Te recuerdo dulcemente

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Yo juro que nunca quise hacer sentir mal a Diana Verónica, después de todo se había compartido en mi todo, empezando por mi amiga y ahora en la compañera de vida que yo había elegido, y que amaba de una manera tan distinta pero que realmente amaba.
Por eso trataba que frente a ella no se me saliera ninguna lágrima que demostrara mi sentir, que no la hiciera pensar que todo lo antes dicho y los buenos momentos habían Sido fingidos.

-¿Diana que haces aquí?.- pregunté sorprendida al verla en el atrio de la iglesia, al tiempo que la llevaba lejos de la multitud para poder hablar.
-Bueno siempre he estado, en los buenos momentos en lo malos y en los peores... simplemente no podía ser está la excepción, no podía dejarte vivir esto sola.

Era cierto, la única que siempre había estado allí era ella, a veces sentía que era un ángel y no merecía tenerla a mi lado.
La abracé, poniendo mi rostro sobre su hombro, y ella me cobijaba entre sus brazos siempre dispuestos a confortarme, y con su mano izquierda acariciaba mi cabello, nadie en esos momentos me hubiése hecho sentir tan segura y a la vez sacado las lágrimas de tal manera.
No hubo necesidad de decir ninguna palabra lo cual yo agradecía pues no había mucho que decir; el mariachi cantó 3 canciones más y luego uno a uno de los presentes se fueron marchando, dejando en mi una vez el olor a soledad, pero después de todo ya no tenían más que hacer allí, yo sólo esperaba a que el nicho quedara libre para poder....darle mi último adiós.

-No te sientas mal, anda ve yo te esperaré afuera si así lo deseas.- dijo Diana poniendo su mano sobre mi pierna.
-Gracias por entenderlo.- alcancé a decir.- Es que todo fue tan repentino que aún no lo asimilo bien.
-Si... Repentino.- dijo perdida en sus pensamientos Diana.

Y es que a cierta edad la muerte de alguien le pega más a uno que sabe que no está tan lejos de estar en la misma situación.
Me acerqué lentamente al nicho,con mi orquídea en mano, me santigüe antes, puse mis dedos sobre mis labios y luego los puse sobre donde decía Verónica Castro, cerré mis ojos y ahogué un sollozo que me quemaba, todas las palabras que brotaban de mi ser una vez más eran censuradas porque no quería que alguien las oyera, ahora sin ella no tenía caso que saliera a la luz de la confirmación de este amor...si nunca lo hicimos en vida mucho menos ahora.

“No te guardo rencor por no saber de ti durante tanto tiempo, ni por la última llamada que siempre rogué tener, puedes irte tranquila pues yo sé que en su momento las dos nos amamos sin control, que estuvimos la una para la otra en el mismo dolor de no poder gritar nuestro amor, tampoco te guardo rencor por el hecho que tú me hayas olvidado en otros brazos, nada de eso, pues por fin comprendí que realmente cuando se ama quieres verle feliz a la otra persona.
Nadie me ha hecho sufrir tanto como tú eso es cierto, pero también nadie me había regalado tantos momentos de felicidad y amor como lo hiciste tú.
Cómo yo te amé fue sincero, y quizá extraño y nuevo para las dos, y por eso siempre te recordaré con el cariño y respeto de siempre... porque tú fuiste mi más.... Puedes ir en paz Vero, que si existe otra vida estoy a segura nos encontraremos, siempre lo hicimos aún en esta vida”

Tenía que dejarla ir una vez más, pero ahora de corazón y aunque ya no podía responderme y nunca sabría si tan siquiera pasé por su pensamiento antes de cerrar sus ojos, quería que supiera que no le guardaba rencor, pero si mucho amor.

-Ana, casi no pude hablar contigo.- Tomó mi brazo Beatriz quien llegó de imprevisto.
-Hola querida, ¿Cómo te sientes?.- dije limpiando mis lágrimas con un kleenex.
-Bueno ahora más tranquila, ella se fue en paz aunque había una cosa que dejó pendiente pero a mí no me dijo que.- soltó un suspiro.- Ana quería saber si quisieras acompañarme a la que era su casa, la del Pedregal.
-¿A qué?.- estaba muy desconcertada, creía que esa casa la había vendido hacia años.
-Bueno hay algunas cosas que quizá quieras conservar.

Estaba extrañada, pero aún así acepté, Beatriz nos llevó en su auto y hacía tanto tiempo que no iba a México que sinceramente muchos recuerdos albergaban mi mente, el periférico estaba totalmente diferente a como yo lo recordaba, y hacia que me remontará a la noche que acompañé por vez primera a Vero a su casa después de haberla salvado de lo que era un posible asalto la noche que la conocí.
Diana acariciaba mi mano en señal de apoyo y mis ojos estaban completamente hinchados, creo que más lágrimas no podían salir.
La casa estaba tal cual la... última vez que fui, era como si el tiempo no hubiése pasado por allí; afuera había muchos periodistas, creí que ya no habría ninguno, después de todo el funeral y todo ya había pasado, pero ya estaban esperando allí varias camionetas y fotógrafos.
Me puse mis lentes de sol para que no se notara mis lágrimas y se aprovecharán para escribir notas amarillistas de nuestra relación.
Varios periodistas me preguntaban si estaba dispuesta a cantar en el homenaje que se le realizaría a Vero, pero yo no estaba enterada, no di declaraciones pero no tenía las fuerzas de hacerlo sabía que me pondría a llorar en pleno escenario.
Beatriz abrió la casa, y un aroma a encerrado salió de dentro, los muebles eran los mismos pero estaban cubiertos de plásticos y mantas.

-Hay unas cosas en específico que quiero que decidas que hacer con ellas pues creo que son tan tuyas como fueron de ella.- dijo Beatriz dejando las llaves de la casa en la entrada.

Subió las escaleras y me quedé contemplando mi alrededor, cuántas veces no me sentí feliz ahí, cuántas veces me senté a desayunar con ella y mamá Coco, la primera vez que me senté en aquella sala y me perdí en el escote de Vero, la mesa del centro donde ponía el estéreo para tocar mis discos, la cocina en la que alguna vez cociné para las dos, las escaleras que subimos pasionalmente más de una vez, hoy ya de eso no había más nada, solo los recuerdos y el frío que congelaba mis lágrimas.

-¿Por qué no vas con ella?.- me dijo Diana
-Como crees si no me hubiera invitado a pasar.
-¿Por qué no? Después de todo ya puedes subir sin que seas mal vista.

Tenía razón, era una de las causas principales por las que no me atrevía a acompañar a Beatriz, la costumbre de no subir y si lo hacía era con el éxtasis de la clandestinidad.
Recordaba perfectamente el camino hacia la recámara de Vero, y casi las paredes reproducían en mi mente olores y sonidos que me recordaban esas noches de locura.
Beatriz estaba parada frente a la cama de Vero contemplando una caja con muchas cosas.

-Yo no sabía que aún guardaba tantas cosas tuyas, pero al verlas las escondí y guardé para ti.- dijo al verme parada en el marco de la puerta.- son tuyas si así lo deseas, o puedo quemarlas si así lo quieres.- dijo mientras me acercaba a ver la caja.

A simple vista había portaretratos con fotos nuestras, cartas, discos con dedicatorias mías pero lo que más me pegó ver fue una postal que le escribí no hacía demasiados años, en un viaje a Italia que había hecho.

“La última
                 M.G”

Eso había escrito, y lo que significaba que si la había recibido.

Cómo yo te amé Where stories live. Discover now