24

377 63 1
                                    


—No pasa nada, Horacio. No tienes que aceptar cada contrato que te ofrezcan si no te convence al completo—pone una mano en su hombro.

Este suspira, mirando a sus pies. ¿Y si se había equivocado?

—No sé...

—Tranquilo, la otra noche le gustaste a mucha gente, no tardarán en volverse a poner en contacto con tu agente.

Su agente era Gustabo, y había sido obligado a ello a cambio de un par de cruasanes de chocolate todos los domingos.

—Si quieres, podemos hacer otra exposición.

Aquello hace que el pintor suba la mirada, para observarle sorprendido.

—¿En serio?

—Claro, la otra noche fue un éxito—sonríe, esperanzándolo.

Cuánto tiempo había pasado desde entonces. ¿Dos semanas?

—Piénsatelo, ¿vale? Y tranquilo, tus obras ya están triunfando sin alguien que las promocione, tomate tu tiempo.

Michelle aparta el toque de su hombro, dejando caer el brazo a su costado.

—Vale, gracias...

No sabía qué decir, pero se sentía agradecido con que la mujer fuese tan cercana a él. La pelirroja se da la vuelta, yendo detrás del mostrador. Se pone a teclear en el ordenador que hay allí. Horacio toma eso como un adiós, y se da la vuelta.

—Adiós—se despide, agitando la mano.

—Adiós—se lo devuelve, siguiendo su tarea.

Pérez camina fuera del museo, tomando un largo respiro cuando ya está fuera. Mira el cielo, pero lo ve todo gris. Iba a llover en cualquier momento.

Y eso es lo que ocurre de camino a su moto aparcada, comienza a chispear.

—Me cago en... —Maldice en voz alta, corriendo hasta sentarse en el vehículo y colocarse el casco.

La lluvia comienza a apretar, cada vez mojándolo más. Pone en marcha la anterior, saliendo a toda velocidad por la carretera, pero teniendo cuidado de no tener un accidente. Eso era lo que menos quería en ese momento, como es obvio.

Su ropa estaba empapada de arriba a abajo, y se comenzaban a oír truenos a lo lejos. Tal vez debía parar en algún lugar. El clima cada vez era peor y su casa estaba lejos, igual que la pastelería. Entra a la ciudad, ya que el museo estaba más al norte. Su mirada se agudiza cuando enfoca sus ojos en el estadio de hockey. Sin pensárselo dos veces, gira la moto hacia esa dirección. Con la misma prisa, aparca de mala manera cuando ve un relámpago cerca, para después escuchar el sonido. Bloquea el vehículo y corre hacia la entrada. La luz se había ido casi al completo al estar el cielo cubierto por esas grandes nubes negras. Golpea la puerta, maldiciendo de nuevo en voz alta cuando está cerrado. Hay un pequeño techo encima de esta que le cubre del agua, pero se gira para irse hacia su motocicleta. Otro trueno le detiene.

«Es demasiado peligroso conducir así, pero también lo es quedarse», piensa, frunciendo el ceño y buscando una solución.

Saca el móvil de su bolsillo, completamente empapado. Lo enciende, pero no da en sí. La desesperación empieza a controlarle. Habían pasado poco más de diez minutos, ¿cómo esto habían escalado tan rápido? Odiaba el invierno.

—¿Horacio? —Pregunta una voz.

El chico se gira en busca del proveniente. Ivanov le observa con un paraguas abierto.

—Ven conmigo—señala su coche, que permanece con las luces encendidas, al igual que el motor.

Este no duda en hacerlo.

De pinceladas y jugadas. (AU Volkacio)Nơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ