Capítulo 8: Rolling in the deep

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Tres meses después.

Narra William**

—¿Nervioso?— pregunta Sophie a mi lado.

Claro que estaba nervioso; hoy veríamos a Valerie después de casi un mes y medio. Desde que tomó aquella estúpida decisión de hacer el curso de adaptación a la universidad. ¿Y por qué lo hizo? No tenemos idea; después de la graduación dijo simplemente que se iba, sabiendo que ninguno de nosotros podía ir con ella.

—Tengo miedo de lo que pueda llegar a encontrar— admití—. Valerie es un poco volátil y a duras penas se ha comunicado con nosotros. Maldición, si no hubiera sido por ese maldito juego, ya estaría con ella.

Por un favor que tuve que hacerle al entrenador después de haberme encontrado en una comprometida situación con una chica, tuve que quedarme el último mes.

—A mí me sonó bien las veces que hablamos— dijo Sophie mirando sus uñas como si fueran lo más interesante del mundo.

—¿No se pudieron a pensar que quizás necesitaba un tiempo lejos de ustedes dos?— dijo Ben desde el asiento de atrás, se acercó más adelante y puso su rostro entre medio de los asientos— Piénsenlo tú— señaló a Sophie—, pareces su madre. Ni siquiera Margaret la cuida tanto y tú— me señaló a mí—, pareces su novio ultra celoso que no quiere que ni siquiera una mosca se le acerque a su chica.

—¿Pero qué es lo que hago mal?— preguntó Sophie.

Estábamos escuchando consejos de Ben, así de jodidos nos veíamos.

—Está bien que la cuides— aclara Ben—, es tu hermana y sabemos por todo lo que pasó, pero la cuidas de más. Todo el tiempo estás preocupándote por ella; si la pierdes de vista, por poco y no llamas a la policía.

Sophie se movió incómoda en su asiento sabiendo que eso era verdad. No le gustaba que le dijeran que no estaba bien algo que hacía.

—Yo no actúo como novio celoso— quise aclarar—, es sólo que no quiero que otro imbécil como Richard la vuelva a lastimar.

—Pero eso no es algo que puedas evitar— me regaña Sophie—. No puedes protegerla de cada hombre que se cruce en su camino. Debes dejar que conozca a alguien. Y deja de apretar el volante así— me grita cuando ve la postura de mis manos, mis nudillos cerrados con fuerza en torno al volante—, por el amor de Dios.

Aflojé el agarre y suspiré. Sophie me escrutaba con la mirada tratando de comprender qué rayos me sucedía.

—Lo siento— me limité a decir, con la esperanza de que dejara el tema de lado.

—¿Estás enamorado de ella?— me pregunta casi en un susurro— ¿Es eso?

El auto quedó en silencio, ninguno de los tres decía algo. Nadie se animaba a romper el terrible silencio que había seguido a la oportuna pregunta de ella.

¿Qué si estaba enamorado de Valerie? Como si eso fuera tan difícil, como si ella no arrastrara un aura de superioridad que te hacía sentir como un miserable por siquiera haber posado tus ojos en ella.

—No es asunto tuyo, Sophie.

—No lo puedo creer— dijo con los ojos exageradamente abiertos—, estás súper enamorado de ella.

—Ya no tiene sentido negarlo— me hundió Ben desde el asiento trasero.

—Gracias, eres un gran amigo— dije con ironía.

—¿Desde cuándo?— preguntó Sophie, estoy empezando a temer por mi vida.

—Desde siempre— dije soltando un suspiro, ya no tenía escapatoria.

—¿Y cuándo te diste cuenta que siempre estuviste enamorado de ella?

—Siempre lo supe— dije sin entender a dónde se dirigía.

—¿Por qué no se lo dices? En lugar de estar alejándola de toda la población masculina, deberías decirle que la amas. Que quieres ser más que su amigo.

—Yo no puedo lastimar a Valerie, no soporto la idea de que sufra más, menos por mi culpa. Y yo no puedo hacerla feliz.

Sophie frunció los labios y, por conocerla tantos años, sé que quería decirme algo más, pero por alguna razón no lo hizo. En el fondo agradecía que no lo haya hecho.

Seguí manejando hasta llegar al campus de la universidad. Estaba demasiado nervioso por verla; habíamos quedado en acompañar a Sophie a la habitación que compartía con Valerie y después iríamos a la nuestra.

Sophie buscó el número de la habitación y tocó la puerta. La tensión en el aire podía cortarse con un cuchillo.

Después de 5 minutos, Valerie se dignó a abrirnos la puerta en pijamas y una toalla alrededor de su cabeza. Chilló al vernos y nos abrazó.

Entramos en la habitación y ayudamos a Sophie a cargar algunos de sus muebles. Valerie nos ofreció una cerveza, sí, a las 3 de la tarde.

Se veía distinta, no sabía qué podía ser pero definitivamente había algo diferente con ella. No estaba tan arreglada como solía estar y las ojeras bajo sus ojos eran más notorias que de costumbre. O quizás sólo era la impresión de verla sin maquillaje.

—Pensé que vendrían mañana, no los esperaba hoy— dijo con una voz ronca, ¿qué rayos había estado haciendo?

—Queríamos instalarnos bien antes de las clases— le explica Ben.

—Hay una fiesta esta noche, ¿quieren venir? Es en una de las casas de fraternidad.

¿Desde cuándo era Valerie la que nos invitaba a las fiestas? Supongo que así era ahora que ya no estaba cerca para alejarla de cualquier idiota que se le acercara.

La puerta de la habitación se abre y un chico de dos metros entra en la habitación.

—Te confundiste de lugar, me parece— digo con tono hosco.

—Tú estás perdido, muñeco— me dijo con el mismo tono.

—Hola, Evan— dijo Valerie desde la cama.

¿Quién rayos era este tipo y por qué se metía en la habitación de Valerie sin tocar?

—Tú debes ser la hermana— le dijo a Sophie mientras levantaba a Valerie de la cama y la colgaba en su hombro. Ella reía y no mostraba intenciones de bajarse.

Sophie asintió incómoda ante la escena que estaban haciendo.

—No volveré por ropa, así que escoge ahora— le ordenó de mala gana.

Bueno, quizás no lo dijo tan mal, pero sólo quiero partirle la cara al sujeto.

—¿Qué quieres que me ponga hoy?— le pregunta Valerie risueña.

—Me gusta tu trasero en el vestido rojo, así que ponte ese.

El tipo agarra el vestido rojo del armario como si fuera su casa y se dirige a la puerta de la habitación, con Valerie todavía a cuestas.

Antes de irse nos pide que le avisemos si iremos a la fiesta así nos avisaba dónde era.

—¿Qué carajos acaba de pasar aquí?— preguntó cuando ya no escuchaba sus risas.

—Estoy impactada— dijo Sophie—, creo que no salgo del shock.

—Es obvio— dijo Ben—, se están acostando. Pero no son novios.

—¿Y tú cómo sabes eso?— le pregunta Sophie.

—Se están acostando porque él habló de su trasero sin pudor, incluso lo tocó— explicó—. Pero no es su novio porque, si lo fuera, hubiera entrado como una persona normal, hubiera saludado y esas cosas. Pero a ella le gusta, no es sólo una persona con la que se acostó.

Los dos lo miramos perplejos ante la explicación dada.

—¿Y eso qué significa?— pregunto entonces.

—Que la perdiste, amigo— me dijo—. Al menos por ahora, la perdiste.

PerdidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora