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Detiene en seco su caminata nerviosa e inquieta cuando ve al equipo rival salir por la puerta trasera, ya sin el uniforme puesto. El enfado le había ayudado a mantenerse en su posición de querer ajustar cuenta con el número 14, que a ojos del árbitro había sido un accidente, pero él sabía con certeza que eso no era así. Pero, ahora con aquellos altos hombres caminando a su dirección mientras hablan entre ellos, comenzaba a arrepentirse de su decisión. Obviando el hecho de que no conoce el rostro ni la figura del jugador fuera de aquella gruesa vestimenta, ¿qué iba a decirle? ¿Quería pelear? Con esa fuerza y habilidad que el 14 poseía, seguramente acabaría molido a palos tirado en el asfalto de la carretera. Y, honestamente, no quería pasar dos semanas con las manos vendadas e incapacitado en su trabajo y hobby.

La melodía de su tono de llamada interrumpe su reflexión, y llama la atención de algunos de lo integrantes de dicho grupo. Cada vez los ve más cerca, y la vibración en su bolsillo más insistente. Descuelga la llamada, dándole la espalda al resto, intentando pasar desapercibido.

—¿Dónde coño estás? —Interroga desde la otra línea Gustabo.

—Fuera.

—¿Fuera? ¿Para qué te has ido fuera tan deprisa con el frío que hace? —Se queja, oyéndose voces y movimiento de fondo.

—Pues...

—Greco nos lleva a casa, ven a la entrada principal rápido.

Y con eso cuelga. Alza la vista, observando cómo ahora le han tomado la delantera. Aunque parece que todos se dirigen a la misma dirección que le ha indicado el rubio. Así que, guardando las distancias e intentando no acelerar el paso, camina detrás de ellos. Un minuto después, divisa a aquel chico ancho con barba, fuera de un vehículo negro. En el lado del copiloto puede ver la cabellera clara de su amigo.

—¡Hombre! —Interrumpe una voz, proveniente del equipo rival, dirigiéndose al capitán del otro.

—Buen partido—les felicita con una sonrisa.

Mientras, Horacio pasa desapercibido y se acerca a la puerta donde aguarda García. Baja la ventanilla al instante.

—Venga, sube—ordena. Entonces, desvía su atención al grupo.

—¿Estás bien? —Cuestiona un chico delgado con el cabello un poco largo, aproximándose junto a tres más.

—Se ha fracturado el brazo, tenemos que ir al hospital—contesta por él el de barba, ganándose una mirada fulminante por parte del herido.

El de cresta aprovecha para acomodarse en los asientos traseros, también intentando localizar al causante de aquella lesión. Todos mantienen una conversación con Gustabo y Greco, o entre ellos, menos uno. Entrecierra los ojos, intentando ver más a través de la luz de los faros del coche. Está de espaldas, con el teléfono en la oreja y una bolsa colgada del hombro. No puede ver de qué color es su cabello, pero lo distingue como claro.

—Bueno, nos vamos—anuncia el capitán, despidiéndose.

Instantes después, arranca el motor. Pero el pintor no aparta su mirada de aquel que cree que es el número 14. Pero tal vez estaba usando la excusa de ajustar cuentas y aparentar estar muy enfadado, cuando sabía que lo único que le había cautivado eran las imágenes suyas sobre el hielo y un lienzo.

[...]

Suelta un sonoro bostezo. Mentiría al decir que no había estado la mayor parte de la noche con los ojos abiertos, incapaz de dormir. Era la misma sensación que cuando tienes un viaje importante al siguiente día, y no puedes dormir por los nervios. O el sentimiento de euforia al hacer algo que te gusta pero que en ese instante no puedes, y tienes que aguardar hasta la mañana siguiente. Sentía que tenía que crear figuras abstractas con los recuerdos de su mente que implicaban el azul y el blanco. Sabía que esa memoria no iba a durar con la misma claridad para siempre, y estaba seguro de querer plasmarlo antes de que aquello pasara.

Por eso es que había estado dando vueltas durante horas, intentando no pensar. Y es que era difícil encontrar algo que te inspirase de esa manera, y no estaba contento con la persona que lo había conseguido. No había olvidado aún el empujón que le propinó a Gustabo, que hizo que ahora tenga que llevar una escayola temporal en el brazo izquierdo. Por suerte era diestro.

—Horacio, ¿puedes colocar esto? —Le da una bandeja con muestras de pasteles de distintas clases.

Había conseguido aquel puesto de trabajo en esa pastelería de barrio gracias a sus raíces francesas. Aquello fue un punto extra para que la dueña tuviera razones para contratarle, pero tardó poco en darse cuenta de que era un desastre en la repostería. Para la suerte del chico, le había encomendado la tarea de decorar, y eso se le hacía muy fácil. Y así era como se distribuían en la tienda. Eran cuatro empleados en total: la dueña se encargaba de elaborar la masa, una joven chica de hornearla o enfriarla, Horacio de decorarla, y otro chico de colocarla. Aunque, siendo domingo, este último tenía día libre y le tocaba al de cresta hacer su parte.

Se mantiene de cuclillas, haciendo equilibrio mientras decora la vitrina principal con los pasteles que le acaba de dar su jefa. Mientras que deja uno de chocolate y nata, escucha la campanilla de la puerta, que avisa la entrada de un cliente. Mira de reojo al chico que entra. No podría decir cuál es su edad, pero sí que era joven y bastante alto desde su vista. Sigue con la tarea para acabarla lo antes posible.

—Viktor, ¿verdad? —Cuestiona la dueña de la pastelería cuando esté llega al mostrador.

—Sí, venía a por la tarta—contesta con voz seria.

Aquello llama la atención al pintor. Que, ya habiendo colocado todo, se pone de pie y avanza hasta rodear la barra. Y, mientras que finge anotar algo en una libreta, se detiene a analizar su rostro rápidamente. «Sí que es apuesto», suspira, apartándole los ojos de encima. Solo estaban ellos dos, en silencio mientras que la mujer iba a por su pedido.

—Aquí está—la posa sobre el mostrador.

Con curiosidad, Horacio echa un vistazo a la decoración que no había hecho él. Traga en seco cuando ve un stick de hockey y un 14 dibujado con crema, con los colores blanco y azul.

—Me habías dicho que era para una niña pequeña, así que le he puesto esto también—señala otra decoración, pero Pérez no puede centrarse ahora mismo en eso.

¿Cómo era posible? ¿Tan pequeño iba a ser el mundo?

De pinceladas y jugadas. (AU Volkacio)Where stories live. Discover now