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El moreno abre la boca, dejando ver cómo sus dientes comienza a teñirse de rojo por la sangre. Por el impacto se había mordido la lengua, y su mandíbula chirriaba en dolor. No sabía que el pintor tenía tanta fuerza, pero ahora solo se limita a girar su cabeza para mirarle. No tarda mucho en llegar a su frente, agarrando su bufanda en un puño y acercándolo a su rostro. La intensidad con la que le miran esos ojos de diferente color de aturde.

—¿Qué diablos haces? —Interroga furioso.

—Suéltalo—espera Gustabo, acercándose para hacerlo. Pero este le ignora.

—¿No te gustaba la pelea? —Susurra Horacio, amenazador.

Aquella no era una faceta que soliese sacar, en absoluto. Pero no se iba a dejar intimidar. No se mueve, no opone resistencia en su agarre. Está ahí, tranquilo. Por dentro gritando del dolor de sus nudillos. Ivanov suelta una carcajada, atónito.
Presiona aún más la tela, comenzando a asfixiarle. Viktor, dándose cuenta de ello, da unos pasos hacia delante, estando a espaldas de Horacio.

—Suficiente, Ivanov—corta tajante con un tono serio y marcado.

Este aparta sus ojos de la expresión del de cresta, calvándolos en los azules del número catorce, que le miran enfadado. Suelta otra pequeña carcajada cuando comprende la situación y la posición. Libera a Pérez de un empujón, este dando un respiro por la falta de aire que comenzaba a causarle. Choca contra el pecho del ruso sin querer, que lo sujeta de los hombros para que no pierda el equilibrio, pero aún sigue sin dejar de mirar a su compañero de equipo. Y este, con esa última imagen, se da la vuelta y patina hasta la banca, para luego perderse de vista.
De nuevo la pista vuelve a quedarse en silencio. Gustabo carraspea la garganta, luego dando dos palmadas.

—Bueno, hemos acabado por hoy.

En silencio todos repiten lo que anteriormente había hecho el moreno, intentando olvidar la escena pasada y cambiando de tema. En el sitio, Viktor suelta a Horacio, y este parpadea. No quiere girarse a verlo, le da vergüenza. Por una vez, le habían obligado a ser impulsivo sin pensar en nada más.

—Vamos—ordena Gustabo, tomándole del brazo y obligándole a caminar. Este le sigue.

Cuando llegan al banquillo ya no hay casi nadie, eran más rápidos de lo que creía. Allí, toma sus botas y se sienta para deshacerse de los patines. No tarda en hacerlo, situándose de pie y metiendo las manos en los bolsillos de su abrigo para calmar el ardor de los nudillos de la derecha.

—No hagas eso, vas a infectarlo—regaña el rubio al verle hacerlo.

El pintor bufa, haciéndole caso y sacando la mano, sintiéndose como un niño que acaba de hacer una trastada. Siente la presencia del más alto a su izquierda, que también se pone de pie al terminar de cambiarse de calzado.

—En los vestidores había un botiquín d e primeros auxilios, ¿no? —Le pregunta García.

—Sí—contesta sin más.

—Ve a por él, voy sacando el coche—le dice ahora a Horacio. Este enarca una ceja.

Gustabo se gira, yéndose, dejando a ambos solos. Sabía qué pretendía.

—¿Sabes el camino? —Interroga el jugador de hockey, a sus espaldas. El pintor podía notar lo tenso que era todo.

Se da la vuelta, mirándole por primera vez desde lo ocurrido. Niega con la cabeza, de repente la timidez envolviéndole.

—Sígueme—dice.

Hace lo ordenado, siguiéndole desde atrás. No tardan mucho en bajar unas escaleras y entrar a los vestuarios. Allí, Volkov camina hacia un lado, tomando el botiquín del respectivo lugar. Todo bajo la atenta mirada del pastelero.

—Siéntate—señala la banca.

Este de nuevo obedece. El ruso toma asiento a su lado, abriendo y sacando lo necesario. Abre la mano para que Horacio la ponga encima y pueda curarle. Este lo hace, nervioso.

Una notificación llega al móvil del de cresta y lo saca con la mano libre.

G: «Greco me ha dicho que ya está en la ciudad, vas a tener que irte con el ruso:)»

G: «;)»

El pintor frunce el ceño, no sabía por qué seguía siendo su amigo.

No se ha percatado de que Viktor estaba ocupado humedeciendo en alcohol medicinal un pedazo de algodón. Le mira durante un microsegundo antes de posar la gasa sobre las rozaduras de sus nudillos. Aquello escuece más de lo que el de piel aceituna se había imaginado. Se muerde el labio inferior.

—No sabía que eras fácil de provocar—comenta sin alzar la voz, lo suficiente como para que el contrario le escuche.

—¿Qué? —Cuestiona, confuso. Desde su posición podía oler el perfume de Volkov, a pesar de que aún estaba un poco taponado.

—Golpear a alguien por un accidente es algo impulsivo.

¿Estaba hablando en serio? Horacio no se contuvo en lanzar una risa atónita, haciendo que el número catorce levante la mista de sus heridas. Quedan más cerca de lo normal.

—¿Crees que eso era un empujón accidental? —Comenzaba a molestarle que el de pelo plateado dudará de él.

—Claro que lo fue—se echa hacia atrás, cerrando el botiquín de primeros auxilios.

—Claro—asiente sarcástico.

Volkov frunce el ceño.

—Habla claro, Horacio. ¿Por qué no iba a ser un accidente? —No lo entendía, desde fuera parecía que se llevaban bien.

El pintor mira sus nudillos. Luego, se pone de pie. Suspira, ajustándose el abrigo. Tenía los guantes dentro de uno de los bolsillos.

—Déjalo, Viktor.

Maldice mentalmente al momento en el que pronuncia eso. Estaba acostumbrado a hacerlo en su consciencia, ya que no le gustaba llamarle por el apellido. Tanto que lo había hecho sin pensar. Ya le había llamado por su nombre una vez en la pastelería, pero habían ocurrido muchas cosas desde entonces. Aquella vez había sido sin importancia, pero actualmente tenía la edad suficiente para admitir que sentía algo por él, fuera o no recíproco.

Por otro lado, el corazón del ruso latía desbocado. Su nombre en su boca sonaba diferente al resto. O tal vez era el nerviosismo repentino. Tanto que había olvidado por qué discutían.

De pinceladas y jugadas. (AU Volkacio)Where stories live. Discover now