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—Buenas tardes—saluda la mujer al otro lado del mostrador.

—Hola—se lo devuelve.

—¿Quiere algo en especial o le enseño? —Cuestiona, sonriente.

—Enséñeme—asiente.

Esta va a por una revista que suelen tener como folleto de muestra. Vuelve a su posición, abriéndola.

—¿Quiere pasteles, cupcakes, postres...?

—No sé, lo que ya tengan listo. Tengo algo de prisa—se encoge de hombros.

Esta comienza a pasar las páginas, señalándole cuáles tienen preparadas, cuáles tardan poco en hacerlo, y cuáles están en la vitrina de exposición que tienen a su izquierda. La misma en la que aquella vez Adeline preparó con Horacio los macarons sonrientes.

—Esta—dice al azar, señalando un pastel de bizcocho, con glaseado blanco por fuera y media fresa en la cima del pedazo del mismo.

La mujer de pelo moreno asiente, cerrando la revista.

—¿Un trozo? —Interroga, yendo hacia el frigorífico expositivo.

—Tres—informa.

Le llevaría uno a Adeline, Michelle y Conway. Él no tenía ganas de comer pastel, y aún menos después de un partido. Solo quería ir a dormir, por muy temprano que fuera.

—De acuerdo.

Mientras que esta prepara el paquete, Viktor inspecciona la tienda con la mirada. Una idea se le viene a la cabeza.

—¿Tienen macarons? —Pregunta, haciendo que la mujer levante la vista.

—Creo que lo están haciendo ahora, puedo ir a preguntar si quiere.

No le da tiempo a contestar, porque la jefa del local ya ha emprendido su marcha hacia la cocina, dejándole solo.
Al otro lado, Horacio se mueve al son de la música que se reproduce a través de sus auriculares inalámbricos. La sombra de alguien entrando le hace quitar los ojos de la bandeja que decora, y fijarlos en ella.

—¿Ocurre algo? —Interroga el pintor, deshaciéndose de uno de sus audífonos.

—¿Cómo van esos macarons? Hay alguien preguntando por ellos—informa.

—Ya casi están, estaba dejando que se enfriasen antes de sacarlos a la tienda—sonríe.

—Vale, le digo que se espere—asiente, dándose de nuevo la vuelta.

El jugador de hockey le clava la mirada cuando sale.

—No tardan en salir, mientras voy a terminar de empaquetar sus pasteles.

Saca el teléfono del bolsillo de su chándal cuando este vibra de nuevo.

C: "¿Vienes ya?"

Rueda los ojos, escribiéndole un simple "sí". Era muy pesado cuando se lo proponía, aunque no le quedaba otra que aguantarlo. Desde la adopción de Adeline cuando ella tenía solo 4 años, todos habían formado una pequeña "familia" a pesar de que no hubiese lazos sanguíneos entre ellos.

Al momento, le llega una foto de la pequeña, llena de colores en sus mejillas, seguramente por haber estado coloreando con las nuevas acuarelas que le había comprado Jack, a petición de la misma. Suspira, esbozando una pequeña sonrisa ladeada.

—Aquí tiene—deja el paquete blanco delante suya, sobre el mostrador.

Volkov sale de su ensoñación y saca el dinero para pagar. Le tiende el billete.

—¿Quiere esperar para los macarons?

Niega con la cabeza.

—Tengo prisa, otra vez será.

—De acuerdo, tome entonces—le da el cambio junto a los pasteles.

—Adiós—se despide, dándose la vuelta.

Escucha movimiento a sus espaldas, pero sigue su camino hacia la salida.

—¿Te los dejo en la vitrina?

«Vaya», pensaba que aquella tarde no iba a escucharle. Pone una mano en el pomo y tira de él, saliendo finalmente de la pastelería.

Horacio, en su sitio, observa de reojo la ancha espalda del ruso, yéndose. Suspira, su presencia se hacía notar. Aún así, la noche en la exposición de arte se había pasado de listo, y aquello aún seguía sin gustarle.

Aunque, por alguna razón, que sabía de qué se trataba e intentaba ignorar, sus dedos cosquilleaban cada vez que le veía. Las ganas de usarle de musa para sus lienzos aún no se había saciado, ni siquiera después de los garabatos en aquella libreta.

De pinceladas y jugadas. (AU Volkacio)Where stories live. Discover now