35. Mentiras

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Tras enterarnos de que el bebé está naciendo todos regresamos inmediatamente, el camino es silencioso, Diego va manejando, Tania y Mateo durmiendo atrás y yo en el asiento del copiloto, le hecho varios vistazos al semblante indescifrable de Diego, me pregunto qué está pasando por su mente en estos momentos, por la mía pasa que tal vez yo pueda llegar a encariñarme con la bebé, después de todo será la hija del chico que amo, Diego me contó que será niña, espero salga más parecida a Diego que a su madre, el mundo no podría sobrevivir con dos Elisas.

Pongo mi mano sobre su pierna para intentar relajarlo, me alegra poder estar con él en esta situación —Todo va a estar bien, ¿De acuerdo?— Solo sonríe y continúa manejando perdido en sus pensamientos.

A pesar de que fueron varias horas de camino se me hizo rápido porque tenía muchas cosas en las que pensar y llegué a la conclusión de que había algo raro en todo este asunto, las fechas y otras cosas no me cuadran bien, iba a decirle a Diego pero no quería estresarlo todavía más.

Cuando estaciona el auto afuera del hospital toma aire profundamente y luego lo suelta —¿Lista?

Río un poco —Esa pregunta la debo de hacer yo, ¿Listo para conocer a tu hija?

—No— Dice pero se baja del auto y lo sigo dejando a Tania y Mateo dentro aún dormidos.

Entrelazo mi mano con la suya, pedimos el elevador y vamos al piso de maternidad donde también tienen a los bebés, su madre está cerca —Hola hijo— Me saluda a mi también —Elisa está en aquella habitación,— Señala una puerta —Y la bebé está en el cunero 16, ya pueden pasar a verla, es hermosa.

—Se donde queda— Mi mamá trabaja en esa zona del hospital así que conozco perfectamente cómo llegar, entrelazo mi mano con la de él y nos dirigimos a los cuneros.

Todos tienen un número escrito, al llegar al 16 una risita tierna de bebé se escucha dentro, siento a Diego tensarse —Anda, ve— Lo animo, él traga saliva y se acerca al cunero, al asomarse primero empalidece, luego muerde su labio y finalmente una sonrisa ilumina su rostro.

Me acerco y me asomo, su madre no mintió cuando dijo que era una bebé hermosa, lo que más me gusta es su sonrisa, es de piel blanca, ojos marrones y grandes, una respingona nariz y tiene unas apenas visibles pecas, Diego la carga —Ya llegó papá— Dice usando un bobo tono de voz y la bebé ríe.

—¿Cómo se llama?— Le pregunto.

—Te gusta el nombre Ema ¿No?, me lo dijiste en París, así se llamará.

—A Elisa no le va a gustar la idea.

—¿Y?— Responde con una traviesa sonrisa antes de volver a hablarle a Ema, puedo sentir que ya la quiere y eso me alivia, sabía que se haría responsable con los gastos pero temía que no se encariñara con ella y por ende esa niña creciera sin un padre y con una madre como Elisa dudo que fuera a pasársela bien.

Me quedo observando todos y cada uno de los gestos que hace Diego y de pronto se queda totalmente serio —¿Qué pasa?.

Él deposita a la niña en la cuna y no me responde, entonces se dirige a la habitación donde está Elisa y entra sin permiso, voy detrás de él —Quiero una prueba de ADN en este momento.

—Primero que nada, buen día Diegui— Saluda desde la cama —Gracias por preguntar, estoy bien después de haber parido a tu hija, ¿Y tú?, ¿Ya la viste?, heredó tu encanto.

Yo solo me quedo contemplando la escena sin entender  —Eres una...— Diego no termina de hablar cuando el doctor, padre de Elisa y mi madre entran en la habitación con una sonrisa que se desvanece al ver las expresiones que tenemos nosotros, mi madre se me queda viendo y yo me encojo de hombros para darle a entender que no entiendo nada de lo que está pasando.

El secreto de mi vecinoWhere stories live. Discover now