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Carraspea la garganta, nervioso, girando el volante.

—¿Es por aquí? —Cuestiona, aún ya sabiendo que es así.

—Sí—contesta monótono, mirando por la ventanilla, incómodo.

Para la sorpresa de ambos, había aceptado ir con él. Ni siquiera le había tenido que insistir para cobrar la ayuda que le brindó al bajar los cuadros del maletero. Simplemente aceptó como si no le importase. En realidad no le tenían que dar más importancia de la que tenían, pero Horacio no hacía de chofer para nadie porque conducir autos no era su actividad favorita, por eso tenía una moto, y Viktor no se montaba en el coche de cualquier sin saber cómo de fiable era su carnet. Pero, aún así, los dos estaban haciendo como si nada.

—Estuviste ayer en el local, ¿verdad? —Intenta sacar tema de conversación, sin apartar su mirada de la carretera.

—Sí—vuelve a asentir con el mismo tono.

No sabe qué más decir, así que se queda callado. Volkov, en su lugar, recuerda hechos de anoche. El pintor emborrachándose por la buena noticia, todos animándole a que siguiera. Él sin apartar su vista de encima del de cresta, que era devuelta cada vez que Gustabo dejaba de hablarle a Horacio. A todos les sorprendió no tener que presionarle demasiado para que fuese, pero tampoco estuvo tanto tiempo. Aquel ambiente simplemente no era su favorito.

Minutos después, aparca a un lado cuando llega al destino.

—Gracias—habla, poniendo una mano en la puerta para salir.

Cuando ya está fuera, dos de los chicos de su equipo cruzan la acera en su dirección.

—¡Hombre, Horacio! —Saluda uno en un grito.

Este baja la ventanilla. Lo recuerda, se llama Ivanov. Anoche estuvo con él.

—Hola—sonríe, devolviéndole el saludo.

—¿Ya te has recuperado de la resaca? —Ríe.

—Algo así.

—¿Quieres entrar? Vamos a hacer partidos de prácticas. ¿Has jugado alguna vez? —Ofrece luego de unos segundos silenciosos.

Pérez niega con la cabeza, no muy seguro.

—No.

—Venga, entonces—le hace un ademán con la mano para que baje del coche.

—Tengo que trabajar esta tarde—pone una mueca.

—Es temprano aún, solo será un rato. ¿Verdad, Volkov? —Ahora posa una mano en el hombro del de pelo plateado, quien mantiene su expresión seria.

—Que haga lo que quiera—se encoge de hombros, girándose y comenzando a caminar hacia el estadio.

—No se lo tengas en cuenta—bufa Ivanov—. ¿Vienes o no?

El pastelero lo sopesa unos segundos. Suelta un suspiro.

—Vale, pero me quedo en la banca mirando, no quiero romperme algo—retira las llaves del contacto, pilla su teléfono y abrigo de los asientos trasero y procede a salir del vehículo.

—Bueno, vale—acepta el chico, encaminándose a su lado hacia el lugar.

Minutos largos después, Horacio se encuentra solo en la pista, ya que el resto ha ido a ponerse la vestimenta. Aunque fuese de práctica, con las frías temperaturas era mejor entrenar con la ropa del equipo puesta. Se acomoda en el banco, pasando su vista por las gradas y pista. Instantes más tarde ya están colocados entre risas en la misma, dando comienzo a una ronda de pases y goles. A su lado, otro toma asiento. Se retira el casco, dejando ver una cabellera castaña.

—Armando, un placer—se presenta, con tono calmado aunque sediento de agua, que no tarda en servirse.

—Horacio—lo devuelve.

—¿Te han aceptado los cuadros al final? —Cuestiona, recuperando el aliento antes de volver a colocarse el casco.

—Sí—asiente, siendo incapaz de recordar su rostro.

—Me alegro—felicita.

—¡Almando'! ¡Te toca! —Grita otro jugador.

—Tienes un cuaderno en esa bolsa si quieres entretenerte el tiempo que estás aquí—señala la dicha, para después volver junto al que le ha llamado.

Observa cómo se marcha. Mira la dirección que le ha indicado, dando, en efecto, con un lápiz enganchado a una libreta pequeña. La toma con sumo cuidado, abriéndola. Está completamente vacía, a excepción de unos garabatos ilegibles en la primera página. Aquel grupo le caía bien a pesar de ser el contrincante del equipo de Gustabo. Incluso el propio equipo era amigo del contrario. Aquello era bueno.

Toma la palabra de Armando y comienza a garabatear en una hoja limpia. Primero comienza a hacer figuras, palos de sticks y discos negros. Más tarde, se percata de cómo sigue los movimientos hábiles del número catorce, plasmándolo con grafito. Aquel boceto hace que sus mejillas se sonrojen, pues ya llevaba mucho tiempo queriendo plasmar al de pelo plateado en un lienzo. Pero tarda demasiado en pasar la página, y para su mala suerte alguien se posiciona a su izquierda a descansar.

El nerviosismo que se apropia de él llama la atención del jugador, que opta por sacarse el casco para respirar mejor. Su vista cae en la libreta, que es cerrada al instante por el pintor. Aún así, el otro consigue ver ese llamativo número en la espalda del dibujo. Alza las cejas.

—Vaya—silba, tomando su botella de agua. Se trataba de Ivanov, de nuevo.

—Me la prestó Armando—se la tiende, poniéndose ahora él de pie—, me tengo que ir ya.

El moreno asiente, extrañado por la repentina huida. Viendo la espalda de Horacio marchar, vuelve a abrir el cuaderno, ahora mirando con más detalle el retrato que ha hecho a Volkov.

—¿Y eso? —Cuestiona una voz delante suya, con un característico tono ruso.

De pinceladas y jugadas. (AU Volkacio)Where stories live. Discover now