31. La cabaña

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—Lau...¿Qué haces aquí?— No tengo idea de que responderle, estoy igual de sorprendida que él, se supone que este fin de semana sería para olvidarlo, no para verlo cada segundo.

—Chicos, debí habérselos dicho— Dice Tania nerviosa —La idea era que vinieran Adrián con Laura y Elisa con Diego pero él canceló por que va a visitar a su abuela a Noruega y ella no quiso venir por lo del embarazo, pero tranquilos la cabaña es muy grande, lo suficiente como para que no se tengan que ver un solo segundo

—Al menos que quieran— Interrumpe Mateo

—Olvídenlo— Diego interrumpe —No quiero causar molestias— Siento su mirada sobre mí —Mejor no voy— Abre la puerta del auto

—¡Espera!— Hablo sin pensar, todos me voltean a ver impresionados, ya lo detuve así que sería cruel de mi parte decirle que no venga en este momento —No tengo problema en que vengas, digo podemos ser amigos, ¿No?

Me dolió haber dicho eso y por su semblante a él también, me sonríe tristemente y vuelve a entrar en el auto, al principio es todo silencioso pero conforme el tiempo transcurre empiezan a hablar entre ellos mientras yo miro por la ventana, en algunos momentos siento la mirada de Diego sobre mí y cuando lo volteo a ver voltea a otro lado, esto es muy difícil y doloroso. Poco a poco el ambiente se va volviendo alegre mientras Mateo cuenta anécdotas graciosas —Diego, recuerdas esa vez que chocaste con un maniquí...

—No cuentes eso— Diego ríe y cubre su rostro con sus manos

—Yo me acuerdo— Tania se une —Primero te disculpaste y cuando viste que era maniquí le dijiste "creí que eras persona"— Todos reímos

—Al menos yo no fui quien donó zapatos a una obra de caridad para personas sin piernas— Exclama Diego

—Lo que importa es la intención— Se defiende.

Al ver el alegre ambiente que se está formando me da gusto saber que Diego y yo podemos estar juntos en el mismo lugar sin crear tensión y momentos incómodos, algunas veces nuestras miradas se cruzan y cada vez que lo hacen es como si el mundo se detuviera hasta que uno decide mirar hacia otro lado.

—¡Pedimos la habitación de siempre!— Exclama Tania alegremente bajando del auto y se dirige a la cabaña, el lugar es muy lindo pero frío, en este momento me arrepiento de haber venido vestida solo con un suéter, todo está nevado, los árboles se ven hermosos con una fina capa de nieve y por último la cabaña, es de madera y se ve acogedora pero grande al mismo tiempo.

Empiezo a caminar hacia la cabaña pero regreso al auto por mi maleta, Mateo pasa a mi lado con la suya y la de Tania y cuando me doy cuenta Diego trae la mía —Gracias, pero yo puedo llevarla— Le digo mirando al suelo

—Ya lo estoy haciendo yo— Responde pasando a mi lado sin voltearme a ver, no sé por qué tengo ganas de llorar, tal vez es la impotencia de saber que por más que quiera jamás podremos volver a ser lo que éramos antes.

No digo nada más y camino detrás de él hacia la cabaña, abre la puerta y me hace una seña para que pase primero, cabizbaja entro y al ver el interior quedo encantada —Este lugar es muy lindo

—Lo es— Dice a mis espaldas, escucho como toma aire para decir algo pero unos rechinidos invaden el lugar —¡Que asco!— Exclama

Reímos un poco —No sabía que ellos salían

—No lo hacen— Al parecer el sexo ocasional sin compromisos es más común de lo que imaginé

—¡Son como conejos!

—Unos conejos sin esto— Saca de la bolsa de su chamarra un paquete de condones, me sonrojo —Se los robé en el auto— Informa —Ahora vámonos antes de que empiece a preguntar por sus preciados condones,— Les echa un vistazo y hace una mueca —fosforescentes y con sabor a sandía— Dice utilizando un tono de voz gracioso, se da la media vuelta y sale de la cabaña, voy detrás de él.

—¿A dónde vamos?

—A patinar

Abre la cajuela del auto y saca un par de patines de hielo azules y otro par blancos, reconozco los blancos, son de Tania, sin voltearme a ver continúa su camino entre los árboles nevados, se ve muy tierno con un gorrito azul y una chaqueta del mismo tono, tiemblo un poco de frío.

—Tenía años que no venía aquí— Camino hasta estar a su lado —Casi olvido lo pacífico que es este lugar

Abro mi boca para decir algo pero en vez de hablar me sale un suspiro por el frío —¿Tienes frío?, ¿Quieres mi chamarra?— Mientras pregunta empieza a quitársela, se que este no es momento para hacerme la difícil y decir que no la quiero por que la necesito, estoy congelandome hasta que pone su chaqueta sobre mis hombros, me relajo al sentir el calor.

—G-gracias— Tartamudeo

Me dedica una sonrisa y se quita sus zapatos mientras empieza a ponerse los patines azules, yo solo observo sus movimientos, cuando termina me voltea a ver y se mete al lago congelado empezando a patinar, me sorprende lo bien que lo hace, incluso puede dar pequeños saltitos —¿Qué esperas? ¡Ven!

—No se patinar

—Te enseño

Dudo un poco pero termino poniéndome los patines de Tania que espero no estropear, una vez lista pongo un pie sobre el hielo y cuando pongo el otro caigo inmediatamente sobre mi trasero, Diego ríe —Oye— Digo haciendo un puchero —No te burles

Ríe un poco más y luego se acerca a mí ofreciéndome su mano, vacilo un poco antes de tomarla pero termino haciéndolo, me jala ayudándome a parar, cuando ambos quedamos de pie estamos muy cerca el uno del otro y mi corazón empieza a acelerarse, él cierra sus ojos  y un nudo se forma en mi garganta mientras intento contener todo lo que siento por él en lugar de gritarlo, lo cual teniéndolo tan cerca es muy difícil —Es muy fácil— Dice

—¿Qué?

Se separa un poco —Patinar, es muy fácil, solo flexiona un poco las rodillas e impúlsate hacia adelante— Toma mis manos y me empieza a jalar con él, después de unos minutos ya puedo estar de pie por mi misma —No vayas más allá del puente, el hielo de esa zona es frágil y puede quebrarse ¿Bien?

Asiento y Diego me suelta, empiezo a patinar yo sola, obvio caigo un par de veces pero puedo levantarme por mi misma, cuando pasa el suficiente tiempo para que pueda deslizarme sin caer cierro mis ojos mientras me deslizo y disfruto el momento, me gusta como se siente el frío viento chocando contra mi rostro y el olor a bosque que hay.

—¡Laura!— Abro los ojos de golpe cuando grita mi nombre —¡Quédate quieta, voy por ti!— Intenta sonar calmado pero la angustia en su tono de voz es clara, entro en crisis cuando veo que estoy cerca del puente donde no debo estar, Diego se quita sus patines y con sus pies descalzos camina lentamente hacia mí, puedo oír como el hielo cruje bajón mis pies y siento que estoy entrando en pánico.

—Amor mírame— Su voz me calma un poco —Toma mi mano y deja que yo haga el resto ¿Sí?— Asiento frenéticamente, extiendo mi mano y él la toma, me jala despacio hacia él, cuando siento que todo estará bien el hielo cruje fuertemente y se rompe, en cuento caigo en el agua helada siento un dolor insoportable, es como si me enterraran filosos cuchillos en todo el cuerpo, no pasa mucho tiempo para que deje de ser consciente de lo que pasa a mi alrededor.




Nota de la autora: Mañana actualizo.

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El secreto de mi vecinoWhere stories live. Discover now