro.

—No desde el martes.

—Según me ha dicho Greco están de partidos—chasquea la lengua.

—Ya.

García observa a su amigo de reojo, y le da un leve empujón. Luego, cuando esté gira la cabeza hacia él, se lleva la lata de cerveza a la boca, disimulando.

—Tranquilo, tu ruso llegará para despedirse—se encoge de hombros, restándole importancia.

Pérez se echa hacia atrás, ni siquiera va anegar que eso es lo que quiere. Aún por su cabeza ronda el mensaje que horas atrás le había enviado, y que no había obtenido ninguna contestación. Viktor sabía que su vuelo salía mañana temprano, ¿iba a decirle adiós, aunque sea?

—Voy al baño—deja el teléfono en la mesa y se levanta para ir donde ha indicado.

Gustabo observa cómo se marcha, y luego se dedica a terminar su cena mientras curiosea en sus redes sociales. Su mirada se desvía entonces al móvil de Horacio, que se ilumina pero no suena. Lo agarra con el ceño fruncido, y entonces ve una llamada entrante de "Viktor". Descuelga con una sonrisa ladeada.

—¿Horacio? —Cuestiona apresurado al otro lado de la línea.

—No está—contesta el rubio.

Se queda callado unos segundos.

—¿Gustabo? ¿Puedes pasarle el móvil a Horacio, por favor? —Pide.

—Está en el baño—informa, revisando para ver si viene o no de esa dirección.

Volkov suspira.

—¿Pero está en su apartamento?

—No, en el mío. ¿Por?

El de pelo plateado cierra los ojos.

—Da igual, gracias.

Y, cuando va a colgar, García llega a decirle una última cosa.

—¿Te paso la dirección?

—Por favor.

De pinceladas y jugadas. (AU Volkacio)Where stories live. Discover now