Tú que la ves

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-Pues...

Tenía miedo ante la posible respuesta que pudiera tener mamá Coco, ya que hasta ahora nuestra relación era totalmente bella, me quería como a una hija y yo la amaba por ser la madre de mi futura esposa, pero hasta este punto nunca habíamos hablado sobre nuestras preferencias por así llamarlo, ella asumía mi gusto por los hombres por el hecho de haber intentado tener un bebé, y bueno de Vero ni se diga, dicen que todos los papás conocen a la perfección a sus hijos.

-¿Pues?.- repetí expectante.
-Pues la verdad que nunca lo había pensado pero ni me estreso mis tres hijos, bueno cuatro contigo mi Anita.- sonrió mamá Coco mientras dejaba sobre la mesa su taza de té.- salieron perfectos y yo no tengo porque preocuparme de esos problemas.
-Si que bueno.- dije para cortar la conversación.
-¿Por qué la pregunta Anilla?.- volvió a decir mi suegra.
-Nada más.- reí distraídamente.- por hacer la plática.

Pero sabía que no me diría nada, y por mi parte yo tampoco pues nadie tiene el derecho de sacar del closet a alguien que no quiere, o al menos eso pienso yo.
Nos retiramos de la casa de mamá Coco por la noche, Michelle se había quedado dormido en el asiento trasero, y yo hablaba y hablaba para ver si la cara de preocupación desaparecía del rostro de Vero, lo cual fue en vano porque eso no pasó.

-¿Te ayudo a bajar al niño?.- pregunté a Vero mientras abría la puerta del coche.
-No no te preocupes yo puedo.- dijo Vero acomodándose al niño para poder cargarlo.
-Espérame.- le dije en seco a Vero quien inmediatamente se quedó quieta.

Había alguien parado afuera de su casa, y a esas horas dudaba que fuera alguien conocido, la obscuridad no me dejaba distinguir quién era, pero miraba la puerta y parecía inmóvil.

-Entra al auto y no abras por nada del mundo.- le dije a Vero mientras le daba la llave del auto.
-Pero Ana, no vayas mejor entra también y vamos a tu casa.- dijo suplicante.
-No, todo estará bien ni tengas miedo, iré a ver quién es.

Y así hice me acerqué lo más que pude a la entrada y lo primero que alcancé a distinguir era a la persona la cual sostenía un portafolios de oficina, supuse que por obvias razones no era un ladrón así que juntando todo el valor y rezando porque no fuera nada malo me animé a decir:

-Buenas noches.
-Ah señora María Guadalupe, buenas noches.- dijo una voz de mujer.
-¿Y usted es?.- dije aún si tener la exactitud de saber quién era.
-Servicios sociales, la señorita Muñoz, hablé el otro día con usted para pedir referencias de la señora Castro para la adopción.- volvió a decir ella en un tono tranquila para que yo me calmara también después del tremendo susto.
-Oh si ya recuerdo, me ha asustado al verla en la obscuridad.- reí.
-Una disculpa, vengo a ver a la señora Castro pero al parecer no hay nadie en casa.
-Si es que venimos llegando, ¿Pasa algo malo?.
-Bueno me perdonará pero lo que vengo a tratar aunque si es urgente no se lo puedo decir a usted solo a ella.
-Entiendo, déjeme abrirle y ahorita baja del auto la señora.- saqué de mi abrigo las llaves de la casa y la invité a pasar.
-Ay usted tiene llaves.- dijo sin quitar la vista de la puerta.
-Si así es...- me detuve pues no le podía decir que Vero me las había dado.- Pase y enseguida viene la señora.

Me dirigí al auto para indicarle a Vero que podía pasar a la casa.

-¿Quien es mi vida?.- preguntó ella susurrando.
-Es la señorita Muñoz de servicios sociales.
-¿Y te ha dicho que hace aquí?.- preguntó alterada.
-No dice que solo te puede decir a ti.
-Ya, bueno entremos.

Le ayudé a bajar del auto, y me ofrecí a llevar al niño a su recámara mientras ella atendía a la señorita en la planta baja.
Michelle ya pesaba bastante pero no quería despertarlo así que me costó bastante subir todos los escalones, que por alguna razón al menos en México siempre son entre 14 y 15 escalones aproximadamente, pero cuando cargas con el peso de alguien más pareciera que se multiplican por dos.
Lo recosté sobre su cama y le quité los zapatos, tenía mucha curiosidad de saber que era lo que la inspectora le quería decir a Vero, pero a su vez no quería estar de chismosa, he de admitir que nada más fue el sentimiento porque no me resistí y me paré en el pasillo justo afuera de la recámara del niño para ver si podía escuchar algo lo cual fue más o menos así.

Cómo yo te amé Donde viven las historias. Descúbrelo ahora