E P Í L O G O

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El marcador muestra los mismos numero. Las gradas están llenas, sumergidas en el suspense del partido. Quedaban díez escasos minutos para el final de la segunda parte, que anunciaría la victoria para uno u otro.

El nuevo fichaje con el número catorce en la espalda patina a toda velocidad de un lado a otro, sorprendiendo a los hinchas del equipo local. Los minutos pasan y a la novedad del partido le pesan las piernas. Aún así, los pases no le faltan, y recibe como si fuera el primer minuto. La intensidad es mayor que en ningún otro juego, y es notorio para el ruso. De todos modos, persiste. Y, los directores saben que han hecho bien en su fichaje cuando Viktor Volkov marca el último disco ganador.

La grada estalla en euforia, celebrando el punto decisivo. Pero el chico huye del círculo formado por sus nuevos compañeros, buscando a alguien en el banco tras la barrera. Y, mientras el locutor despide, Viktor patina hasta la salida. Sigue buscándole. Una sonrisa tranquila se forma en su rostro cuando este se acerca a trote hacia él.

—¡Ha sido espectacular! —Exclama contento.

El de pelo plateado tira de su nuca para besarle de una buena vez. Unos gritos hacen que se separen.

—¡Volkov, ven aquí! —Exclama el capitán del equipo, a la espera con sus compañeros, quienes le observan con diversión.

—Ve, anda—dice Horacio, dándole un empujón para que se vaya.

—Espérame fuera, no tardo—habla mientras vuelve al círculo.


[...]


Escuchan cómo algo cae, pero no reparan en ello.

—¿No tenías que ir al museo esta tarde? —Interroga siendo interrumpido por un beso entre palabra y palabra, mientras que el pintor está ocupado retirándole el abrigo.

—Tenemos tiempo, Brooklyn está al lado prácticamente—contesta, sin dejar de besar su cuello.

—Vale—accede sin pensarlo mucho, quitándole la sudadera que traía.

Le pega contra la pared del pasillo de su departamento, ahora siendo él quien ataca con sus labios su garganta. Siente cómo su móvil empieza a vibrar en el bolsillo trasero de sus pantalones, y se separa con el ceño fruncido. Lo toma de mala manera, sacándolo y mirando de quién se trata. Su expresión se suaviza cuando ve que es Adeline, que había conseguido tener un móvil de niños que tenía solo con el contacto de Jack, Michelle, Viktor y Horacio.

—¿Qué pasa, Ade? —Cuestiona, observando al de cresta en frente suya.

—Hola—ríe.

Esta se le contagia al número catorce. Deja caer su frente en el hombro del antiguo pastelero, aún con el teléfono en la oreja. Suspira y sonríe antes de responderle.

—Hola.

Siempre se las arreglaban para interrumpirles.

De pinceladas y jugadas. (AU Volkacio)Where stories live. Discover now