Algo

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Personas colgando y descolgando teléfonos, mis dedos presionando los botones de mi calculadora, tacones presurosos, hojas y grapadoras.
El ambiente de oficina nunca fue del todo lo mío, pero cuando se trataba de planear un show era otro asunto, me emocionaba bastante ver a mi equipo casi con las gotas de sudor en la frente para que todo saliera como a mí me gusta.

Me encontraba inmersa entre los números de un presupuesto, cuando llamaron a la puerta de mi despacho.

-Adelante.- dije por instinto y sin quitar la mirada de mi escritorio.
-Perdón que la moleste señora Ana lo que pasa.-dijo Mario, mi trabajador con voz apenada y la puerta entreabierta.
-Ahh si si perdón, hazla pasar por favor.- respondí con una sonrisa.

No podía creerlo, a menudo me pasaba que recordaba mis compromisos durante semanas enteras, pero el día que tenía que realizarlos se me olvidaba por completo. Está no había sido la excepción; Mario me había platicado que tras el nacimiento de su bebita, quería darle una mejor vida junto con su esposa Diana Verónica.
A ella había tenido la oportunidad de tratarla una o dos veces antes, una señora de lo más simpática cuando la conoces, pero con una seriedad en el rostro que llegarías a pasarla desapercibida en una reunión.
Mario me había contado que su esposa sabía coser,diseñar y combinar por lo que podría ser mi vestuarista, está idea no me desagradaba del todo, ya que hasta ahora era yo misma quien me encargaba de seleccionar mis trajes para los shows, pero casi no ponía empeño en ello ya que tenía otros asuntos más importantes que eso.

-Buenas tardes señora Ana.- dijo firme y a la vez temerosa Diana una vez que entró al despacho y estrechó mi mano.
-Bueno Diana, cuéntame un poco tus habilidades.- traté de ser cortés para ayudarla a quitarse la pena.

Al cabo de algunos minutos me enseñó algunos diseños que había preparado para mí, la verdad no estaban tan mal, y sabía más o menos como era mi estilo basado en lo que había logrado apreciar en mí.
Ella parecía tan concentrada y yo en el fondo ya sabía que la contraría, era una buena mujer y solo quería ayudar a su esposo en la economía familiar, ella tenía todo lo que yo anhelaba tener en esos momentos, una pareja y una bebé recién nacida carne de su carne y sangre de su sangre, que hermoso que era la maternidad, a las mujeres en estado de embarazo siempre se les nota un brillo especial y natural en el rostro que evoca en mi una ternura y a la vez mayor deseo de poder tener un hijo algún día.

Me encantaba el entusiasmo que transmitía al compartirme todas las ideas que quería realizar para mis vestuarios, tenía ya toda mi atención, me había olvidado de lo que estaba haciendo antes de que llegara, pero en eso sonó mi teléfono.

-¿Diga?.- contesté seria, a la vez que le hacía el ademán de que me esperara un poco Diana.
-¡Ana, Anilla!.- era Verónica al otro lado de la línea con un tono particularmente entusiasta.

Tuve que morderme el labio para que Diana no notará la emoción que me provocaba el oír la voz de Verónica al otro lado de la línea, era algo inesperado y tenía muchas ganas de contestar la llamada en privado y poder hacer caras a medio morir por la emoción.

-Permíteme un momento por favor.- aclaré mi voz, y tape el teléfono con mi mano sin esperar la respuesta de Verónica.- Diana
-Dígame señora.- dijo atenta Diana.
-Amm, mira me encantó tu presentación está increíble todo lo que tienes en mente, pero ahora debo atender esta llamada súper importante, así que hagamos esto, tómate el día de hoy, y te espero mañana por la mañana aquí para que trabajes.
-¿De verdad? Muchas gracias señora, yo estoy muy agradecida.- me dijo al borde de las lágrimas y yo solo sonreí.- disculpe jaja deben ser las hormonas del parto.
-Nada mujer anda no hay que agradecer, ahora ve con Mario para que te lleve con Norma para que te haga tu contrato.

Cómo yo te amé Donde viven las historias. Descúbrelo ahora