Evidencias 2

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No había nada que me generara más ansiedad que el hecho de tener mil pendientes encima y no poder concentrarme porque ella no salía de mi mente, cada segundo repasaba nuestro último encuentro, el olor de su cabello, el calor de su piel, pero sobretodo sus labios pronunciando lo que sentía por mí.
No podía contarle a nadie lo que había pasado con Vero, generalmente para eso están los amigos, para contarles lo que nos aflige lo que sentimos y que no podemos contarle ni siquiera a la propia madre; pero esto era totalmente diferente, no podía decirle a Alberto lo que estaba pasando y es que precisamente por loa malditos prejuicios sociales y que la sociedad no se adecuaba a los nuevos cánones de la sociedad es que no se podía gritar nuestro amor, un amor que recién nacía.

Aquella mañana después de que Vero me planteara seriamente como pintaba nuestro panorama, salí sin decir nada, volví a mi casa y evité a toda costa las llamadas de Alberto quien seguramente quería que le contará en que terminó aquella noche que le llamé para hacer mi drama existencial. Tampoco busqué a Vero y ella respetó mi distancia y no supe de ella cerca de una semana.
No podía seguir así, hundida en una soledad abrumadora en mi casa, por eso había decidido ir a mi oficina para continuar el trabajo que no había hecho el tiempo que estuve ausente.
Poco a poco mi equipo de trabajo se fue retirando a sus casas, pero yo no tenía ninguna prisa por volver y que los recuerdos me atormentaran aún más, pero definitivamente no lograba avanzar mucho al querer llamarle, lo cierto es que empezaba a creer que mis sentimientos hacia ella ya no eran de una simple atracción, creo que verdaderamente estaba enamorada de ella, le hacía falta a mis días pues sin ella no sabía que hacer.

Decidí salir de mi despacho y caminar por el área de trabajo, ya no había nadie y eso me ayudaría a pensar y relajar la mente.
Fue cuando en la planta baja del edificio donde se encontraba mi oficina escuché el sonido de algo metálico caerse, no estaba anímicamente del todo bien porque sin miedo alguno descendí cuidando de no alertar a nadie de mi presencia si es que algo malo estaba ocurriendo allí mismo.
Del lado izquierdo al bajar la escalera se encontraba un cuarto pequeño que era ocupado como bodega de vestuarios, la luz de esa habitación estaba prendida, y una vez cerca se escuchaba un bebé llorando y la voz de una mujer cantando una canción de cuna; me asomé y era Diana Verónica quien cargaba a una bebé casi recién nacida podría asegurar por la cobija de color rosado que cubría a la bebé a quien Diana le daba un biberón para que pudiése conciliar el sueño.
Llamé suavemente a la puerta para cuidar el no espantarlas, pero creo que pasó todo lo contrario.

-Buenas noches.- dije en voz baja armoniosamente.
-Ayy señora.- respondió Diana alarmada

De la impresión había dejado caer el biberón en el torso de la bebé, quien naturalmente comenzó a llorar del dolor.
Sin pensarlo más sentí la necesidad de sostenerla entre mis brazos y consolarla, era lo mínimo que podía hacer para ayudar, después de todo admiraba el hecho de que una madre hace todo por sus hijos, por ejemplo Diana quien a pesar de que ya era tarde tenía ahi consigo a su hijita trabajando con ella.
Una madre siempre vería por el bien de sus pequeños, es como si comprendieran que tiene que tienen que echarle ganas a la vida porque hay un pequeño o muchos pequeños que dependen de ellas, y deben hacer que una situación por más precaria que sea se vuelva en algo natural para ellos.
Creo que por eso deseaba tener un hijo, para poder darle no solo mi amor sino también para cuidarle y estar ahí en todo momento, para hacerle reír aunque estuviese triste o enojarme con por algo que le molestara también.

-¿Puedo?.- dije mirando a la bebé, en señal de si me permitía cargarla.
-Como cree que pena
-Nombre no te preocupes, solo me gustaría sostenerla un instante.

Diana veía en mi el anhelo que sentía por algún día sostener así a un hijo mío, así que cuidadosamente colocó en mis brazos a la niña, era realmente preciosa, aún no podía asegurar si se parecía más a ella o a Mario pero me causaba tremenda alegría ver sus ojos cerrados mientras lloraba y su boca abierta para gritar del dolor, su nariz chata como la de todos los recién nacidos, y el olor que destilaba a leche de la fórmula.
Era una cosita tan pequeña que necesitaba toda la protección, no tenía noción del bien o del mal, quizá no siquiera de su existencia misma, pero si que me sacaba las lágrimas.

Cómo yo te amé Όπου ζουν οι ιστορίες. Ανακάλυψε τώρα