Amor Eterno

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Hacía bastante frío, las personas comenzaban a irse,algunas otras llegaban, la sala nunca estaba sola.
Siempre supe que las personas que realmente quisieron a las personas difuntas, se quedaban durante toda la noche a velar; pero no a socializar, me parecia de muy mal gusto aquellas personas que en cuanto llegaban a un velorio se ponían a platicar con los presentes para ponerse al día.
¿Es qué a acaso no se daban cuenta? Aquello no era un reencuentro con gente que hace mucho no veías, era la última oportunidad de acompañar a la persona querida, de llorar todo lo que tenías que llorar, en su momento, no tiempo después cuando ya todo había pasado, de rezar para que si alma ascendiera al cielo.

Me causaba gran repulsión y frustración, ver cómo algunas personas aquella noche, en el velorio de Vero eso hacían con quiénes se encontraban allí. No digo que tuvieran que sentarse a llorar sin siquiera saludar, pero no me parecía correcto.

Mis ojos estaban hinchados, al igual que mi cara, por lo mucho que lloré abrazada al ataúd, parecía que ya no tenía lágrimas que derramar,los recuerdos iban y venían por mi mente, mi cuerpo se sentía sin fuerzas, me sentía agotada de las emociones de ese día, prefería estar despierta porque sabía que al dormir me olvidaría de todo, y cuando despertara sería muy fuerte saber que esto no había Sido un sueño, es la realidad, Vero ya no estaba en es este mundo y lo que más me dolía era nunca haber podido hablar con ella de nuevo y aclarar el porqué de su abandono.

Daniela y Tina se habían ido cerca de la media noche pero dijeron que me verían al día siguiente para el sepulcro o lo que se fuera a realizar, ya que aún era incierto si cremarían o sepultarían a Vero.
La familia Castro se iba turnado para ir a dormir un poco a la sala con la que contaba el velatorio, Beatriz me había ofrecido ir a descansar ahí si es que no quería despegarme, pero preferí no hacerlo, más que nada para evitar cualquier conflicto con Cristian.

Durante la madrugada llegaron Susana y Yolanda, no me sorprendía verlas ahí, pero había un sentimiento en mi que me provocaba entre celos y dolor.
Era algo muy absurdo, pero yo en mi vida amé de verdad solo a dos tres personas, una de ellas Vero, sin ella nunca fue igual mi vida, pero para ella si, no me mal interpreten me daba gusto que hubiése encontrado el amor algunas veces más después de mí, pero no era fácil ver quiénes eran ellas y mucho menos estar allí reunidas por Vero y el amor que le tuvimos.

-Ana, perdón.- me interrumpió una voz masculina entrecortada.
-José Alberto, ¿Cómo te sientes?.- dije con lágrimas en los ojos.
-Bueno...perdí a mi hermana.- respondió a penas con la voz que le alcanzó a salir, y se puso a llorar una vez más.

Era tanto el sentimiento que compartíamos que nos dimos un abrazo fraternal con las pocas fuerzas que logramos juntar, los dos estábamos más que destrozados, no había palabra alguna que pudiése salir en esos momentos, ni fuerzas para dar un abrazo más reconfortante o tan siquiera para separarnos. Fue una larga conexión que tuvimos, como nunca había sentido con alguien más.

-Bueno ¿Me querías decir algo?.- dije al tiempo que sacaba un kleenex y se lo pasaba.
-Ana, yo... Tenía que decírtelo antes que a nadie.-se limpió las lágrimas con el kleenex, tomó aire.- Michel y Cristian han decidido que cremarán a Vero.
-¡¿Qué?!, Eso no es posible, no no, José Alberto¿Cómo puedes permitir eso?.- dije casi gritando.

La noticia me había caído como balde de agua fría, porque para empezar esa no era la voluntad de Vero, ella siempre quiso que la sepultaran.
Sé que dicen que de polvo vienes y en polvo te convertirás, pero no así, me costaba trabajo aceptar que esos ojitos que contemplé tantas veces, su siempre sedoso cabello, sus manos, ella en sí sería cremada, metida en un horno por tres horas hasta que su cuerpo se hiciera cenizas...cenizas que estarían guardadas en una caja y prevalecerían en el nicho de alguna iglesia.

-No puedo hacer nada Ana, ¿Crees que no me duele pensar que mi hermana será quemada?.- dijo José Alberto desesperado mientras ponía sus manos sobre su cara.- Ellos son sus hijos, son quienes están pagando esto y lo han decidido.

Tenía razón, después de todo para Vero sus hijos siempre fueron su mundo, sé que uno fue mejor que otro, pero si Vero se sacrificó muchas veces por complacerles, está no sería la excepción.
Ya tenía suficiente José Alberto con el hecho de no poder hacer nada por impedir la cremación, y todavía yo con mi reproche, pero ni yo podía hacer nada.
Le puse la mano en el hombro en señal de apoyo, porque compartíamos la misma pena.

-Muchas gracias a quiénes están y estuvieron aquí acompañándonos a mi familia y a...mi hermana hoy.- dijo casi llorando Beatriz.
-Ahora procederemos a la cremación y más tarde depositaremos las cenizas en el nicho familiar para quien guste acompañarnos, será un momento muy íntimo y queremos que nos acompañen.- dijo Michel.

En ese momento, gente del velatorio pasó a la sala para llevar el ataúd a la camioneta en dónde se trasladarían al crematorio.
Retiraron las coronas de flores de alrededor y la foto de Vero.
Pero había algo que aún tenía que hacer:

-Me regalan solo un minuto por favor.- dije con media sonrisa fallida a los señores.

Ellos inmediatamente dejaron de mover las cosas y me dejaron, la gente en la sala que ya no era mucha se quedaron mirándome, me asomé a ver por última vez a Vero, nunca olvidaría esa imagen, sus ojos cerrados, sus manos cruzadas en el pecho, y el blanco de su cara.
La habían arreglado, como se merecía, siempre le gustó arreglarse.
Esa sería la última imagen que vería de ella. Recordé lo que me había dicho Rafaela, que me fijara en sus manos, así que lo hice... En su mano izquierda traía puesto....el anillo de compromiso que le regalé cuando le dije que quería hacer pública nuestra relación.
No podía creer que después de tanto años aún lo conservara, y sobretodo que hubiera pedido que se lo pusieran.

Me llevé dos dedos a mis labios, y los puse sobre su frente en señal de un último beso, beso que me hubiera gustado fuese antes, pero que era con todo el amor que en ese momento volví a sentir...amor que creí olvidado pero que como canto un viejo amor ni se olvida, ni se deja.

Me hice a un lado para que pudieran llevarse el ataúd, y así fue.

Cuando uno tiene perdidas de seres queridos en sus vidas, siempre hay un sentimiento de “¿Y ahora que sigue?”, al momento de dejarlos ir, no importa que tan familiarizado estés con la muerte, o de que persona se trate siempre invade ese pensamiento sobre mi cabeza como si fuera la primer muerte que vivo.

Subieron el ataúd a una camioneta con el logo de Gayosso y un auto ya esperaba a la familia Castro para ir al crematorio.
También a mí ya me esperaban Daniela y Tina como habían dicho que lo harían, me dieron un gran abrazo. Odio cuando me abrazan en momentos en los que solo quiero ponerme a llorar, porque me hacen sentir más vulnerable, como si fuera el momento indicado para quebrarme cuando yo misma sé que no es el momento ni el lugar.

En tres horas nos reuniríamos en la iglesia de Santo Tomás para depositar la urna en el nicho de la iglesia.
Son tres horas porque dicen que los huesos y órganos como el cerebro tardan mucho en desintegrarse, eso y factores como el peso del difunto son lo que determinan el tiempo.
Yo le pedí a Tina que para en una florería porque quería llevarle una orquídea blanca a Vero, esa era su flor favorita, por ella por quién había sembrado unas en mi casa.

A eso de las cuatro de la tarde llegamos a la iglesia, casi al mismo tiempo que todos los Castro. El ambiente era más que lúgubre, muchos medios de comunicación ya nos esperaban, pero nadie dimos declaración alguna, yo ni siquiera miré a ninguna cámara, cosa que en toda mi carrera nunca habia hecho.

Al llegar al atrio de la iglesia había un mariachi esperándonos, José Alberto me dijo que Vero siempre quiso que tocara un mariachi en su sepulcro, pero la primera canción que tocaron fue Amor Eterno, no podía haber canción que me pudiera hacer sentir peor en esos momentos que esta, tal cual sé quisiera que ella siguiera viviendo, que sus ojitos jamás se hubieran cerrado y estar mirándolos.

Estaba al borde del llanto una vez más, era cuestión de segundo que se desbordaran las lágrimas. Hacía tiempo había dejado el cigarro, pero en esta ocasión prendí uno, en honor a Vero.
De pronto sentí una mano posarse sobre mi hombro derecho, era Diana Verónica...siempre Diana, ella siempre estaba conmigo momentos felices, y en los momentos dónde solo quería morirme.
Al verla la abracé fuerte, pero no lloré, no lo hice por respeto a ella, y porque me sentía culpable por lo que había pasado en la casa antes.
Siempre me daba gusto contar con ella, pero hubiera preferido que en ese momento no estuviera, porque tendría que contenerme mucho para una vez más no mostrar lo que realmente sentía.

Cómo yo te amé Donde viven las historias. Descúbrelo ahora