26

371 64 9
                                    



Sorbe la sopa, con el ceño fruncido. Estar enfermo le ponía de muy mal humor. Ayer se levantó bien, incluso había ido a trabajar. Pero Mary le dio la patada a casa con el cuarto estornudo consecutivo. Cuando ya cayó la noche, tenía 38 de fiebre y su nariz moqueaba sin parar. Hoy, su estado era nefasto.

Había recogido su moto ayer, y menos mal, porque de nuevo estaba lloviendo.

Mira la televisión, sin prestarle mucha atención. La noche ya había caído, en el cielo solo quedaba el rastro de un atardecer lleno de nubes grises. Se ajusta la manta en los hombros, mientras sigue tragando el caliente y sabroso caldo de pollo. Toma un pañuelo de papel para sonarse la nariz y después seguir comiendo. Una llamada comienza en su móvil. Había conseguido arreglarlo después de meterlo en arroz, pensaba que era algo falso, pero de verdad le funcionó. Descuelga al ver de quién se trata.

—¿Has ido a comprar tus medicinas como te dije esta mañana? —Interroga Gustabo.

Horacio ni siquiera tiene ganas de mentir.

—No, me he quedado dormido en el sofá.

—¿Eres consciente de que así no te vas a curar, no? —Resopla el rubio.

—Gustabo, pareces mi madre.

Aquello era gracioso, porque no recordaba una.

—En un rato estoy allí, intentando no quedarte dormido y comer algo para después tomarte la medicación.

—Vale—suspira.

La llamada termina. El pintor deja el teléfono de nuevo sobre la mesa, estando ocupado en mirar el programa de dibujos animados que estaba reproduciéndose en la televisión, mientras termina su sopa.

Aproximadamente diez minutos después, un par de golpes suenan en la puerta principal de su apartamento. Horacio frunce el ceño, pues había timbre al lado de esta. Se levanta sin prisas, aún con la manta rodeándole. Arrastra los pies hasta la entrada, girando el pomo y abriéndola a quien sea que estuviera ahí.

—Hola.

Tenía su pálida cara sonrojada por el frío, una bufanda azul alrededor de su cuello y un grueso abrigo largo y negro. En su mano traía una bolsa de papel.

—Hola—casi pregunta por la sorpresa de verlo ahí. Siente que su fiebre vuelve a aumentar, pero solo es un sonrojo.

—¿Cómo estás? —Interroga en sus sitio.

—Bien—la frase es interrumpida por un estornudo—. Perdón—se disculpa con una media sonrisa torpe.

Volkov se golpea mentalmente porque aquella imagen le ha parecido tierna.

—Pasa—se hace a un lado, invitándolo a we entre.

El ruso lo hace en pasos nerviosos, mirando alrededor.

—Y... ¿Qué te trae por aquí?

El de pelo plateado se gira para verle de nuevo. Se fija en que su pelo está despeinado, sin formar la cresta que solía llevar. También que unos pantalones de pijama a cuadros rojos colgaban de sus caderas, junto a unos calcetines blancos y una camiseta gris. También, que una manta negra rodeaba sus hombros. Tenía las mejillas y la nariz sonrojadas.

—Fui a la pastelería a por unos dulces para Adeline y tu jefa me dijo que estabas enfermo—se aclara la garganta—. Y me pidió que si podía traerte esto.

Le tiende la bolsa, y Horacio la coge dudoso. ¿Cómo debía sentirse al respecto?

—G-gracias—pronuncia.

—No hay de qué—se rasca la nuca, sin saber qué decir. Tenía que irse ya, Adeline estaba esperando por sus pasteles.

Pérez camina hacia el salón, dejando la bolsa en la mesa donde antes estaba sentado. La abre, encontrando galletas con chispas de chocolate. Esa era la especialidad de Mary. El olor que desprendía le hacía la boca agua, a pesar de que no tenía apetito ni hambre.

—¿Quieres algo? —Cuestiona, volviéndose a girar para verle parado en la entrada, también observándole.

Se deshace de la manta de sus hombros, dejándola colgada en la silla en la que estaba sentado. Traía una camiseta de mangas cortas, a pesar de estar enfermo el calor en su departamento era alto.

—¿No tienes frío? —Frunce el ceño al verle así.

El pintor niega con la cabeza.

—La calefacción está muy alta.

Viktor da un par de pasos hacia delante, pasando su vista por la decoración de la habitación.

—Bueno... —Se aclara la garganta.

El de cresta le imita, acercándose más a él.

—Tengo que irme, seguro que Adeline está esperando por esos dulces.

—Gracias por traerme las galletas—no aparta sus ojos bicolores de los suyos azules. Hace una pausa en la que ninguno habla—. Y por venir.

"No me interesas", recuerda sus propias palabras que le dijo en la exposición de arte. Actualmente, podía admitir que eso había dejado de ser así. Aquel chico le interesaba.

—Espero que te mejores pronto—dice, en un tono más bajo que antes.

La sonrisa agradecida que le da Horacio le hace parpadear. Se gira, caminando hacia la puerta con el pintor siguiéndole. Le da una pequeña sonrisa antes de irse deprisa.

Mientras, Pérez cierra la puerta, suspirando. Debía dejar de hacerse ilusiones, o comenzaría a sentir algo más fuerte por el número 14. No sabe cuantos minutos pasa cuando vuelven a llamar a la puerta, y como sigue parado ahí, no tarda en abrir. Gustabo pasa dentro.

—Toma—le da la bolsa de la farmacia.

El pastelero la coge.

—Gracias—dice, distraído.

El rubio alza una ceja.

—¿Qué te pasa? Sueles estar de mal humor cuando te pones enfermo.

—Nada, nada.

Se queda callado unos segundos, mirando expectante a Horacio. Luego, suelta una carcajada.

—Entonces no tiene que ver con el ruso que acabo de ver saliendo de aquí, ¿no?

De pinceladas y jugadas. (AU Volkacio)Where stories live. Discover now