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Mira por la ventana, incómodo, mientras que ve los árboles pasar. Ya había avisado a su jefa de que llegaría un poco tarde. Tendría que caminar más tarde hacia casa, ya que había dejado su moto en casa de Gustabo.

—¿Puedo preguntarte algo?

Llevaban diez minutos en silencio. El ruso duda antes de asentir.

—Aquel partido, en el que jugaste contra Gustabo y se lesionó. ¿Lo hiciste a propósito o fue un accidente?

Llevaba mucho tiempo queriéndoselo preguntar. Después de todo, aquello le hizo enfadar en sobremanera.

—La verdad—advierte.

Volkov le echa una rápida mirada antes de volverla a clavar en la carretera. Frunce el ceño.

—¿Por qué iba a hacerle daño a posta? No me cae mal, ni es limpio jugar así.

—Porque iba a anotar un punto, quizás.

El de pelo plateado comienza a molestarse. ¿Esa era la imagen que daba?

—¿Crees que esa es mi forma de jugar?

Horacio bufa.

—¿Importa lo que crea yo? Solo te estoy preguntando que si lo hiciste queriendo—se encoge de hombros.

—No, Horacio. No lo hice a propósito—responde con tono serio.

Reina el silencio durante unos segundos, hasta que el pintor nota lo tenso que está el número 14, y decide romper un poco el hielo.

—Mejor, porque estaba dispuesto a golpearte—ríe débilmente.

Viktor vuelve a fruncir el ceño ante eso, observándole durante unos microsegundos sin entender.

—¿Golpearme? —Suena atónito.

—Sí—ríe—. Desde mi lugar la escena no fue muy agradable.

—Ni siquiera sabías quién era—casi quiere reír por la situación, pero se mantiene con su habitual expresión, aunque esta vez más relajado.

—Incluso salí a esperarte—comenta divertido, observando el perfil tranquilo de Volkov.

—No te vi—dice.

—Ya, me arrepentí en cuanto os vi—vuelve a carcajear, sin quitarle la vista de encima.

Entonces, el ruso se detiene en un semáforo en rojo y voltea el cuello para encararle, haciendo chocar sus ojos con los bicolores del pastelero. Era la primera vez que se sentían completamente cómodos el uno con el otro. Incluso la compañía era agradable.

Minutos después, aparca frente a la pastelería.

—Gracias—pronuncia el chico, poniendo una de sus manos en la puerta para salir.

—¿Cómo vas a irte luego?

Aquella pregunta les sorprende a los dos. No debería preocuparse por ello, pero no ha evitado cuestionarlo.

—Caminando, supongo. No vivo tan lejos de aquí—vuelve a mirarle.

Esta es devuelta segundos después. Asiente con la cabeza.

—Vale.

—Gracias, otra vez—sonríe nervioso, saliendo del vehículo lo antes posible.

Camina rápido hasta entrar al local. Suelta un suspiro cuando cierra tras él. Aquel chico no se lo ponía nada fácil. Abre los ojos, enfocándolos en el mostrador. Frunce el ceño al percatarse del jaleo que proviene de la cocina.

—Ya he llegado—avisa en voz alta, caminando hacia el lugar.

—¡Horacio! Que bien que has venido ya. ¿Tienes tu moto aquí? Necesito que entregues esto—sin darle tiempo a contestar, pone un paquete en sus brazos—. Es urgente y la camioneta se nos ha averiado. Cuando vuelvas puedes terminar los macarons de la lista e irte, ¿vale?

—Pero-

Ni siquiera le da tiempo a responder cuando ya se ha esfumado de su vista, después escuchándola atender una llamada. Parece que la tarde había estado animada en su ausencia. Suelta un suspiro, no teniendo más remedio que entregar el pastel a pie. Toma la nota pegada en él, y se queja cuando lee lo lejos que está el destino. Por suerte en el camino se encontraba la casa de Gustabo y podría recoger su moto.
Sale de la cocina y camina hasta la salida. Se detiene en seco cuando aún ve el coche de Viktor aparcado. Frunce el ceño, acercándose a la ventanilla. Divisa al jugador de hockey con la vista fija en su teléfono móvil. Cómo puede, Horacio da un par de toques con sus nudillos en la ventanilla del lado del copiloto. El ruso desvía sus ojos a ese sitio, luego alzando sus cejas al encontrarse al pintor con una caja en sus manos. Baja la ventanilla.

—¿Ocurre algo? —Cuestiona curioso.

Pérez se lo piensa bien antes de hablar.

—¿Podrías hacerme un favor?

Se humedece los labios, inquieto y aún nervioso. Al de pelo plateado no se le pasa por lato ese último movimiento.

—¿Cuál?

—Tengo que entregar esto y está lejos—levanta el paquete blanco.

—¿Quieres que te lleve? —Inquiere.

—Con que me acerques hasta la casa de Gustabo me sirve—sonríe, pidiéndole a los dioses que acepte.

Viktor traga saliva.

—Claro, sube.

De pinceladas y jugadas. (AU Volkacio)Where stories live. Discover now