IMPERIO 11.

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El miércoles pasa exactamente lo mismo, dejo de decirme que me quiere a decirme el asco que le doy y no lo puedo culpar. No logro hacer lo que a él le gusta. Aún no le digo que el sábado me iré a Tokio con mis hermanos y no sé qué tan mal lo vaya a tomar. Sé que se va a molestar, pero simplemente olvide comentarlo, nunca antes le había tenido que decir a nadie más que me iría de viaje y Adriano es distinto pues siempre se entera de todo lo que pasa en mi casa pues va seguido.

— Espero que hoy lo hagas mejor. — Me espeta apenas subo a su auto el viernes.

— Mi amor, tengo algo que decirte. — Me muerdo el labio inferior cuando llegamos al motel. De verdad olvide decirle.

— No me importa Aitana, vas a tener la boca ocupada, luego me lo dices. Quítate la ropa y te quiero de rodillas rápido.

Él se sienta en la cama mientras yo tengo que comenzar a desnudarme frente a él y aún me siento nerviosa, no logro sentirme del todo cómoda con esto; de hecho, no logro sentirme en lo absoluta cómoda pero no soy capaz de decirle.

— Espero que lo hagas mejor que ya me estoy cansando de tu mierda de mamadas.

— Perdóname. — Bajo la mirada.

— Deja de hablar y abre la puta boca. — Creo que esta vez lo hago mejor y le gusta, aunque sea un poco. — No estuvo tan mal, pero aún tienes que hacerlo mucho mejor. — Se sube el cierre. — Ya puedes ir a lavarte los dientes y luego te quiero aquí encima.

Cuando salgo del baño está sin camiseta, solo tengo que sentarme a horcajadas y no decir nada mientras me besa los pechos. Esto es lo más fácil la verdad, pero sigue sin gustarme mucho. Al menos ya no me deja marcas, desde la primera vez que lo hizo me daba miedo que mis papás se dieran cuenta, use blusas sin nada de escote.

— Vístete. — Me baja de su regazo y entra al baño.

— Aún tengo algo que decirte. — Toma su camiseta de la cama, pero no se la pone solo me mira con fastidio.

— Dime lo que sea para que me dejes de molestar. — Trago saliva.

— Es que mañana voy a salir del país. — Alza una ceja.

— ¿A dónde? — Aprieto los labios.

— Me voy a ir una semana a Tokio con mis hermanos. — Su mirada se endurece.

— ¿Y por qué carajo no me dijiste nada?

— Lo olvidé. — Asiente y se acerca a mí.

— Lo olvidaste. — Suelta una carcajada sarcástica.

Tomándome del cabello con brusquedad me lanza al piso y comienza a golpearme con su camiseta con fuerza. Jamás pensé que dolería.

— Eres una estúpida. — Me golpea la parte baja de la espalda con su pie y sollozo. — Para que no se te vuelva a olvidar, maldita estúpida. — Me golpea las piernas. — Yo me voy, ni siquiera quiero verte. Siempre es tu puta culpa, siempre arruinas todo, no sabes hacer nada bien, eres una inútil. — Me grita dejándome en el piso sollozando y sale de la habitación poniéndose la camiseta.

Me quedo así un rato sollozando sintiendo dolor sobre todo en la pierna izquierda.

— Siempre arruinas todo. — Me digo a mí misma en el espejo.

Como los últimos días, me maquillo para ocultar que estuve llorando y me tomó un par de pastillas para el dolor, jamás me había golpeado así. Salgo del motel por la parte trasera y camino un poco antes de detener un taxi, papá me mataría si sabe que me subí al auto de un desconocido, pero al menos no es tan tarde.

— Señorita, disculpe que pregunte, pero, ¿Se encuentra bien? — El hombre me mira por el retrovisor.

— Si, estoy bien, gracias. — Le sonrío y él también lo hace.

— Serían veinte dólares señorita. — Tomo un par de billetes de mi cartera, se los doy por la pequeña ventana y salgo del auto. — ¡Su cambio señorita!

— Quédese con el cambio.

— ¡Pero son ciento ochenta dólares! — Me encojo de hombros y continuó caminando.

A cualquier lugar que voy en donde sea necesario dejar propina o que puedan quedarse con el cambio dejo por lo menos ochenta dólares. Al final ochenta dólares para mis papás no significan nada, pero para alguien más pueden ser mucho y me gusta pensar que quizá ayudo a alguien un poco. De hecho, pensé que había tomado dos billetes de cincuenta, pero por cien dólares más la fortuna Ivanova no va a terminarse. Al menos que alguien se sienta bien con mi ayuda, ya que yo arruine mi día con Oliver.

— Aitana, ¿Estás bien? — Me pregunta Patrick.

— Si, estoy bien. — Le sonrío.

— ¿Segura? — En un semáforo se gira para mirarme.

— Mozart. — Me encojo de hombros y se ríe.

— No puedo creer que sigas llorando cada vez que tocas alguna canción de Mozart.

Eso es verdad, es uno de mis compositores favoritos y la mayoría de las canciones me hacen llorar.

— Deberías escucharlo alguna vez o tocarlo. — Niega.

— Prefiero la guitarra.

Patrick me cae muy bien, es mi guardaespaldas / chófer personal desde hace un par de años. Mi tío Cane confía mucho en él y por lo tanto papá igual o de lo contrario jamás me hubiera dejado a cargo de él. Terrence y Taylor son quienes se encargan de la seguridad de mis papás, desde que tengo memoria lo hacen. Tyler, de mis hermanos y el resto sólo de la casa.

— Hola mi amor. — Papá baja las escaleras y lo abrazo ignorando el dolor de mi espalda. — Aitana, ¿Qué pasa?

Yo no puedo verlo, pero sé que esta fulminando a Patrick con la mirada, de verdad no quiero que papá lo regañe por mi culpa, pero aun así no soy capaz de decir nada.

— Mozart señor. — Papá se relaja al escucharlo.

Todos aquí saben lo que ocurre cuando toco por mucho tiempo Mozart y por eso sé que nadie va a preguntarme nada más y se van a quedar con esa idea. Es mejor.

— Mi niña, Adriano vino a verte. — Me dice mi nana Ella un par de horas después.

— Hola monstruo. — Me da un beso en la mejilla.

Mientras estoy con Adriano es difícil fingir que estoy bien, aun así, lo hago y aunque físicamente me siento mal, emocionalmente él me hace sentir mejor. Por supuesto vino a despedirse de mí.

— Que tengas buen viaje monstruo, te quiero. — Se despide después de cenar.

— También te quiero bicho. — Me da un beso en la frente.

— Iré a Seattle unos días, no sé si cuando llegues ya vaya a estar aquí.

— Vale, que te diviertas y te vas a tener que adaptar a mi cambio de horario. — Suelta una carcajada.

Una vez que Adriano se va entro a la bañera, el agua caliente y las sales de baño me ayudan con el dolor del cuerpo que gracias a los analgésicos no es tanto.

Lo peor es que me duelen más sus palabras y sé que tiene razón, no debí olvidar decirle que me iría a Tokio. Es algo que sé desde siempre; la semana del aniversario de mis papás nos vamos de viaje. Tiene todos los motivos para estar molesto y de nuevo yo se los di, de nuevo lo hice enojar, de nuevo yo arruiné todo... como siempre.

Ni siquiera puedo hacer las cosas como a él le gustan, tres días y no lo logré. Quizá cuando regresé de Tokio si le digo que quiero tener sexo con él, dejé de estar molesto. A este punto ya no me interesa no estar lista. Solo me interesa no perder a Oliver. Yo lo amo y aun no entiendo cómo es que logre enamorarme de esta manera de él. No entiendo por qué cambio conmigo, durante las tres semanas que estuve en Rusia me trataba muy distinto y pensé que estando con él sería igual o incluso mejor, pero me equivoque. No puedo culparlo a él, solo a mí, de nuevo lo volví a arruinar todo.

AITANA. (Imperio #2)Où les histoires vivent. Découvrez maintenant