IMPERIO 63.

164 15 0
                                    

Cenamos tranquilamente y no le puedo decir con palabras lo mucho, mucho que lo amo. Es increíble que él supiera primero que yo que me iban a nombrar jefa de cardiología, tuvo el tiempo suficiente como para preparar una cena hermosa en un restaurante en donde venimos solo en ocasiones especiales.

— No, estás loco, no voy a bajar del auto. — Cruzo los brazos cuando se detiene en Central Park. — ¡Está lloviendo!

— Vamos gordita, lo hemos hecho muchas veces. — Niego. — Sé que quieres hacerlo. — Me guiña un ojo.

Por supuesto que quiero hacerlo, pues me recuerda cuando éramos adolescentes y me obligaba a caminar bajo la lluvia.

— Estas completamente loco Adriano Kellerman. — Suelta una carcajada.

— No me importa, vamos. — Me obliga a bajar del auto en medio de la lluvia que pega mi vestido a mi cuerpo.

Creo que somos los únicos locos que hacen esto por gusto, pero la verdad es que lo disfruto, son momentos en que me siento muy tranquila, puedo dejar de pensar, dejo de ser doctora e incluso mamá para solo volver al pasado cuando éramos adolescentes y hacíamos varias veces esto.

— ¿Sabes? Me encanta que hayamos hecho esto primero como mejores amigos y luego como mi esposa y la madre de mis hijos. — Acaricia mi mojada mejilla y sonrío antes de besarlo.

Nuestro beso se convierte en el mismo que hace años: un cliché de películas románticas en Nueva York. Amo cada momento con nuestros hijos, pero amo cuando solo somos él y yo. Son momentos que aprecio demasiado pues no siempre tenemos tiempo de hacerlo, pero aun así son demasiado importantes para nosotros como pareja.

Caminamos casi cuarenta minutos en medio de la lluvia bajo la mirada extraña de alguna persona que se cubría con una sombrilla, quiénes iban en sus autos, pero no nos importó. Es algo muy nuestro que llevamos años haciendo, quizá sea demasiado extraño, pero nos encanta caminar debajo de la lluvia.

— ¿Nunca vas a dejar de hacer cosas ilegales? — Reclamo al llegar al Empire State que ya está cerrado.

— Lo hacemos una vez al mes, no te quejes. — Suelto una carcajada y me guiña el ojo.

El guardia nos deja subir, pero antes nos ofrece una sombrilla para cuando regresemos, pues también se sorprendió al vernos empapados; creo que no nos dijo que estamos locos por respeto o quizá por pena ajena.

— ¿Cómo hiciste esto si cerraron hace veinte minutos? — Sonríe y se encoge de hombros.

— Tengo mis métodos gordita.

Hay velas, algunas rosas, más champagne, cosas sencillas para comer, mantas y almohadas acomodadas en el piso. Observo todo que con la vista de Nueva York es hermoso y antes de que me dé cuenta me rodea con una toalla y sus brazos mientras ambos observamos la hermosa vista.

— Es perfecto. — Susurro y acaricia mi mejilla antes de darme un beso.

Nos quedamos en silencio lo que me pareció una eternidad, pero fue un silencio muy cómodo solo sintiendo los latidos de su corazón contra mi espalda. Como médico elegí cardiología pues me encanta todo lo que tiene que ver con el corazón, es una especialidad que te permite conocer hasta el último milímetro del órgano que nos mantiene con vida. Conozco todo el funcionamiento del corazón, enfermedades que lo debilitan, formas de repararlo, he hecho investigaciones, estudios clínicos sobre él, pero no hay corazón que me guste más que el de mi esposo pues es el más grande que he conocido en mis años como cardióloga y lo amo demasiado.

—¿Y qué hacemos aquí? — Me giro y me abraza cubriéndome más con su toalla a la vez que me seca como puede el cabello que sigue escurriendo.

AITANA. (Imperio #2)Where stories live. Discover now