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Se despide de Isa y sale junto a Volkov.

—¿Traes tu coche? —Interroga una vez fuera, ajustándose la bufanda al cuello.

—Sí, ¿y tu moto? —Le mira.

Horacio señala el vehículo tras el suyo.

—Ahí.

El ruso mira donde apunta.

—¿Has montado alguna vez? —Cuestiona, sacando las llaves del bolsillo de su abrigo.

—No, voy bien con mi coche—chasquea la lengua.

—O sea, tienes miedo—ríe el pintor, divertido.

El número catorce desvía sus ojos ahora al chico, viendo su expresión graciosa. Enarca una ceja.

—¿Miedo?

—Sip—remarca la ultima letras, dando un paso hacia él. Este se gira para también acabar en frente.

—¿Lo comprobamos?

Están cerca. Horacio se acerca a su rostro, inclina hacia atrás la cabeza. Entreabre los labios, soltando un suspiro en la boca del ruso. Este deja de respirar, ansioso. Pero cuando va a ser él quien da el paso, Pérez pone una mano en su pecho y lo echa hacia atrás.

—Venga, tengo dos cascos—informa, divertido por la escena anterior. Se gira y camina hacia su moto.

Y, dejando su coche ahí, le sigue. Ve cómo el chico abre el asiento, sacando de allí otro casco. Se lo da al más alto, mientras que este observa cómo se abrocha el suyo. Pasa una pierna por el asiento ya cerrado, acomodándose y esperando a que se monte.

—Venga—da un par de palmadas detrás suya, con una sonrisa tapada.

El número catorce se coloca de igual manera el accesorio de seguridad. Luego, toma asiento detrás del pintor.

—Agárrate, detrás—señala la parte trasera de la moto, donde era lo correcto.

Este le hace caso, ajustando ahí las manos. Horacio pone en marcha el motor, saliendo del sitio y acelerando en la carretera. La inercia hace que se sujete con más fuerza, y el pintor nota lo tenso que está. Gira el acelerador, pues no iba al límite de velocidad. Volkov sabe que lo está haciendo a posta, pero el agarre seguro no le es suficiente. Luego de unos minutos, al de pie aceituna le toca parar en un semáforo en rojo.

—¿Cómo vas? —Pregunta en voz alta, riendo.

Viktor, aprovechando, se suelta de donde se sujeta y rodea su cintura, haciendo que este se sobresalte.

—¿Q-qué haces? No es seguro—dice, nervioso.

Ahora es el jugador de hockey quien carcajea.

—Entonces ve más lento.

Se escucha un claxon tras ello, y a Pérez no le queda otra que hacer lo que dice. No tardan mucho en llegar a su edificio. El ruso es el primero en bajar. Sus piernas estaban cansadas por el temblor de la moto. Luego se quita el casco y se lo pasa a Horacio, que también lo hace ya de pie. En silencio bloquea el vehículo y caminan hacia la puerta, empujándola y entrando. Sin formular palabra suben la escalera a la par, hasta que llegan al piso de su apartamento. Introduce la llave en la cerradura, abriendo la misma. Deja que el de piel pálida sea el primero en entrar, para después hacerlo él y cerrar.

El pintor va al salón, deshaciéndose de la bufanda, los guantes y el abrigo. Aquel día traía una sudadera color crema y unos vaqueros de mezclilla claros y un poco anchos, además de las botas militares para resguardarse del frío.

De pinceladas y jugadas. (AU Volkacio)Where stories live. Discover now