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Se pone de pie, aclarándose la garganta. Pasa por su lado, devolviendo el botiquín a su sitio.

—¿Gustabo te espera fuera? —Interroga sin alzar la voz.

Horacio se rasca la nunca, ahora centrándose en decirle que no.

—No.

—¿No?

—Ha tenido que ir a por Greco—se humedece los labios.

Volkov se gira para mirarle.

—¿Y vienes en moto? —Interroga.

Pérez no quería seguir molestando, y asiente, cuando no es así. Luego se las apañaría, pero si pasaba más tiempo allí con el ruso iba a terminar más enfermo de lo que venía.
Viktor también asiente, comprendiendo. Hace una seña con la cabeza, indicándole que le siga, y este de nuevo lo hace. Caminan en silencio hasta fuera de los vestidores, luego salen de la pista y por último ya están en el exterior. Pérez se acurruca en su bufanda cuando nota lo cambiado que está la temperatura, es todavía más helada que cuando vinieron.

—Tengo que irme—expresa el número catorce, echándole un vistazo al pintor.

—Vale—pronuncia—. Gracias por ayudarme—levanta la mano herida, con una media sonrisa.

Volkov se la devuelve, dejándole embobado con ella.

—Adiós, Horacio—se despide, luego girándose y caminando con rapidez hacia su coche. Ese chico comenzaba a alterarle en sobremanera.

Abre el vehículo con el mando, y se dirige a la puerta del piloto. Echa de nuevo un vistazo al de cresta, que permanece quieto, tecleando en su teléfono. El de pelo plateado frunce el ceño. «¿No debería irse ya? Va a enfermarse más.»

Después, por curiosidad, desvía la mirada al aparcamiento, buscando su moto. Frunce aún más el ceño cuando no la encuentra. Cuando quiere volver a mirar a Horacio, este ya ha echado a caminar en el sentido contrario. Viktor toma un respiro, antes de volver a cerrar el auto y trotar en su dirección. El pastelero se voltea extrañado cuando lo escucha cerca, el ruso lo detiene tomándole del brazo.

—No tienes tu moto aquí, ¿no? —Supone, ambos ya quietos.

Horacio le mira con esos ojos de diferente tonalidad, luego achinándose cuando contesta.

—No—intenta no reír, todo era demasiado extraño.

Y aquello mejora el humor del contrario, que aún mantenía sus dedos alrededor de su brazo.

—¿Y para qué me mientes? Vamos, venga—tira de él.

Pérez siente el creciente cosquilleo en su estómago con eso. Como reacción, da un paso más hacia delante, quedando a su par, dejando así que el número catorce siga con su agarre. En un arrebato de confianza, mientras caminan en silencio hacia el coche, se acerca un poco más a su costado, quedando casi pegados. Volkov se percata de aquello, y lo observa de reojo, hundido en su bufanda con las mejillas y nariz sonrojadas. También un hormigueo aparece en su vientre.

No tardan en llegar al coche, y ambos sienten un hueco cuando se alejan para tomar sus respectivos asientos.

El viaje es silencioso, tenso. Los dos están nerviosos, pero también tan ocupados en no hacerlo ver que no se dan cuenta de que el contrario está de la misma manera. Quince minutos después, Viktor detiene el motor frente al edificio del pintor.

—¿Puedo agradecerte de alguna manera? —Cuestiona el pintor.

—Teniendo macarons horneados cuando vaya a la pastelería—bromea el de pelo gris. Horacio ríe.

—¿Y ya está? —Carcajea, alzando una ceja y girando el cuello para mirarle.

Volkov también lo hace, encontrándose con su vista divertida.

—¿Algo más? —Pregunta el ruso.

El pintor se queda callado, sin apartar los ojos de los suyos. Se siente atrapado entre esos irises azules. Se quedan así unos largos segundos, hasta que Horacio se aclara la garganta y sonríe forzosamente. El sonrojo ahora cubría su rostro, por suerte ya era de noche.

—Bueno—se quita el cinturón de seguridad—. Muchas gracias, Volkov—agradece, poniendo su mano herida en la puerta y abriéndola.

—Viktor, no me molesta que me llames Viktor—dice justo cuando ya tiene los dos pues fuera.

Horacio le observa, con sorpresa. A la única que había oído llamarle así era a Adeline.

—Vale—asiente con una sonrisa más sincera—. Hasta mañana.

—Adiós—se despide el ruso.

Cierra la puerta, yendo con rapidez hacia la puerta de su edificio. El jugador de hockey mira cómo se aleja, luego desviándola hacia el asiento donde acaba de estar. Toma algo de ahí, y se da cuenta que son unos guantes. Vuelve a mirar, percatándose de que ya no está. Se baja con prisa, cerrándose automática cuando se aleja. Empuja la puerta del departamento, y se detiene cuando lo ve quieto en mitad del primer tramo de escaleras, mirándole.

—Se te han caído—levanta los guantes negros, yendo hacia su dirección.

Horacio baja hasta estar en el primer escalón, mientras el de pelo plateado se mantiene abajo. Tiene que mirar un poco hacia arriba, lo único que ilumina aquello era una tenue luz parpadeando. Se los da.

—Gracias, otra vez—ríe en un susurro, guardándoselos dentro del bolsillo, donde anteriormente ya estaban.

La distancia entre los dos no es mucha, ambos están quietos en su lugar, sin tener intención de romperla. Pensamientos impulsivos llegan a la mente del número catorce, como últimamente pasaba cuando estaba alrededor de aquel pintor.

De pinceladas y jugadas. (AU Volkacio)Where stories live. Discover now